“La objetividad es antipática”
Para Alejandro Zambra la crítica literaria significó la escritura de su autobiografía como lector, siempre desde la arbitrariedad de elegir a los escritores “capaces de introducir tensiones nuevas”. En entrevista, el escritor chileno, ahora residente en M
MAlejandro Zambra (Santiago, 1975) también es autor (2011). POR
“UDomingo 14 de octubre de 2018 n escritor es alguien que intenta decir algo que no ha sido dicho, algo que probablemente sea difícil e incluso imposible decir” señala el chileno Alejandro Zambra en No leer (Anagrama, 2018), libro donde intenta convertir la lectura en una forma clandestina y mental de la escritura literaria. En poco más de 300 páginas que reúnen el trabajo del autor como crítico en diarios y revistas, el volumen propone sacarse de encima la obligación escolar de la lectura, reivindica la pasión de leer y llama a disfrutar los libros más allá de “los incansables rankings y sermones del profesor Harold Bloom”. Más que un manual de crítica, se trata de un mapa selecto de filias y fobias que condensa la autobiografía intelectual de un escritor. Y representa un homenaje a esa práctica personalísima que “en un mundo que le teme a las experiencias solitarias, ayuda a entender la soledad”.
Al principio de citas a Julio Ramón Ribeyro para explicar que, como él, tenías miedo de convertirte en crítico literario. ¿Ser crítico literario es muy terrible?
No, no creo. Esa frase era un chiste que surgió tras la lectura de esos pasajes bien conmovedores de La tentación del fracaso. Aunque en el fondo a mí también, como a Ribeyro, me atormentaba la posibilidad de transformarme en crítico.
¿Por qué?
Porque aspiraba a escribir. Pero durante mucho tiempo sentí que era mejor escribiendo sobre literatura que haciéndola.
¿Ese tiempo fue el de tu experiencia como estudiante de literatura? Sí, el que pasé en la academia, un lugar en el que me sentía mucho más seguro que en el de la escritura literaria. Porque aunque escribía y publicaba unos poemas por aquí y por allá, me sentía muy inseguro con eso, y en definitiva vivía la literatura como un juego que me permitía socializar y compartir manuscritos y opiniones. Pero donde me sentía seguro era en la academia. Sólo que ese proyecto fracasó muy temprano para mí. No había trabajo y no ganaba los concursos que creía que merecía ganar, así que toda esa alegría de leer críticamente, construir comunidades académicas y hacer gárgaras con el metalenguaje de pronto se fue a la mierda. Ahí, entonces, hubo un momento de mucha fragilidad en el que la literatura se me apareció como una posibilidad de creación y expresión.
¿Una literatura de rechazo a las formas académicas?
Un poco sí, porque le agarré fobia al metalenguaje. Yo quiero que lo que escriba se entienda en un primer nivel de lectura. El texto puede tener una cierta simpleza más o menos engañosa, pero me gusta que a primera vista uno pueda entrar y quedarse un rato. Mejor dicho: no quiero escribir algo que no vaya a decir en el contexto de una conversación. Y no se trata de buscar simpleza o complejidad, sino de hablar de cosas complejas de la manera más simple posible. Para llegar a eso me sirvió mucho escribir en la prensa, que es la materia de No leer.
Al imaginarte como crítico, en esas páginas también hablas de tu rechazo a ejercer una autoridad determinante.
es un intento de hacer crítica sin imponer un ejercicio enfático de la autoridad?
Era la idea, sí. Porque, además, yo llegué al periódico Las Últimas Noticias para reseñar “el libro de la semana” y hasta entonces yo leía, sobre todo, poesía. No había sido un lec-