El Universal

TRABAJAN ENTRE TUMBAS

Agustina y Alma se encargan de exhumar y asear restos en el Panteón San Rafael; les temen más a los vivos que a los que ya no están aquí, dicen

- Texto: KARLA RODRÍGUEZ Y PEDRO VILLA Y CAÑA Fotos: AGUSTÍN SALINAS

Sepulturer­as hablan de su oficio y aseguran que les temen “más a los vivos que a los muertos”.

Agustina Ruiz y Alma Rojo, sepulturer­as en la Ciudad de México, aseguran que les temen “más a los vivos que a los muertos”, porque después de trabajar por más de ocho años en este oficio se han acostumbra­do a estar entre los difuntos del Panteón San Rafael, en la alcaldía Álvaro Obregón.

En este cementerio, donde hace unos meses fueron encontrada­s fosas prehispáni­cas, ambas mujeres se dedican a limpiar tumbas, cavarlas e incluso exhumar y limpiar cadáveres que cumplieron su plazo dentro una fosa.

En el panteón construido a principios del siglo pasado, en el que se filmaron películas de

El Santo, Agustina Ruiz recuerda que heredó este trabajo de su padre. Desde niña, dice, ha visto la muerte como algo natural y durante el tiempo que ha laborado ahí nunca la han espantado; por el contrario, ha hecho lazos de amistad con familiares que visitan a quienes yacen en el cementerio.

Cada día de labor las sepulturer­as se equipan con sus herramient­as de trabajo: palas, picos, escobas, guantes y gorras para que el sol no castigue su rostro durante la jornada.

“Lo más difícil en este trabajo son los sepelios, porque no quisiéramo­s estar en los zapatos de los familiares que vienen a enterrar a sus seres queridos”, dicen, y señalan que pese al esfuerzo físico que implica bajar un monumento de mármol o de piedra, quitar una lápida e incluso cavar una tumba, nada es más difícil que ver el dolor de las familias al enterrar a sus muertos.

Orgullosas, narran a EL UNIVERSAL que el trabajo ha sido realizado por varias generacion­es, por lo que uno de sus hijos ya tiene pensado continuar con el legado familiar. Sin embargo, cargando su inseparabl­e pala, Alma relata, entre bromas, que cuando eran pequeñas ella y sus hermanos mentían acerca del empleo de su madre, porque los avergonzab­a.

“Cuando estábamos chiquitos nos preguntaba­n: ‘¿En qué trabaja tu mamá?’; yo decía: ‘No, pues es secretaria’. Nunca les decíamos que trabajaba en el panteón, nos daba pena decir la verdad..., es que es algo raro, es un trabajo que se relaciona con la muerte”.

Ahora, asegura que se siente feliz de ser una de las pocas mujeres que se dedican a sepultar, ya que muchas de las que laboran en el mismo panteón no se dedican a exhumar, tarea que consiste en enterrar un nuevo cuerpo en donde ya hay alguien más, pero sólo si esta persona es parte de la familia se guardan los restos en bolsas o bien en costales y se depositan en la nueva caja.

“Nos toca limpiar, separar huesos, materia en general. Nos toca quitar ropa, todo eso va a la basura, así como lo que queda del ataúd. Hay que sacar al difunto de la caja y limpiarlo. En este proceso hay personas que desean estar presentes y ver a sus familiares. Es, por así decirlo, ver y estar con sus seres queridos de nuevo”.

Por el horario en el que laboran, Agustina afirma que no les ha tocado presenciar alguna situación fuera de lo normal, pero aseguran que les toca ver a personas que van con “intencione­s extrañas”, ya que pintan las lápidas y caminos del panteón con símbolos reconocido­s del satanismo.

“La semana pasada vino un hombre bien vestido, llegó con una cazuela en las manos, pensábamos que iba a reunirse con su familia dentro, porque hay grupos que se reúnen para festejar cumpleaños con sus difuntos, pero vimos que tenía un comportami­ento extraño. Decidimos seguirlo y descubrimo­s que en la olla llevaba un becerro muerto y destazado que en las patas tenía zapatos de hombre”.

A pesar de estas situacione­s, Agustina cree “que hay que tenerles más miedo a los vivos que a los muertos (...) Aquí estamos de lo más tranquilas y seguras”, afirma entre risas.

Las sepulturer­as aseguran que lo que más disfrutan de su trabajo es el contacto con la gente que asiste a visitar a sus familiares, debido a que, aseguran, las reconocen por el esfuerzo y la manera en la que desempeñan sus labores, lo que las motiva a mejorar día con día su labor en el cementerio.

“Con las personas que visitan a sus familiares en este panteón hemos creado lazos de amistad, ya nos conocemos y siempre nos encargan a sus muertitos. Nos hablan con mucha familiarid­ad, por nuesafluen­cia tros nombres, porque saben que nos esmeramos en hacer que el lugar en el que reposan sus parientes esté en buenas condicione­s”, dice Agustina.

Al salir del cementerio, ambas hacen “su segundo trabajo”, como ellas lo denominan, se dedican también a las labores del hogar: limpian, cocinan, ayudan a sus hijos con las tareas y luego se preparan para días tan importante­s y con mucha de gente como son las festividad­es de Día de Muertos.

“Sin duda, estos días de finales de octubre, el 1 y 2 de noviembre son los días más movidos para nosotras, porque mucha gente desde temprano viene a visitar el panteón, lo que significa que mi compañera y yo tendremos mucho trabajo, pero no importa, nos gusta nuestro trabajo y más si somos reconocida­s como las únicas panteonera­s de México”.

“Nos toca limpiar, separar huesos, materia en general, nos toca quitar ropa, todo eso va a la basura, así como lo que queda del ataúd. Hay que sacar al difunto de la caja y limpiarlo. ” AGUSTINA RUIZ Sepulturer­a en el Panteón San Rafael

 ??  ?? Agustina y Alma vienen de familias que por varias generacion­es se han dedicado a limpiar los panteones, aunque confiesan que de niñas les daba pena decir a qué se dedicaban sus madres; “decíamos que era secretaria”, afirma Alma.
Agustina y Alma vienen de familias que por varias generacion­es se han dedicado a limpiar los panteones, aunque confiesan que de niñas les daba pena decir a qué se dedicaban sus madres; “decíamos que era secretaria”, afirma Alma.
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Aunque quitar una lápida e incluso cavar una tumba es pesado, nada es más difícil que ver el dolor de las familias al enterrar a sus muertos, dicen las sepulturer­as.

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