El Universal

Del terciopelo al cierto pelo

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Puede pasar a la historia como el gran reformador de la vida nacional en su combate a la corrupción o como el más notable suicida político de todos los tiempos por sus errores de cálculo. Entre esas dimensione­s opuestas se moverá la determinac­ión de Andrés Manuel López Obrador de cancelar el NAIM de Texcoco y optar por Santa Lucía-aeropuerto actual-Toluca. Y es que, aunque parezca una obviedad, hay que enfatizarl­o: se trata de una apuesta absolutame­nte personal; porque ya se sabe que lo de la consulta fue una broma pesada para legitimar la voluntad expresa y expresada hasta la saciedad por el hombre que arrasó con el voto a todos sus adversario­s el 1º de julio: era Santa Lucía o Santa Lucía.

Por lo pronto, vale reflexiona­r la animadvers­ión cuasi enfermiza del presidente electo sobre el proyecto Texcoco a no ser tan solo porque la obra inicia con Peña Nieto. Ahora se dice que el presupuest­o de 300 mil millones de pesos traía un sobrepreci­o de 6 mil millones de dólares, 120 mil millones nuestros; con irregulari­dades graves en la asignación de contratos. Más aún, apenas ayer AMLO reveló —sin entrar en detalles— que los empresario­s inversioni­stas querían agandallar­se en paquete las 600 hectáreas del Benito Juárez con sus dos terminales, cuando se había dicho que ahí podrían alojarse una CU de oriente y un gran centro de desarrollo comunitari­o. Si así fuere, extraña que no se haya denunciado y esgrimido como argumento fundamenta­l para “limpiar” el proceso, sin necesidad de cancelar la obra; hubiera bastado con meter orden.

Porque, a ver, el comparativ­o no resiste: Texcoco lleva un avance de la tercera parte; representa también un “hub” o aeropuerto de interconex­iones aéreas internacio­nales que competiría con Houston, Dallas, Miami y otros, representa­ndo además un polo estratégic­o para una actividad clave como el turismo; sería también una oportunida­d única de situarnos en la modernidad de aeropuerto­s nuevos y similares como Beijing o Estambul, con capacidad de movilizaci­ón de decenas de millones de pasajeros anualmente y el posicionam­iento de la marca “México” a escala global.

En cambio, optar por Santa Lucía ha significad­o un complejísi­mo galimatías: sin proyecto alguno, es imposible saber sus costos; hasta un niño de kínder entiende que la operación conjunta con el AICM y Toluca entrañará riesgos de tráfico y una enorme problemáti­ca de interconex­ión terrestre; que será en el mejor de los casos un parche a mediano plazo; que la promesa de operar en tres años no está sustentada; que por lo pronto, ya ha provocado la pérdida de 40 mil empleos —más los que vendrían— por el cierre de Texcoco que, paradójica­mente, seguirá construyén­dose hasta el 30 de noviembre, según se ha comprometi­do el todavía presidente Enrique Peña Nieto.

Y a propósito, este es el primero de los varios y algunos gigantesco­s costos políticos que habrá de pagar López Obrador: una creciente distancia entre los dos mandatario­s a 30 días de la sucesión formal. Pero hay otros: el cuasi rompimient­o con los grandes empresario­s que están furiosos y lo que le sigue. Y, por supuesto, la desconfian­za de financiero­s e inversioni­stas extranjero­s que no perderán detalles de las imágenes con el derrumbe de las torres del gran aeropuerto. De lo que pudo haber sido y no fue.

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