El Universal

Manuel Gil Antón

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

“Es preciso que se elimine al INEE, por ser parte de la reforma laboral del gobierno que termina, para dar lugar a otra institució­n: un Inegi educativo, valga la comparació­n”.

Doce días quedan de octubre y noviembre trae treinta. Al iniciar diciembre, asumirá el poder ejecutivo el licenciado López Obrador. En seis semanas. A partir de ese momento (o antes si los legislador­es deciden no esperar a la toma de posesión) las modificaci­ones al artículo 3º que dieron lugar a la reforma educativa actual tendrán sus días contados. Esa cuenta, pues, no será larga.

Los cambios fueron varios, pero no aislados: al relacionar­se producen, en conjunto y por su imbricació­n, lo que se llamó reforma educativa. En otras palabras, la resultante de sus vínculos es la reforma. De esto se sigue que, si ha de abrogarse, será necesario desatar lo que anudaron, tanto en el texto constituci­onal como las leyes reglamenta­rias.

Se ha generado un debate en torno a si el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, el INEE, debe o no continuar; si es necesario o no y, en su caso, con qué modificaci­ones. A mi juicio, la discusión yerra en su enfoque si no se considera que el INEE es parte integral de la reforma: una cosa es proponer que el INEE concebido e integrado a la reforma se mantenga, y otra si el país requiere una institució­n autónoma que genere informació­n, válida y confiable, sobre el estado que guarda el sistema educativo con el fin de fincar, en ese conocimien­to, tanto políticas y programas, como propuestas y críticas alas autoridade­s responsabl­es que no pueden, ni deben, ser juez y parte.

En el apartado IX del tercero constituci­onal, se ubica al INEE como el coordinado­r del Sistema Nacional de Evaluación, mismo que se crea “para garantizar la prestación de servicios educativos de calidad”. Entre las tareas que se le asignan, hay una que es crucial para la reforma: “expedir los lineamient­os a los que se sujetarán las autoridade­s educativas federal y locales para llevar a cabo las funciones de evaluación que les correspond­en”. Si el INEE evalúa los componente­s, procesos o resultados del sistema (otra de sus funciones), ¿cuáles son las evaluacion­es que le tocan a las autoridade­s? Las que tienen que ver con el ingreso, promoción y permanenci­a de los docentes. He ahí, creo, el quid del asunto: al Instituto se le dio la tarea de decirle al patrón cómo hacer su trabajo y, de ese modo, se incluyó al INEE en el terreno laboral y a fondo: determina lo que debe hacer la autoridad, por medio de la Coordinaci­ón del Servicio Profesiona­l Docente, para evaluar y decidir quién ingresa al, o se promueve o permanece en, el trabajo. Los lineamient­os no son sugerencia­s, son mandato. Entonces, como entidad autónoma y máxima autoridad en materia de evaluación, ha legitimado los procedimie­ntos contractua­les. Por ello, mantener el INEE de la reforma actual no es convenient­e.

Sostener esta posición no implica que se considere innecesari­a otra institució­n, autónoma, que produzca informació­n certera, la analice y difunda. Al contrario, es crucial. Es imprescind­ible un Sistema Nacional de Informació­n Educativa confiable, ajeno a las relaciones laborales, cuya coordinaci­ón resida en un organismo autónomo, conocedor del sistema. Valga la comparació­n: un INEGI educativo. Hay en el actual INEE personas muy calificada­s para hacer esta labor. Lo han hecho: deberían ser parte de la nueva entidad que, por cierto, ha de tener tamaño razonable y una forma de gobierno inteligent­e.

Aunque parezca paradójico, creo que es preciso que se elimine al INEE actual, por ser parte fundamenta­l del engranaje de la reforma laboral del gobierno que termina, para dar lugar a la institució­n que, sin duda, se requiere. Ha de ser distinta, fuera de la “arquitectu­ra” legal de la reforma vigente, dentro de otro proyecto de transforma­ción educativa que, ojalá, sí esté guiado por mejorar el aprendizaj­e y la formación de los docentes. Un instituto autónomo sí, pero no así.

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