72 horas en Chihuahua
Abordo del Chepe, recorrimos hermosos paisajes y disfrutamos de su cocina
“Este es un viaje que todos los mexicanos debemos de hacer al menos una vez en la vida”, es el consenso al que todos los compañeros de viaje llegamos una vez finalizamos nuestro recorrido de dos días a bordo del nuevo Chepe Express, un tren de lujo que comenzó sus andares en mayo de este año yque se caracteriza por sus ventanales panorámicos, cómodos asientos, bar, terraza y el restaurante Urike, cuyo menú fue diseñado por los chefs Daniel Ovadía y Salvador Orozco; el restaurante cuenta con un domo que te permite disfrutar del paisaje.
A diferencia del Chepe clásico, que tiene contadas salidas a la semana, el Express cuenta con corridas diarias desde Creel rumbo a Los Mochis y viceversa (puedes escoger entre hacer el viaje sencillo o redondo), mientras que las paradas que se pueden realizar son únicamente cuatro: en el pueblo mágico de Creel, Divisadero —donde están las barrancas del Cobre—, El Fuerte, también pueblo mágico y Los Mochis, ambos en Sinaloa. Asimismo, el Express cuenta con dos clases: turista y ejecutiva. Las principales diferencias entre ambas —además del costo— se encuentran en el acceso exclusivo a la terraza y preferencial al bar y restaurante que gozan los pasajeros ejecutivos.
De Creel a los Mochis en tres días
La aventura comienza en la ciudad de Chihuahua, a donde se puede llegar en vuelo directo desde la CDMX. Aún falta camino por recorrer antes de llegar a Creel —punto del que parte el Chepe Express—; sin embargo, como el viaje en tren inicia hasta el día siguiente, nuestros guías Pedro Palma, de la agencia de viajes Tara Aventuras, y Rita Meraz, del fideicomiso de turismo de Chihuahua, deciden mostrarnos un poco de lo que ofrece el destino.
La primera parada es ciudad Cuauhtémoc, uno de los municipios más poblados del estado y conocido por albergar parte de la comunidad menonita. El paisaje se compone de plantaciones de manzana y granjas en las que se produce su queso. En Cuauhtémoc existe la posibilidad de visitar alguna colonia o, bien, ir al Museo Menonita y así conocer más acerca de esta comunidad, que llegó a México en los veinte.
El camino continúa. Ya es hora de comer y Pedro y Rita nos llevan a la zona de Cusárare. Aquí puedes hospedarte o, como en nuestro caso , comer en el Cusárare River Sierra Lodge, una posada ecoturística. Nuestras anfitrionas fueron las hermanas Cruz Rodríguez, María y Martha, quienes nos agasajaron con sopa de lentejas y chilacas rellenas de queso, un chile que encontraremos con frecuencia a lo largo de nuestra estancia, al igual que el chile pasado.
Después de saciar el apetito partimos rumbo a la Cascada de Cusárare, una impresionante obra natural de 30 metros que roba el aliento. Para llegar es necesario realizar una larga caminata, pero vale la pena la peregrinación, en donde disfrutas del riachuelo y la compañía de algunos rarámuri que van contigo.
Volvemos a partir. Esta vez rumbo a San Ignacio de Arareko, lugar que alberga múltiples atracciones, como un lago en el que puedes pescar, pasear o, como nosotros, admirar; aunque indudablemente querrás ir al Valle de los monjes, ranas y hongos, que no son sino formaciones rocosas que puedes conocer a pie o en bicicleta. Después de disfrutar de la naturaleza, el sol se pone y partimos rumbo a Creel. Nuestro lugar de descanso es el Hotel Quinta Misión, aunque la cenamos en Copper Lodge, una pizzería/cervecería en donde podrás probar pizzas a la leña elaboradas con quesos, salchichas y otros productos de la región, así como probar la cerveza local. Esa noche vamos a la cama soñando con nuestro viaje en tren...
