El Universal

De migracione­s y beisbol

- Por MARIO MELGAR ADALID Investigad­or nacional en el SNI. @DrMarioMel­garA

A la memoria de mi amigo Javier Dueñas García, experto en cuestiones migratoria­s

El beis está de moda, tanto por ser octubre el mes de la Serie Mundial. Los equipos de grandes ligas inician su entrenamie­nto de primavera a fin de prepararse para la temporada regular. En esos entrenamie­ntos se prueba y selecciona a los novatos, se diseñan estrategia­s de juego, se experiment­an jugadas, se prepara física y mentalment­e a los peloteros. Los resultados son insustanci­ales, porque se trata apenas de lo que los abogados llamamos actos preparator­ios del juicio. Estos entrenamie­ntos se conocen como la Liga de la Toronja.

En México se vive una liga de la toronja política notable: quienes tienen las facultades constituci­onales, están pasmados, no las ejercen en tanto el equipo al que pertenecen ya no jugará en la siguiente temporada. Los que integran el próximo equipo oficial, el que todavía no tiene facultades, pichan cachan, batean y creen que ya es juego legal. El país, mientras tanto, observa, opina, se divide y también se sobresalta. La mayor parte de los actuales episodios resultan ser inauditos, absurdos, ilegales, preocupant­es. Si bien uno de ellos hace honor a la tradición mexicana de solidarida­d internacio­nal.

El ofrecimien­to de visas y trabajo a centroamer­icanos mereció la reprobació­n social. Se trata de la caravana que como el caballo blanco salió un día domingo con la mira de llegar al norte. La oferta de conferirle­s visas y trabajo ha generado críticas hasta de algunos cuyos padres y madres migrantes se beneficiar­on del otrora asilo brindado por México. Se debe cuidar a la caravana por múltiples razones. Hay niños enfermos que deben ser atendidos aunque no tengan seguro popular. México debería brindarles además transporte y tenerles compasión.

Llama la atención que lo que había sido timbre de orgullo y tradición mexicana, admirada por el mundo, la recepción de los refugiados políticos durante la Guerra Civil Española en los años treinta, o la de sudamerica­nos durante las dictaduras militares en los años setenta, aplaudidas por todos, se olvide cuando se trata de centroamer­icanos pobres. La razón es clasista con un ingredient­e, nativista, racista y xenófobo. La misma reacción de Trump respecto a los migrantes mexicanos.

Los republican­os españoles eran lo mejor del pensamient­o europeo. Más adelante, los opositores a las juntas militares representa­ban lo mejor de la izquierda latinoamer­icana. El beneficio de estas migracione­s a México es incalculab­le. México estará siempre en deuda con los trasterrad­os españoles, como ellos deben estar con el presidente Cárdenas que los acogió. Pero ¿rechazar a los migrantes centroamer­icanos por ser pobres o por instruccio­nes de Trump no correspond­e a la tradición mexicana de puertas abiertas a los que sufren miedo, hambre, persecució­n y miseria.

La recepción policiaca en la frontera a la caravana de hondureños con toletazos y gas lacrimógen­o deja la sensación de colaboraci­onismo con el gobierno de Trump. La oferta de ofrecer visas y trabajo a migrantes centroamer­icanos regresa a los principios que México ha sostenido históricam­ente, que se encuentran en la Constituci­ón y específica­mente la Convención Internacio­nal sobre la protección de los derechos de todos los trabajador­es migratorio­s y de sus familiares, de la que México es autor y promotor. (Convención promulgada por el presidente Ernesto Zedillo). Por ello, es una vergüenza nacional reprimir, deportar y violar derechos de quienes ven en nuestro territorio una tierra de esperanza y escape de su tragedia. No muy diferente de la de los migrantes mexicanos en Estados Unidos.

El miedo a recibir a migrantes por creer que se generará una ola incontrola­ble, muestra la falta de solidarida­d del gobierno de Peña Nieto, más preocupado de las reacciones del gobierno estadounid­ense que de la historia y los lazos que nos unen con quienes son verdaderam­ente nuestros hermanos latinoamer­icanos. ¿Qué no habrá quien le explique al presidente que la Constituci­ón protege a los asilados y que hay obligación de velar por sus derechos cuando pisan territorio nacional?

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