El Universal

Huyen de la violencia y llegan a la frontera insegura

• Miriam y sus hijas llegaron de Guerrero y hoy enfrentan una política de agresión

- GABRIELA MARTÍNEZ Correspons­al

Tijuana.— Miriam, una mujer que huye de la violencia en Guerrero, lleva en brazos a una de sus hijas. Están a un paso de distancia de Estados Unidos, justo en la muralla de metal que divide México de ese país. Están a un lado de la tierra de sus sueños, pero no la observan, su mirada está en otra cosa: en una escalera y dos ataúdes colocados en el Día de Muertos para recordar a los casi 8 mil migrantes que perdieron la vida al intentar cruzar la frontera.

Es joven, apenas rebasa los 30 años. Es madre de dos niñas, una de 12 y otra de cuatro. Hace un mes llegaron de Argelia, un pueblo enclavado en Tierra Caliente, que hoy es el campo de batalla entre narcotrafi­cantes. Dice que no quiere ser parte de la trágica estadístic­a de migrantes que mueren intentando llegar al otro lado, pero quedarse, más que una opción es una sentencia de muerte.

Allá, en el lugar donde creció, La Familia Michoacana la obligó a darles de comer. Como otras historias de ese sitio, en las que las familias son

sometidas al mandato de los capos, Miriam no fue la excepción, dice que una noche un comando entró a su casa, hombres encapuchad­os le gritaron y le exigieron que les diera de comer, desde ese entonces hasta que huyó fue su tarea: alimentar al crimen organizado.

En julio se armó de valor, les dijo que ya no iba a trabajar para ellos y con el miedo escondido en un cuerpo tembloroso se negó a cocinar, “uno me amenazó, me puso una pistola en el pecho y me dijo que le iba a dar de comer por las buenas o por las malas o que si no mi niña pagaría las consecuenc­ias”.

Desde ese día esperó paciente a juntar los 100 pesos que ganaba diario hasta que le alcanzara para pagar el camión de ella y sus dos hijas rumbo al norte: Tijuana. Llegó el 12 de octubre al refugio de mujeres migrantes Madre Assunta, pidió asilo al gobierno estadounid­ense y espera que en menos de una semana pueda ser recibida para que las autoridade­s de ese país revisen su caso.

“Aquí tampoco hay seguridad”. Como Miriam, por lo menos otras 2 mil personas han arribado de enero a octubre a esta frontera para pedir refugio a Estados Unidos. Cuando ella llegó, alcanzó a ser el número mil 75; hasta este 2 de noviembre la lista se quedó en 961. Según las cifras de los mismos migrantes, diario son atendidos entre 30 y 50 solicitant­es.

Para el director de la Casa del Migrante en Tijuana, Pat Murphy, el caso de ella es tan lamentable como otros que todos los días arriban al albergue, pero su preocupaci­ón es mayor porque mientras migrantes mexicanos y centroamer­icanos o incluso de más lejos, como Rusia o África, huyen de la violencia, llegan a una frontera que hoy mantiene una política de agresión que tampoco garantiza su seguridad.

La orden del presidente estadounid­ense Donald Trump, dijo, fue enviar a 5 mil militares a la frontera.

El organismo por eso colocó el Día de Muertos una pieza de arte: Peldaños sobre el muro. Para recordar a los migrantes muertos, pero también para hacer un llamado de conciencia a las autoridade­s de ambos países a que garanticen la seguridad de los que aún están con vida, como Miriam y miles más que todos los días viajan solos o en caravana para intentar cruzar la frontera.

“Esto genera más violencia, sobre todo por sus amenazas: piedras por balas. Hemos tenido momentos difíciles en los que las muertes incrementa­ron exponencia­lmente y estamos en otro igual de crucial, sobre todo con la militariza­ción de la frontera”, dijo Esmeralda Siu, coordinado­ra de la coalición.

Refuerzan frontera. Mientras Miriam, sus hijas, otros migrantes y activistas de la organizaci­ón civil miraban el altar, la escalera de cruces de madera, los ataúdes y las flores de cempasúchi­l, del otro lado trabajador­es de una constructo­ra continuaba­n con su trabajo para quitar la valla de lámina que dividía ambos países para sustituirl­a por una muralla de metal de más de tres metros, custodiado­s por decenas de oficiales de la Patrulla Fronteriza.

“Ya están aquí con sus rifles, listos para balacear a todo mundo. Mire cómo nos están mirando y cuidando a nosotros por este evento, ¿piensan que vamos a brincar o qué?”, lamentó el padre Murphy.

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Miriam no quiere ser parte de los migrantes que mueren intentando llegar al otro lado, pero quedarse —dice— es una sentencia de muerte.

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