El Universal

Oaxaca los recuerda con mole y mezcal

- YURIDIANA SOSA eluniversa­l.oax@gmail.com

Oaxaca de Juárez.— En Oaxaca, recibir a los muertos también se hace en grande, sin escatimar en sabores, colores y aromas en los altares.

Generacion­es tras generacion­es conservan el invaluable significad­o de realizar un altar. Esta tradición se vive en las ocho regiones, principalm­ente en los Valles Centrales.

La celebració­n comienza semanas atrás, con el aroma de los campos de cempasúchi­l, las chocolater­ías donde muelen la bebida por excelencia y en los hornos de las panaderías que se desbordan de dulce olor.

Todos se preparan para que la convivenci­a de vivos y muertos sea excepciona­l. Pues solo una vez al año se vuelven a encontrar. Será un gran momento para bailar, beber, comer, platicar, reír y llorar.

De fiesta

Desde una semana antes de la festividad comienzan las compras para adornar el altar. Las familias acuden a las plazas populares y mercados para ir por frutas, incienso, copal, velas y los ingredient­es para preparar la comida que ofrendarán a sus difuntos.

Hay altares con extensas telas blancas o con papel picado de colores. Se utilizan cañas de azúcar para formar arcos que señalan la entrada a los difuntos y se iluminan con veladoras.

En las cocinas domina el aroma de alguno de los siete moles de Oaxaca: rojo, negro, amarillo, almendrado...

Alrededor del altar, en la sala o en el patio, reina el sabor a mezcal.

Los días de luto y fiesta

Las delicias exclusivas de Oaxaca no deben faltar el 31 de octubre, como el gelatinoso nicuatole y el tejate, “bebida de los dioses”.

El 1° de noviembre se recibe a los “angelitos”, los niños. Para ellos hay dulces. También es el día de “llevar los muertos”: la familia comparte una porción de su ofrenda de casa en casa.

El 2 de noviembre está dedicado a los difuntos adultos. En su altar siempre habrá mezcal.

En comunidade­s de los Valles Centrales, como en Santa Cruz Xoxocotlán o en Santa María del Tule, las familias acuden a los panteones para gozar de la presencia de sus muertos.

La fiesta es más grande, pero también hay luto marcado, contradict­oriamente, en comunidade­s del Istmo.

Hasta los panteones llega la banda y las comparsas de personas con disfraces alusivos al festejo. La charla se centra en las vivencias con el difunto.

En el Panteón General de la capital, con centenares de velas crean un espectácul­o sin igual. Ya son tradiciona­les los tapetes de arena a pie de altares o en la Plaza de la Danza. En otros espacios públicos hay concursos de altares, que son una muestra de la pluralidad cultural, desde la Cuenca hasta el sur, en la Costa.

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Se elaboran tapetes de arena.

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