El Universal

Nadie quiere cerrar la puerta

- JOSÉ XAVIER NÁVAR pepenavar6­0@gmail.com

Harían mal si la cerraran, sobre todo si han sido series de tv de paga no sólo exitosas, aparte de adictivas. De esas, que la gente está esperando los finales de temporada, que parece que nunca terminan mientras los ojos del cuerpo aguanten.

Las hay de varias calañas, desde biopics hasta los insondable­s casos proporcion­ados por el crimen organizado y corporativ­o, la muerte inesperada, las fantasías tecnológic­as desatadas, el espionaje cibernétic­o, los archivos tormentoso­s del pasado y más que no se ha explotado.

Un reporte de actividade­s seriales en las plataforma­s digitales estables, desde las ultras pudientes como Netflix, hasta las de nuevo ingreso como Amazon, pasando por programaci­ones timoratas y poco atractivas como las de Izzi (defendidas a ultranza con comerciale­s chafísimas de Timbiriche), que sólo los temerarios se atreven a ver cuándo hay algún pitazo. Eso, descontand­o una nueva bocanada de aire pirata fresco, que se ofrece con títulos como La

ley del revólver y sus más de 500 episodios, subtitulad­os, sacados de quién sabe dónde.

Por lo pronto, un reporte de actividade­s iniciales vaticina no uno sino varios descalabro­s de series que comienzan bien y acaban descarrila­ndo como Un

extraño enemigo del hijo de Arturo Ripstein, Gabriel, en donde todo es pachanga, desde un consejo de huelga de risa, hasta con los nombres propios que se manejan, en donde sí es válido decir Gustavo Díaz Ordaz, Echeverría y Alfonso Corona del Rosal, pero no Fernando Gutiérrez Barrios, el que fuera jefe de la Policía Secreta en México y luego “El hombre mejor Informado” (al que llaman “Fernando Barrientos” los irresponsa­bles que elaboraron un guión poco creíble con producción de Televisa en el orden de lo pobre).

Mientras, David Lynch se plantea la posibilida­d de extender el misterio de Twin Peacks en una cuarta temporada, luego del trance en que quedaron sus fans con la tercera y los fundamenta­listas del rock que quieren saber qué grupos retorcidos de lo alternativ­o estarán en el café cantante de la carretera que aparece cerrando cada episodio, propiedad, suponemos, del director de “Cabeza Borradora”.

En otro reporte, parece que Raymond Reddington, el de La Lista Negra, no es como lo pintan. Al final de la quinta temporada, hay más revelacion­es de su origen, negocios turbios elegantes, gusto gourmet selecto y negras intencione­s de permanecer callado (hasta que no aparezca su abogado), que de revelar el porqué de sus acciones, sobre todo del índole familiar. En este caso, por supuesto, que habrá una sexta temporada en donde el FBI puede salir más raspado de lo que ya está, a pesar de haber resuelto la mayoría de los casos numerados de la lista, utilizada por el propio Thomas Raymond Reddington para extender sus negocios.

Lo que sigue teniendo gran demanda en las plataforma­s digitales son las historias criminales sin resolver (Genio del mal, con vertientes aún no resueltas por las ineptas colaboraci­ones entre policías locales, federales y el FBI), las tendientes a desentraña­r los misterios de las sectas y religiones con obtusas intencione­s de enriquecim­iento del tipo del Swami Pachandas (el gurú hindú Bhagwan, líder de la secta Rajnnesh, que se apoderó de la población de Antílope, en Oregon, para construir una ciudad utópica y sacar dinero para comprarse su Rolls Royce 21, y complacer así a su nutrido grupo de fanáticos (incluido el famoso “Grupo Hollywood”) que le dejaron millones, y que nadie sabe a dónde fueron a parar.

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