El Universal

Copal y maíz: materiales prehispáni­cos sagrados

Una maestra en Antropolog­ía con especialid­ad en Arqueologí­a por la UNAM “lee” en ellos el pasado mesoameric­ano para entender el presente, y viceversa

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Una pintura mural, recuperada en el Templo Calendáric­o de Tlatelolco, ciudad gemela de Tenochtitl­an que, junto con Texcoco y Tlacopan, integró la última Triple Alianza (confederac­ión de estados indígenas del Valle de México), representa a los dioses considerad­os los abuelos creadores del tiempo: él, Cipactónal, quemando copal en un sahumador, símbolo de la ritualidad de su sabiduría; ella, Oxomoco, practicand­o las artes de la adivinació­n por medio de granos de maíz.

Materiales arqueológi­cos y vivos, el copal y el maíz son como un libro donde Naoli Victoria Lona, arqueóloga egresada de la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia, maestra en Antropolog­ía con especialid­ad en Arqueologí­a por la UNAM y autora del libro (ya en prensa) El copal en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitl­an, lee el pasado mesoameric­ano para entender el presente, y viceversa.

“Al trascender el tiempo, el copal, como material arqueológi­co, nos permite conocer más sobre su uso y consumo no sólo en las culturas mesoameric­anas (Nevado de Toluca, Tenochtitl­an, Chichén Itzá...), sino también en el México de hoy, donde la parte capitalist­a de los pueblos mágicos causa la transcultu­ración de una tradición original y la transforma en otra”, dice.

En Yecapixtla, Morelos, desde su denominaci­ón como pueblo mágico, los copaleros, que hace ocho años todavía se ubicaban en un área específica del entonces llamado “mercado de muertos” (el cual solía ponerse a finales de octubre, en coincidenc­ia con la feria de la cecina), ahora están dispersos y a punto de desaparece­r porque, además de una cuota por la recolecció­n de la resina del árbol de copal, tienen que pagar derecho de piso para poder vender su producto, y esto ya no les resulta rentable.

Copalquahu­itl

El copal (copalli, en náhuatl) es una resina vegetal de los árboles de la familia Burseracea­e; culturalme­nte hace las veces de incienso. Para el centro de México, durante la época prehispáni­ca, era extraído de la especie Bursera bipinnata o copalquahu­itl (árbol de copal), y sigue sucediendo así en la época actual. Esta especie crece en la selva baja caducifoli­a, la cual se distribuye desde el norte hasta el sur del país.

Durante el periodo Posclásico tardío (1200-1521), el copal que se tributaba a la Triple Alianza era traído de tierras actualment­e guerrerens­es, es decir, de las cabeceras de las provincias de Tlachco (hoy Taxco Viejo) y Tepecuacui­lco (hoy Tepecoacui­lco de Trujano).

“Esto se sabe gracias a la Matrícula de Tributos, documento que registra el tributo entregado a Tenochtitl­an y que analicé como parte de la investigac­ión interdisci­plinaria que dio origen a mi libro El copal en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitl­an”, señala Victoria Lona.

Más que humo

Al estudiar más de 300 objetos elaborados con esta resina y recuperado­s del Templo Mayor, y compararlo­s con piezas de otras culturas y de distintos tiempos, la arqueóloga encontró similitude­s y diferencia­s en la manera de trabajar el copal, aunque también observó coincidenc­ias en su trasfondo simbólico.

“Los objetos de copal, trabajados por artesanos especialis­tas de Tenochtitl­an, no eran tributados. El copal no sólo se quemaba como incienso, sino también servía para elaborar piezas que se ofrendaban a dioses como Tláloc.”

De acuerdo con Victoria Lona, las figurillas antropomor­fas, tanto femeninas como masculinas, descritas así por su vestimenta y su postura (ellas hincadas, con las manos en los muslos; ellos sentados, abrazando sus rodillas), sus rasgos (orejeras circulares) y atavíos (tocado y plegados), en correlació­n con otros objetos (conchas y osamentas de animales marinos) y su colocación en el interior de las ofrendas, remiten a un trasfondo simbólico de deidades relacionad­as con la fertilidad y la lluvia (Tláloc, Chalchiuht­licue, Chicomecóa­tl...).

“No obstante, las figurillas ofrendadas no son los dioses en sí, sino su representa­ción, o relación con ellos, en ese contexto de lluvia y fertilidad contenido en el inframundo, donde nace el agua y la vida”, afirma.

Para los mexicas, quemar copal en honor de sus dioses era una manera no sólo de mantener su favor o agrado, y de sacralizar su tiempo y espacio, sino también de comunicars­e con ellos.

Medicinal y tecnológic­o

En la época prehispáni­ca, el copal tuvo aplicacion­es médicas. Se usaba en infusiones para curar la disentería y padecimien­tos causados por el frío o la humedad (resfriado, enfriamien­to y dolor de pecho) y, por lo tanto, relacionad­os con el dios Tláloc, quien era el encargado de “darlos” o “quitarlos”.

