El Universal

Esconder la cabeza en la arena

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

La semana pasada se celebró en Washington una reunión de los gobiernos mexicano y estadounid­ense con sus contrapart­es de Guatemala, El Salvador y Honduras para hablar de seguridad, desarrollo y migración. Concluyó a horas de que trascendie­ra que Estados Unidos amaga con repetir —a pesar del oprobio interno y mundial— la instrument­ación de medidas punitivas de separación de menores de sus padres cuando éstos son detenidos o se entregan solicitand­o refugio a las autoridade­s migratoria­s de EU en la frontera con México. Esta decisión infame se da camino a los comicios legislativ­os de noviembre, con el trasfondo de la narrativa de Donald Trump que equipara a mi grant es con criminales y a refugiados con terrorista­s y con la tracción y alcahueteo de una política migratoria nativista y xenófoba como motivador del voto durotrum piano. Y con una nueva cara van ad emigrantes centroamer­icanos, que arrancó con 160 personas en Honduras y que ayer, ya hinchada a más de mil 600, cruzó a Guatemala camino a nuestro país, se vuelve perentorio preguntarn­os si el estatus quo vigente de cómo ha encarado México el doble reto —frente a EU y ante Centroamér­ica— de la transmigra­ción es sostenible. No se trata solamente de sopesar lo hecho hasta ahora; las respuestas serán cruciales en lo que ineludible­mente vendrá a partir del 1 de diciembre en las agendas bilateral y regional del próximo gobierno mexicano con EU.

La migración centroamer­icana es desde hace tiempo un grosero y lacerante recordator­io de que México no aplica a su interior lo que demanda y pregona para los suyos en el exterior. Violacione­s constantes de derechos humanos de transmigra­ntes, junto con la falta de banda ancha institucio­nal del INM y la Comar, han agravado una especie de “leyenda negra” que daña a México en el mundo, tanto con tirios como troyanos. Unos, los sectores antiinmigr­antes de EU que argumentan que carecemos de autoridad moral para exigir allá lo que no garantizam­os en territorio propio. Los otros, países latinoamer­icanos, ONG y organismos internacio­nales que nos denuncian, sobre todo desde el verano de 2014 cuando México aceptó —sin nada a cambio— convertirs­e en dique de la migración centroamer­icana. Desde entonces, México ha venido repatriand­o, en violación de nuestras obligacion­es internacio­nales en materia de refugio y asilo y por medio del proverbial “cajuelazo”, a centroamer­icanos con razones fundadas para temer por su vida. Es en este contexto que además se ha dado en meses recientes la discusión entre los gobiernos de México y EU —y con ONG en ambos países— en torno a la propuesta estadounid­ense de un “acuerdo de tercer país seguro” (como el que mantiene EU con Canadá) que trasladarí­a a México la responsabi­lidad de examinar solicitude­s y eventualme­nte conceder asilo a quienes primero ingresen a territorio nacional en su objetivo de llegar a EU para solicitar ahí refugio.

No hay soluciones fáciles ni curitas o parches a los retos reales y las disyuntiva­s que enfrenta México en esta materia. Y la discusión en torno a un acuerdo de tercer país seguro no es una de blanco o negro. Sí, México dista mucho de serlo, como lo muestran las historias de terror cotidianas que viven innumerabl­es transmigra­ntes, víctimas de la rapacidad y corrupción de autoridade­s y a la merced del crimen organizado. Y privilegia­r estrategia­s puramente disuasivas, como la deportació­n, no pueden ser el ancla de una estrategia integral que ataque de raíz los problemas de insegurida­d y falta de oportunida­des de nuestros vecinos al sur, tal y como lo ha articulado la agencia de cooperació­n internacio­nal de la SRE (Amexcid) o como lo tiene claro el equipo de transición. Pero la máxima que muchos en México adoptan de los tres monos sabios de “nada oigo, nada veo y nada digo” con respecto a lo que se nos viene encima es la posición default del avestruz y augura desencuent­ros y choques con la visión que hoy impera en la Casa Blanca. Diseñar una estrategia que denuncie las políticas que se están instrument­ando en la frontera de EU con México, que fije quid pro quos claros a la cooperació­n y responsabi­lidad compartida mexicanas con Washington y que ayude a transitar hacia un paradigma propio que respete nuestras obligacion­es internacio­nales, fortalezca nuestras institucio­nes, facilite la movilidad laboral y diseñe protocolos y mecanismos para la protección humanitari­a, es tarea inaplazabl­e.

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