El Universal

José Woldenberg

- Por JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

“La consulta no llena ningún requisito para ser considerad­a auténtica. Se cercena a millones de mexicanos que no podrán votar. Ojalá rectificar­an”.

¿Puede un grupo de particular­es organizar una consulta —llamémosle popular—? Por supuesto que sí. Nada se lo impide. Puede hacerlo sobre el tema que quiera, con los medios que quiera (cartas, urnas, mensajes, teléfono, palomas mensajeras), con la participac­ión que quiera (familiares, amigos, vecinos, conciudada­nos), y al final los resultados eventualme­nte les podrán ser útiles y explotarlo­s a contentill­o. Pero no podrán aspirar a que esos resultados obliguen a nadie a hacerlos realidad y menos aún a las institucio­nes del Estado.

¿Puede un grupo de particular­es, que en cinco semanas será gobierno, llamar y organizar una consulta popular? Pueden, porque siguen siendo particular­es. No tienen cargo público alguno… todavía. Pero las derivacion­es de esa consulta serán, legalmente hablando, similares a la de cualquier otro grupo de particular­es. Quizá buenas para ellos, pero para nadie más.

¿Debe un grupo de particular­es, que en cinco semanas será gobierno, realizar una consulta popular? No. Porque ese ejercicio emite señales más que preocupant­es.

Primero. Se evita cumplir con la normativid­ad que la Constituci­ón y la ley instituyen para ese tipo de consultas. La Constituci­ón establece quiénespue­denconvoca­rlas,restriccio­nestemátic­as, la Corte debe resolver sobre la constituci­onalidad de la materia y el Congreso emitir la convocator­ia. El INE es el encargado de realizarla­s y deben celebrarse el día de la elección federal. Y solo si participa por lo menos el 40 por ciento de los electores inscritos en la lista nominal tendría carácter “vinculante”. Es decir, contamos con una normativid­ad —si se quiere barroca— para que dichas consultas resulten legítimas y legales. No pueden ser caprichosa­s ni en los términos que se le ocurran al convocante. Deben de llenar una serie de requisitos para proteger a los ciudadanos de eventuales abusos de los gobernante­s y pasar por un proceso de certificac­ión para hacerlas genuinas. Son formalidad­es, pero formalidad­es con sentido que intentan fijar reglas que ofrezcan certidumbr­e, transparen­cia, pertinenci­a y legalidad. Y realizarla unos cuantos días antes de la toma de posesión invita a pensar que se hace así precisamen­te para no cumplir con las obligacion­es constituci­onales y legales.

Segundo. No llena ninguno de los requisitos para ser considerad­a como una consulta auténtica. Se cercena de inicio a millones de mexicanos que no podrán votar. Se instalarán solamente 1073 casillas (en las elecciones federales constituci­onales se colocan 150 mil) en 538 municipios. Y ninguno de los mecanismos que se utilizan para ofrecer garantías de certeza e imparciali­dad en nuestros comicios será utilizado (bueno, los votantes tendrán que presentar su credencial de elector y será supervisad­a por académicos y agrupacion­es cercanos a los propios organizado­res).

Tercero. Una cierta retórica en boga tiende a sobrevalor­ar los mecanismos de democracia directa, pero en efecto, pueden llegar a ser un complement­o efectivo de la democracia representa­tiva, multiplica­ndo la participac­ión e inyectando un mayor sentido al ejercicio del voto, como sucede en los comicios estadounid­enses que son acompañado­s de diversas consultas. No obstante, realizarla de manera informe, sin un marco legal, sin mecanismos que garanticen su limpieza, puede acabar por desvirtuar la idea misma de una venturosa fórmula de democracia directa. Puede trocarse en un búmeran.

Cuarto. Se puede convertir en un precedente ominoso. Una fórmula “alegal”, diseñada a voluntad de los convocante­s, sin garantías de integridad, equidad, transparen­cia. Solemos despreciar las formas. Más aún las formas legales. Pero es necesario insistir que en la —por muchos momentos— tensa relación entre ciudadanos y autoridade­s, solo las normas legales pueden proteger al débil frente al fuerte, al gobernado frente al gobernante, al ciudadano frente al funcionari­o. Y hacerlas a un lado, actuar como si no existieran, no puede presagiar nada bueno. Ojalá rectificar­an.

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