Aún no son las seis de la mañana (hora de partida), pero ya nos encontramos en la estación de Creel, esperando el tren que partirá rumbo a Divisadero. Acompañado de su típico silbido, abordamos. Después de entregar nuestro equipaje y por sugerencia de nuestros guías, nos dirijimos al área lounge, en donde disfrutamos de chocolate caliente y una gigantesca concha. Nos espera uno de los amaneceres más bellos, por lo que nos encaminamos a la terraza y sin importar el frío de la mañana, bajamos los ventanales para disfrutar del aire puro y el paisaje lleno de coníferas que sobresalen de entre la niebla. Hip- notizados, no sentimos la hora y cuarto que dura el hermoso trayecto.
Llegamos a Divisadero, hogar de las Barrancas del Cobre, lugar en que convergen siete barrancas, como las famosas Urique y Tararecua. “Existen distintas versiones acerca del origen del nombre de las barrancas; la realidad es que hay un lugar llamado el Tejabán en donde se solía extraer este mineral”, relata Pedro al llegar al Hotel Mirador, nuestra segunda pernocta y el hotel con la mejor vista a las barrancas.
Después de desayunar —rajas de chilacas y tortillas de harina—, partimos al Parque de Aventura Barrancas del Cobre, apto únicamente para los intrépidos que quieran disfrutar los circuitos de tirolesas, incluyendo el Zip Rider (que alguna vez fue el más grande del mundo), cruzar puentes colgantes o hacer la vía ferrata. O, bien, si deseas algo más tranquilo, gozar de caminatas o subirte al teleférico y disfrutar del paisaje, la realidad es que, no importa hacia dónde voltees, la vista es impresionante.
La mayoría de nuestro día transcurre en el parque, pero aún no se pone el sol y regresamos al hotel para seguir disfrutando de Divisadero. Falta tiempo para la cena, por lo que decidimos visitar a Rufina, una mujer rarámuri que nos recibe en su casa y prepara tortillas mientras nos explica un poco sobre su día a día. “En la mañana y tarde preparo mis tortillas, tengo árboles frutales, pero también una milpa con maíz y frijol. También guiso nopales con cebolla, tomate y frijol”, platica la cocinera.
Después de la visita, Pedro nos invita a caminar por las barrancas; andamos en silencio, disfrutando de la maravillosa vista que nunca deja de sorprender. Pronto llega la noche y vamos a la cama. Nos espera un último pero largo día... Son las siete y media de la mañana y nos encontramos de nuevo en la estación, nuestro destino: El Fuerte. Este es el tramo más largo del viaje; dura casi seis horas que, aunque parezca mucho tiempo, ten por seguro que se van como agua entre el desayuno, la vista y la plática.
Por fin toca comer en Urike, pedimos huevos a la cazuela con salsa de chile colorado y un espectacular chile relleno de chicharrón en salsa verde. “El menú hace uso de ingredientes regionales tanto de Chihuahua como Sinaloa. Toda la producción es elaborada en el tren. Sí, ha representado un reto cocinar en movimiento y también depende de la altitud, pero nos adaptamos. Es padrísimo cocinar en un tren y ver la satisfacción de los pasajeros”, explica Daniel de los Santos, chef de cocina en Urike.
Después del desayuno, regresamos a la terraza. Es imposible apartar la vista. Pronto las montañas rocosas y pinos dan paso a un exuberante paisaje tropical, lo cual comienza a marcar nuestra llegada a Sinaloa.
Pronto llegamos a la estación de El Fuerte y nos tenemos que despedir del tren. Nos transportamos al pueblo mágico en autobús, específicamente a la Posada del Hidalgo, un histórico hotel que data de la Colonia y perteneció a don Rafael Almada. Aquí disfrutamos de una rica comida de langostinos, especialidad del lugar, mientras nos platican la historia de El Zorro, un personaje que según nos cuentan nació en esta ciudad. Llegó la hora del adiós y partimos rumbo a Los Mochis, donde tomaremos el vuelo de regreso. Fue un viaje inolvidable.