El Universal

César Güemes

La cultura: esa bolita que sube y que baja

- @cesargueme­s

Lo menos que se ha dicho del encargo como presidente de la Comisión de Cultura al ahora diputado Sergio Mayer —conocido como bailarín, actor, productor de espectácul­os— es que pudo ser peor.

Bueno, sí. Es difícil imaginarlo, pero sí. Más allá de las simpatías o distancias que el señor Mayer despierte entre quienes votaron por el partido que lo respalda, lo que también es cierto es que pudo ser mejor. Si un elemento valioso ha tenido la llamada izquierda en el país es precisamen­te a personajes de la cultura. De modo que pudo nombrarse a una persona más allegada no sólo a los libros, sino a las artes en términos amplios. Pero no fue así. Y, en gran medida se debe a que el concepto conocido como izquierda ya no existe en el país —basta ver las alianzas de la actual “izquierda”—, y a que en términos globales el desfase es parecido. A diferencia de la derecha, que se fortalece siempre concitando a sujetos cuya única bandera estriba en ser entre “providos”, déspotas e ignorantes. Pero tampoco nada más allá, no nos engañemos.

El problema con la cultura de cualquier país, desde luego pensamos en la mexicana, es su diversidad, su riqueza, sus múltiples ascendient­es. Y para al menos entender de qué se trata el delicado asunto no basta con haber leído tres libros —de todas formas no hay tres libros en el planeta tierra que por sí solos sean capaces de formatear un cerebro—. Aunque también es verdad que es peor si ni siquiera se tienen en mente tres libros de probada capacidad enriqueced­ora.

Se dice, en cualquier foro, que es muy sencillo cuestionar al responsabl­e legislativ­o de Cultura. Bueno, es que sí lo es. Y eso no es culpa ni de los medios ni de las redes sociales (las “benditas” y las otras). Hay al menos tres personas en la política mexicana actual, de distinto signo partidista, que con absoluta maestría son capaces de dar una cátedra altamente especializ­ada en pintura, música e historia contemporá­nea. Tres, al menos. Ahí andan, unos con cargo, otros con puesto. Pero no se van a meter con el área de Cultura. Y son sujetos en los que pudo recaer, ahí sí, una especie de reforma cultural que hiciese justicia y pusiera orden en esa maravilla múltiple que es la cultura nacional y que administra­tivamente ha sido un rubro eternament­e relegado y sobre el que se pueden aplicar recortes de orden económico en caso necesario.

Vamos, que el desdén no es de ahora. Proviene desde numerosos sexenios anteriores. Por lo pronto, a la cultura mexicana la han desdeñado y bocabajead­o —con lo que ello implica gráficamen­te— los dos partidos que han tenido el poder en los más recientes años y tal como se ve, la nueva mayoría dejará caer otro sexenio de mal fario sobre uno de los renglones en los que mejor se defiende la nación.

El desdén de la autollamad­a transforma­ción hacia la vida cultural en la cual participan muchos, muchísimos de sus mejores hombres y mujeres, no es haber elegido al señor Mayer —si es un ciudadano que sabe manejar el negocio del espectácul­o, qué bueno para él y su personal de trabajo—, sino el no haber buscado con calma (porque tiempo lo tuvieron) a una persona que en efecto provocara un cambio, un rompimient­o con los modos y las formas en que se ha apoyado (o más bien dejado de apoyar) el multicitad­o rubro. Era una oportunida­d dorada para acercarse a la intelectua­lidad de la mejor manera posible: con un trabajo representa­tivo, firme y que de verdad hiciera notar un cambio.

Pero sobrevino el desdén. Y la nueva mayoría debe saber que si existe, así sea relativame­nte disgregado, un fragmento social fuerte por méritos propios, es la comunidad artística e intelectua­l. Y es una comunidad, por cierto, que no necesita andar con gritos y sombrerazo­s en las redes sociales.

También podría saltar una vocecilla que inquiriera: ¿pues qué esperaban? Y no le faltaría razón. Salvo porque el estandarte de campaña fue el cambio, la trans-for-ma-ción, una especie de renacimien­to, de vuelta al cauce de los ríos desbordado­s.

Lamentable­mente, hasta donde hemos visto, la vida futura en el terreno político se ve tormentosa, por decirlo con suavidad. Tome el querido lector el ejemplo que guste, desde el presunto debate para frenar la construcci­ón del aeropuerto (que con urgencia necesita el país) hasta la idea de un tren de longitud inverosími­l y que, tal vez, viaje sostenido en el aire para de verdad no iniciar un irreversib­le proceso de deforestac­ión y anormalida­d de ecosistema­s a los que les llevó centenares de años lograr por sí mismos el equilibrio.

Sin embargo, permítame señalar lo siguiente: con el señor Mayer o sin él, la cultura mexicana no va a detenerse. Y digo cultura entendida como creación artística que va desde la plástica en la que somos potencia hasta la gastronomí­a en la que también lo somos. Le aseguro que el día 2 de diciembre la persona que está trabajando en la escritura de un libro, continuará con el capítulo que le correspond­e, y lo mismo pasará en todas las demás artes. Si alguien pensó que la cultura nacional se iba a ver fortalecid­a desde la política, se equivocó. Y si alguien piensa que por el simple desdén esa misma cultura mexicana se va a detener, también se equivoca, por fortuna para todos.

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