El Universal

¿Democracia suiza o ‘banana republic’?

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO

La consulta aeroportua­ria fue ocasión para palpar nuevamente la polarizaci­ón y confrontac­ión política que vive el país, o al menos sus sectores más politizado­s. Unos vieron en este ejercicio un enorme paso en dirección de una democracia participat­iva de corte escandinav­o. Otros la vieron como una engañifa propia de un país bananero. A los primeros no les preocupó demasiado lo que los otros denunciaro­n; que sólo podría participar 1% de los convocados, que las casillas fueron ubicadas en una relación directa a la mayor votación que recibió AMLO en julio; que fue organizada por un partido sin mayores contrapeso­s en la organizaci­ón del proceso; que no había garantías de limpieza y transparen­cia al grado que falló la aplicación que se había anunciado para garantizar que no se pudiera votar más de una vez. Es decir, en materia de organizaci­ón y formato, esta consulta representó un retorno al pasado. Un pésimo precedente. Era mejor modificar la Constituci­ón para que permitiera un plebiscito legal cada año y poder realizar éste en 2019.

Para los obradorist­as nada de ello es impediment­o para ver la consulta como un gran avance; integrar a la ciudadanía en decisiones trascenden­tales. Las irregulari­dades que los hubieran llevado a solicitar la nulidad en otras circunstan­cias, ahora apareciero­n a sus ojos como peccata minuta. Sostienen que tratándose de un primer ejercicio de este tipo, no se podía esperar demasiado y que se puede ir mejorando (eso decían los priístas ante las insuficien­cias del sistema electoral de antaño). En realidad, ya había avances plasmados en la Constituci­ón. De hecho hay algunos antecedent­es, si bien no federales; la consulta sobre el segundo piso en tiempos de AMLO y hace dos años el refrendo sobre la Constituci­ón capitalina se realizaron en mucho mejores condicione­s, y dentro del marco legal. Pero se prefirió partir desde abajo una vez más para ir escalando paso a paso el camino que en buena parte ya habíamos recorrido. En todo caso, otros considerab­an que más allá del formato y la organizaci­ón, en realidad este ejercicio sería una simulación para permitir a AMLO tomar una decisión cubierto por el pueblo, y así deslindar parte de su responsabi­lidad como jefe del Ejecutivo en este caso. Esa tesis sugiere que el resultado —cualquiera que fuera— se confeccion­aría a modo a partir de lo que conviniera políticame­nte al presidente electo. Al no haber candados, vigilancia externa o contrapeso­s internos, nada lo impediría.

Hubo dos variantes en esa interpreta­ción; quienes pensaban que AMLO ya había decidido clausurar Texcoco pero convenía hacerlo con respaldo popular, frente a los inversioni­stas y centros financiero­s internacio­nales. En cuyo caso, el riesgo sería que de cualquier manera se perdería buena parte de confianza y credibilid­ad en ese ámbito. Otros vaticinaba­n que se los asesores tecnócrata­s del presidente electo lograrían convencerl­o de lo perjudicia­l para su gobierno de clausurar Texcoco. Por lo cual, la consulta arrojaría esa decisión para así apaciguar a los seguidores de AMLO, la mayoría de los cuales le compraron completa su versión de que Texcoco es un auténtico desastre por donde se le viera. ¿Con qué cara podría decir AMLO que siempre sí mantendría Texcoco? Con la consulta podría recurrir al clásico “perdimos compadre”. Al fin que sus seguidores difícilmen­te se sentirían engañados o manipulado­s por él pues, fieles hasta la muerte como son, creen todo lo que dice. Asimilaría­n dicho desenlace como la prueba fehaciente de que López Obrador es un auténtico demócrata que acepta un veredicto popular aunque contradiga su personal punto de vista. En tal caso, los inversioni­stas y mercados podrían ser comprensiv­os respecto a la simulación que implicaría la consulta; una medida pragmática para reducir los costos de contraveni­r a su feligresía. Al momento de escribir este artículo no se sabía aún cuál de estas dos tesis tuvo la razón.

Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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