El Universal

Adriana Malvido

Grandeza

- adriana.neneka@gmail.com

Ayer se cumplieron 50 años de un momento que impactó al mundo durante los Juegos Olímpicos de 1968: Tommie Smith y John Carlos, medallista­s de oro y bronce en 200 metros planos, levantan el puño con un guante negro mientras escuchan el himno de Estados Unidos. La imagen recorre el planeta, se hace ícono de la lucha contra la discrimina­ción racial. Y no sólo el australian­o Peter Norman, ganador de la medalla de plata, se solidarizó con ellos. Hubo alguien más que, pese a las presiones del Comité Olímpico Internacio­nal, apoyó a los atletas e hizo posible que se expresaran con libertad.

Lo dice una fotografía del momento, impresa y enmarcada que lleva una dedicatori­a de puño y letra: “Pedro, thank you for your positive social involvment in the games. Best wishes, 19th Olimpiad, Mexico City”, y firma Tommie Smith. La vi hace meses en el despacho del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizado­r de los Juegos Olímpicos de México y me sorprendió tanto como cuando a los 11 años miré por televisión, al igual que 600 millones de espectador­es, aquella escena cargada de fuerza y dignidad.

Los antecedent­es: En una carta dirigida al arquitecto mexicano, fechada el 31 de julio de 1968, Avery Brundage, presidente del COI, lo alerta sobre posibles protestas en el campo de juego y le previene que deben estar preparados para evitarlas. Anexa un artículo del London Times acerca de, en sus palabras, “la participac­ión de los negros” en los Juegos de la XIX Olimpiada. Con copia para Douglas Roby, presidente del Comité Olímpico de EU, en la postdata ordena que aquellos que se manifieste­n sean removidos de los juegos y enviados a casa y que todos los competidor­es de Estados Unidos deben ser advertidos. Un día antes, la prensa reproducía una declaració­n de Tommie Smith: “No somos escuchados, pero podemos ser vistos”. Y el Chicago Tribune citaba a Lee Evans, campeón de los 400 metros, quien daba a conocer la decisión de asistir a los juegos luego de una votación unánime de los deportista­s inspirados en el Black Power, pero también aseguraba que elevarían algún tipo de protesta. El 5 de agosto, en una carta más, Brundage reiteraba las amenazas.

En diciembre de 1967, Ramírez Vázquez había fijado su postura durante una larga conferenci­a de prensa en el Overseas Press Club de Nueva York a la que asistieron un centenar de periodista­s. Ahí, según la nota de El Día (14/12/67) destacó que el Programa Cultural sería “un verdadero retorno a los orígenes de los Juegos Olímpicos antiguos que servirá a la causa fundamenta­l de éstos que no es otra que el acercamien­to de los pueblos”.

Luego, cuando un reportero le preguntó acerca del “posible boicot de algunos atletas negros norteameri­canos de primera fila”, declaró: “Es este un problema interno de los Estados Unidos. Pero en mi calidad de presidente del Comité Organizado­r, creo que estos jóvenes aspiran a obtener el mismo objetivo que nosotros nos hemos fijado: organizar los Juegos Olímpicos en México sin distinción de ninguna clase. Como ciudadano de un país fundamenta­lmente antidiscri­minatorio, opino que esos atletas hallarían en México una excelente ocasión de ejercer sus derechos, es decir, de participar, si tienen la ocasión, en una manifestac­ión que forma parte justamente del ideal que ellos mismos se han fijado”.

Pedro Ramírez Vázquez libró muchas presiones más, según la documentac­ión proporcion­ada por su hijo Javier Ramírez Campuzano. Brundage le insistía en invitar a los juegos a la Sudáfrica del Apartheid que mantenía encarcelad­o a Mandela. Él se negó. En carta del 19 de agosto de 1969, el mismo funcionari­o le reprochaba la inclusión de las imágenes “de la sucia demostraci­ón de los negros contra la bandera de Estados Unidos” en la película oficial de los juegos en México y le exigía retirarlas. El arquitecto ignoró las presiones y el momento permanece en la cinta que dirigió Alberto Isaac.

Y en el espíritu de atletas de la talla de Colin Kaepernick, LeBron James, Stephen Curry…

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Medallista­s de 1968 protestan con el puño en alto.
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