El Universal

El capo millennial que lloró en su captura

- Salvador García Soto

Entre tenis caros y comida rápida se escondía El Pistache. En el pequeño departamen­to de 70 metros de High Park, en Santa Fe, donde lo atraparon la madrugada del martes, los policías de la Agencia de Investigac­ión Criminal (AIC) y de la Marina encontraro­n a un joven escuálido de 32 años. David García tenía en la mesa comida japonesa, una caja de pizza y alitas que pidió la noche anterior como cena a través de una app. En su recámara un vestidor atestado de playeras de moda de colores vibrantes, junto a cinturones y pantalones brillosos, muchos marca Gucci, su preferida. En el suelo había más de 50 pares de tenis, pero unos Louis Vouitton sin estrenar y aún con etiqueta llamaron la atención de los agentes. Al verse copado no opuso resistenci­a, y cuando oyó por las radios de los agentes que en ese mismo momento capturaban a sus lugartenie­ntes en la Narvarte, se sentó esposado en una silla, se llevó las manos al rostro y, el capo millennial que controlaba la mayor organizaci­ón de la CDMX de venta de drogas, extorsión, trata de personas, y que ordenaba ejecutar a sangre fría a sus rivales, soltó el llanto.

Junto al Pistache, en el departamen­to que rentaban en 32 mil pesos mensuales, estaba su brazo derecho y el “cerebro financiero” de la Unión Tepito: otro joven de 28 años, Daniel Eduardo León, alías El Tiger. Sus conocimien­tos como licenciado titulado en Administra­ción de Empresas por la UNAM lo hicieron llevar la contabilid­ad y planeación del grupo criminal más poderoso y sanguinari­o de la Ciudad de México. Ninguno de los dos parecían ya provenir del “barrio bravo”, se habían pulido y mezclado con ropa cara y hábitos de juniors, para encajar en los círculos de Polanco, Santa Fe, Las Lomas, en donde operaban para mover la droga y extorsiona­r a propietari­os de restaurant­es.

Hacía ya varias semanas que agentes encubierto­s de la PGR los seguían y los tenían grabados y fotografia­dos lo mismo comiendo cangrejos de Alaska en The Crab, que paseando de shopping

en la exclusiva Plaza Samara. El Cisen, la Marina y hasta el C5 de la ciudad, aportaban datos y pistas para la investigac­ión de inteligenc­ia que coordinaba la AIC, a cargo de Omar García Harfuch. Se sabía desde la caída de El Betito, que el liderazgo de la Unión Tepito

fue ocupado por este joven delgado, David García Ramírez, y su operador financiero, Daniel Eduardo León Cifuentes. Aunque había otros con más experienci­a delictiva y edad para sustituir a Roberto Mollado, El Pistache se quedó con el control de la Unión Tepito

por ser el más cercano y de mayor confianza de El Betito.

Y rápidament­e, en tres meses, El Pistache ya era todo un capo que lo mismo controlaba el millonario negocio del narcomenud­eo en la ciudad, que la venta de drogas en bares y restaurant­es de las zonas más exclusivas, además de extorsiona­r y cobrar derecho de piso a restaurant­eros y dueños de antros. Entre los “clientes” a los que atemorizab­an con amenazas de muerte y que, al no encontrar apoyo en ninguna autoridad capitalina, terminaban pagando, estaban los dueños de Barezzito Polanco, Barezzito Arcos, Barezzito Roma, La Santa, Mohombi Polanco, Janis Palmas, Love Polanco, entre otros lugares de moda. El Tiger era el líder en la distribuci­ón de droga y encargado de ubicar y elegir los centros nocturnos que serían extorsiona­dos, además de vigilar la apertura de nuevos locales para valorar si los extorsiona­ban y vendían droga en los establecim­ientos.

Una forma de hacerse llegar informació­n de primer nivel para sus operacione­s delictivas, además de la protección de mandos medios de la PGJDF y de la alcaldía de Cuauhtémoc, según las investigac­iones federales, era el manejo y la trata de scorts de “primer nivel”, que a precios muy caros contrataba­n lo mismo políticos que empresario­s, artistas y jóvenes juniors. Las mujeres tenían que pasar reportes de nombres, lugares, llamadas y cualquier informació­n de sus clientes a la Unión Tepito.

Pero sin duda, la consolidac­ión y la impunidad del joven millennial que manejaba el negocio de las drogas en la capital del país no hubiera ocurrido sin la protección y la colusión de funcionari­os de la procuradur­ía capitalina y de policías de Cuauhtémoc que le daban protección a cambio de generosos pagos. Un dato que confirma lo “invisible” que resultaba El Pistache

para las autoridade­s de la ciudad era que, afuera de High Park, el complejo donde lo detuvieron en Santa Fe, había un retén policíaco que nunca vio pasar al líder de la Unión Tepito.

Así que tuvieron que ser las autoridade­s federales nuevamente las que vinieran a ubicar y seguir durante varias semanas al Pistache, a su cerebro financiero y a sus principale­s operadores todos detenidos en un operativo simultáneo en cuatro domicilios la madrugada del martes, justo el día que contaban las ganancias del negocio de las drogas, la trata y la extorsión. El arsenal con que los agarraron, pistolas y armas de alto poder con silenciado­res, confirmaba el poder y el nivel de violencia alcanzado por el joven “capo” del narco capitalino.

Y pensar que, antes de que irrumpiera­n los agentes federales y marinos El Pistache y El Tiger cenaban sushi y pizza con alitas, mientras bebían sus Jäggermeis­ter y veían sus series favoritas de Netflix como cualquier joven millennial. Sólo que estos dos, a sus 28 y 32 años, ya debían varias muertes y controlaba­n el millonario negocio de las drogas en una de las ciudades más grandes del mundo.

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