Dos poemas
Entra en la oscuridad y enciende tu vela. Acércate para focalizarte en la llama.
Siéntate en la permanencia. Internalízala y concéntrate.
Espera hasta que las alucinaciones, tus sombras jueguen a esconderse y hundirse, fusionadas con la oscuridad. Ahora pellizca tu parte más suave –la piel interna de tu brazo, dije–
y destroza la carne. El dolor es un tono aún efímero la herida, un recuerdo de la existencia. Entonces sobrevives. Ahora anda más lejos, toma una astilla
–lo cerebral con lo coronario–: arráncala.
Sangra. Examina. Comparte. Acá está lo mejor de mí. ¡Cuidado! Está caliente como cera líquida
pero ahora es tuyo, para modelarlo.
Amor, recibe la dádiva hasta que se acabe.