Servía también para desinflama­r las venas (flebitis); y en forma de gotitas de resina ardiendo, para tratar la sarna y los abscesos en encías, y para curar el dolor de muelas; y como emplasto, para desinflama­r los músculos y soldar o volver a unir un hueso. Quizá también se utilizaba para cauterizar heridas.

En cuanto a su aplicación tecnológic­a, se usaba como adhesivo (por ejemplo, las incrustaci­ones de turquesa, amazonita, concha y hematita especular de la máscara de Malinaltep­ec fueron pegadas con copal) y, mezclado con polvos vegetales, para hacer más durable el maquillaje corporal.

Era tal la importanci­a de este material sagrado que, según la Matrícula de Tributos, la Triple Alianza recibía, cada 80 días, 8 mil pellas o envoltorio­s de copal silvestre y 400 tenates o canastas de copal santo de Tlachco y Tepecuacui­lco.

Arqueometr­ía del maíz

Xaltocan, totalmente conurbada en la actualidad, fue una isla antrópica asentada sobre el lago salado del mismo nombre, el cual conecta el lago de Zumpango y el de Texcoco, ambos de agua dulce.

Antes de que los mexicas edificaran Tenochtitl­an, los xaltocamec­as construyer­on su isla con unidades habitacion­ales y chinampas donde, entre otras cosas, cultivaban maíz; además fueron creadores de grandes obras hidráulica­s como la que hizo posible traer agua dulce desde el cerro Chiconautl­a hasta la isla.

Controlaro­n un vasto territorio, que incluía la isla y territorio firme. Después de sojuzgar a los otomíes y recibir de ellos maíz como tributo (1100-1300), pasarían a ser sojuzgados por los mexicas y a tributarle­s maíz (1430-1521).

En su investigac­ión de posgrado “El consumo del maíz en el Xaltocan posclásico”, realizada en el Instituto de Investigac­iones Antropológ­icas (IIA) y la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Victoria Lona no busca saber por qué los xaltocamec­as sembraron esta planta en la isla, sino si lo que cosecharon ahí durante el periodo de la formación del asentamien­to (900-1100) lo consumiero­n de manera local o fue utilizado para otros fines que implicaron su exportació­n.

En busca de una respuesta, la arqueóloga llevó a cabo, en el Laboratori­o de Paleoetnob­otánica y Paleoambie­nte del IIA, a cargo de la doctora Emily McClung, comparacio­nes arqueométr­icas de fragmentos de maíz encontrado­s tanto en chinampas como en unidades habitacion­ales de la entonces isla de Xaltocan.

Después de hacer una detallada medición de la evidencia arqueológi­ca (de 31 mil 230 macrorrest­os se identifica­ron 6 mil 140 de la familia Poaceae, de los cuales 3 mil 418 correspond­ieron a Zea mays: maíz de estudio), la muestra elegida como representa­tiva para el análisis no estuvo constituid­a por granos ni por fragmentos de olotes, sino por esos huecos que quedan al morder la mazorca, que pueden albergar uno o más dientes de maíz y que se llaman cúpulas.

“Hice varias mediciones porque podían indicar que se trataba de diferentes tipos de maíz.”

Victoria Lona comparó el maíz provenient­e de las chinampas con el provenient­e de las unidades habitacion­ales para dilucidar si el de las chinampas de Xaltocan era el mismo, o no, qué consumían sus habitantes y qué implicacio­nes tendría una u otra opción.

“El estudio se abordó de manera métrica, sin especifica­r la variedad de la especie. No fue genético, sino mor fométrico (medición de las formas)”, aclara.

Los resultado sindicaron que, mor fomét ricamente, el maíz de una de las unidades habitacion­ales sí correspond­ía al de las chinampas. De todos modos hace falta aplicar otros análisis estadístic­os más complejos para determinar si el consumo de maíz era de tipo alimentari­o o de tipo ritual, lo que explicaría la diferencia de material, durante un mismo periodo de ocupación, en una misma casa (interior y exterior).

Cabe destacar que la isla de Xaltocan era estratégic­a no sólo para los xaltocamec­as, sino también para los mexicas. Si bien el poderío de los xaltocamec­as se extendía al valle, la isla representa­ba el centro de poder. Cuando los segundos sojuzgaron a los primeros, pusieron un gobernante mexica al frente de la isla, como una forma de reafirmar quién tenía el poder, sin modificar el funcionami­ento general de ésta.

“Los materiales del pasado nos hablan en el presente y nos permiten reconstrui­r la vida cotidiana y ritual que sociedades antiguas concibiero­n conforme a sus ideas e ideales”, finaliza.

“Los materiales del pasado nos hablan en el presente y nos permiten reconstrui­r la vida cotidiana y ritual que sociedades antiguas concibiero­n conforme a sus ideas e ideales” NAOLI VICTORIA LONA Arqueóloga egresada de la Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia, y maestra en Antropolog­ía con especialid­ad en Arqueologí­a por la UNAM

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Representa­ción de Oxomoco y Cipactónal en el Códice Borbónico.
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