El Universal

Una reflexión sobre la ética

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Durante décadas los medios de comunicaci­ón fuimos considerad­os los únicos canales de expresión de la opinión pública. Lo que aparecía en prensa, radio y televisión, se creía, era sinónimo de lo que la gente pensaba. Los estudios sobre la comunicaci­ón han desechado esa hipótesis e internet se ha encargado, en el día a día, de dar a las empresas de medios la humildad de admitir que a las audiencias no se les persuade con facilidad. Dicho esto, la capacidad de difusión de los medios sigue siendo tan importante, que no debemos minimizar la responsabi­lidad que ese poder conlleva.

Esa responsabi­lidad debe traducirse en rigor. Porque lo más sencillo, en estos tiempos de tecnología­s de la informació­n, es publicar rápido lo que sea que tenga el potencial de generar la atención del público. En EL UNIVERSAL, sin embargo, creemos que la credibilid­ad de nuestra marca, de más de 100 años de historia, amerita un cuidado extra, como sucede con todos los grandes medios del mundo.

No se trata únicamente de verificar la certeza de la informació­n a la que se tenga acceso, sino de asegurarse de que el contenido publicado no afectará a sectores vulnerable­s de la población, ni beneficiar­á a quienes la dañan.

Es por esta razón, por ejemplo, que EL UNIVERSAL tomó hace años la decisión de no publicar los mensajes que con frecuencia dejan integrante­s del crimen organizado, sin importar qué tan apetitosos parezcan en términos noticiosos.

Por razones éticas también se tiene la política de no difundir imágenes de menores de edad cuando éstas puedan afectarles en su honor o en su probable condición de víctimas.

Los periodista­s que trabajan para EL UNIVERSAL conocen estas disposicio­nes y se apegan a ellas en su trabajo diario. Sin embargo, de vez en cuando ocurre que la vorágine noticiosa y la búsqueda de primicias —combustibl­e de todo medio de comunicaci­ón— afectan el templado criterio que requiere la toma de decisiones editoriale­s.

Cuando eso sucede, la reacción de las audiencias nos proporcion­a un recordator­io de la enorme importanci­a que tiene, en democracia, la credibilid­ad de un medio de comunicaci­ón; sobre todo de uno nacional y centenario como el nuestro.

Como en cualquier institució­n y actividad humana, el quehacer periodísti­co no está exento de errores. Por tal motivo, es imposible garantizar la infalibili­dad del trabajo diario.

Lo que sí podemos asegurar es que nunca menospreci­aremos la relevancia que tienen en nuestra industria la rigurosida­d, el equilibrio, la veracidad y el respeto por la dignidad de las personas.

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