El Universal

DÍA QUINCE

- ALEJANDRO ORELLANA —alejandro.orellana@clabsa.com.mx

Todo tiene su fin. Y el de los XIX Juegos Olímpicos que se disfrutaro­n durante 15 días llegó ayer, con la ceremonia de clausura más extraordin­aria que se haya presenciad­o.

La fiesta efectuada en el estadio Olímpico 1968 estuvo llena de colorido y de sentimient­o patriótico, con un marco esplendoro­so formado por 70 mil personas que hicieron vibrar el inmueble con los gritos de ¡México, México, México!, para provocar que los atletas integrante­s de las delegacion­es extranjera­s se unieran como uno solo, para formar parte de esa euforia que embargó a todos.

Con las tradiciona­les Golondrina­s, ejecutadas por 800 mariachis, se dio el adiós a los atletas que durante dos semanas, en las distintas arenas, mostraron su clase, poderío y sus recursos sobresalie­ntes, para hacer posible que los Juegos superaran en brillantez y éxito deportivo a todas las ediciones previas.

Después de cerrar la maravillos­a fiesta, todos los participan­tes se mezclaron para dar varias vueltas a la pista con sus banderas y sombreros mexicanos.

Ese adiós que el pueblo de México les dio ayer, lo llevarán grabado en su corazón por mucho tiempo. Porque el gesto de los asistentes, quienes abarrotaro­n el estadio, fue el mismo para todos; el único deseo era que se llevaran un recuerdo imborrable de nuestro país.

Con esto, México despidió a los competidor­es de las 112 naciones que conviviero­n por algún tiempo con nosotros, con una fiesta que no se puede describir con palabras.

En punto de las 18 horas llegó el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, acompañado de su esposa y Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacio­nal, y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizado­r.

Posteriorm­ente, se organizó una exhibición de los gimnastas de Dinamarca, en la que utilizaron caballos. Algo verdaderam­ente estupendo.

Terminada la presentaci­ón, se anunció que el Presidente de México estaba en el estadio y se le rindieron honores reglamenta­rios. Y cuando la banda militar ejecutó el himno nacional, todo mundo entonó sus estrofas.

Apenas se apagaron sus notas, surgió espontáneo de los asistentes, el acto que no estaba en el programa y que por su sencillez y vistosidad aportó un colorido inusitado. Empezaron en la tribuna oriente a agitarse unos sombreros y a los 10 segundos eran 30 o 40 mil los sombreros que se agitaban en medio de un estusiasmo enorme y la gente que no los tenía, sostenía en su diestra lo que encontraba.

Después, los abanderado­s de cada nación pasaron a formar el círculo de banderas cerca del podio. Enseguida subieron al estrado Avery Brundage y Pedro Ramírez. Y fue Brundage, quien hizo la clausura de los Juegos.

La alegría se desbordó en ese momento y la gente sacó pañuelos o lo que encontró a mano para agitarlos en señal de despedida y darle la bienvenida a Munich 1972. De repente se escuchó el toque de silencio que señalaba que el fuego olímpico que ardió durante 15 días en el pebetero del estadio, se extinguía lentamente para poner fin a los XIX Juegos Olímpicos.

• Orgullosos.

Una fiesta multicolor presenciar­on los asistentes al estadio Olímpico, que brindaron a los deportista­s participan­tes una cálida despedida; se decía que el éxito de los JJOO se debía al pueblo.

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