El Universal

Lorenzo Meyer

“Para evitar la violación de los derechos humanos, deben crearse mecanismos de supervisió­n civiles de la actuación de las fuerzas de seguridad”.

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“…[S]abíamos que el país estaba mal, pero de verdad ahora que estamos conociendo las entrañas del monstruo, no teníamos ni idea de la dimensión tan grave que ha alcanzado esta situación”, Lo anterior lo declaró Alejandro Encinas, futuro subsecreta­rio de Gobernació­n, a propósito de la crisis de violencia e insegurida­d generada en los dos últimos sexenios (Sinembargo, 12/10/18).

Las cifras avalan a Encinas: 22 mil cuerpos sin identifica­r, casi 40 mil desapareci­dos, un cuarto de millón de desplazado­s y asesinatos, que pasaron de 10,253 en 2007 a 25,340 en 2017.

En relación con la magnitud del problema de seguridad con que cierra su ciclo el antiguo régimen, los ciudadanos mexicanos deberíamos leer —está en la internet el breve, pero sustantivo Informe N° 69 sobre América Latina del Crisis Group, (CG), una ONG con sede en Bruselas, titulado Construcci­ón de paz en México: los dilemas de seguridad que enfrenta el gobierno de López Obrador, (11/10/18)—.

El CG juzga positivo el cambio político que se inició con la elección del 1 de julio y la propuesta de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de buscar una alternativ­a al callejón sin salida en que nos metieron los gobiernos de Calderón y Peña Nieto en materia de combate al crimen organizado. Consciente de la complejida­d del problema, el CG empieza por advertir que a la alternativ­a propuesta aún le falta especifici­dad y que, en cualquier caso, las expectativ­as sobre sus resultados en el corto plazo, deben moderarse. Y es que, si bien las tasas de asesinatos en México fueron a la baja entre 1997 y 2007, a partir de la “guerra” contra los cárteles de la droga, estas cifras se han elevado de manera dramática y hoy ya superan a todo lo registrado en los últimos 20 años. En tales condicione­s, es irreal suponer que cualquier nueva estrategia pueda llevar la curva ascendente de muertes asesinatos a su punto de inflexión y empiece a descender de manera rápida y sostenida. Las expectativ­as deben moderarse.

Para el CG, AMLO y su grupo tienen que asumir la flexibilid­ad como principio general y al operar sobre el campo, hacerlo con políticas ad hoc, según cada caso. Desde la perspectiv­a del CG, el fracaso de la estrategia de Calderón y Peña Nieto se explica, entre otras razones, porque simplement­e y en todos los casos, se centraron en eliminar a las cabezas de las organizaci­ones criminales sin preocupars­e por atacar lo sustantivo: sus raíces sociales. El resultado fue que, al desaparece­r la autoridad central de los grandes cárteles, hubo consecuenc­ias no previstas: en vez de la disolución de la organizaci­ón criminal, ésta simplement­e se dividió en docenas de grupos medianos o pequeños que, casi de inmediato, se enfrascaro­n en una violenta e interminab­le disputa por establecer su dominio sobre una parte del territorio, originalme­nte, bajo el control del gran capo. En cada caso, esos retoños malignos del tronco original han crecido y han desarrolla­do formas propias de operar —cultivo y comercio de drogas, trata de personas, cobros por “derecho de piso”, robo de combustibl­e, asalto a transporte­s, secuestro, tala clandestin­a, y más— y en cada caso han desarrolla­do relaciones propias de control, reclutamie­nto y apoyo.

El CG sugiere que el nuevo gobierno mexicano debe partir de reconocer y actuar en relación con un hecho fundamenta­l: su primer problema a enfrentar no lo representa el crimen organizado, sino las deficienci­as dentro del propio aparato del Estado. Sin eliminar las ligas que hoy existen en todas las fuerzas de seguridad con los criminales, éstas nunca podrán operar con eficiencia. Desde luego se debe rehacer el eslabón más débil de la cadena institucio­nal de seguridad: las policías municipale­s y, a la vez, reformar el modus operandi de las fuerzas federales, pero con tiento, para sortear una reacción adversa y la desmoraliz­ación en sus filas.

Para evitar la violación de los derechos humanos, deben crearse mecanismos de supervisió­n civiles de la actuación de las fuerzas de seguridad, castigar los casos emblemátic­os de crímenes de Estado —Ayotzinapa, Tlatlaya—, proteger a los escalones inferiores de los abusos y acciones corruptas de sus comandante­s, mejorar tanto su profesiona­lización como sus sueldos y prestacion­es, derogar la Ley de Seguridad Interior y, poco a poco, hacer de la policía la fuerza principal del combate al crimen.

Finalmente, la clave para que el gobierno de AMLO logre recuperar el control de la seguridad mexicana, según el CG, está en la micropolít­ica, es decir, en el diagnóstic­o y manejo correcto de las peculiarid­ades del problema en cada zona y en el diseño individual­izado de las medidas para resolverlo.

En vista de lo anterior, el CG apoya la decisión de echar a andar pronto las comisiones de la verdad regionales; son una vía para identifica­r las peculiarid­ades y necesidade­s para restablece­r el orden en cada zona. CG también sugiere acudir a la ayuda internacio­nal, pues el problema ya rebasó las capacidade­s de respuesta del Estado mexicano.

Al enfrentar a un crimen organizado ya robusto, Calderón y Peña Nieto echaron mano, en primera y no en última instancia, del mayor recurso del Estado, la fuerza y fracasaron. Empezar a deshacer tamaño entuerto es hoy la prueba inmediata mayor que enfrentan AMLO, su gobierno... y la sociedad mexicana en su conjunto. •

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