Sobre los desafíos económicos del nuevo gobierno
La producción capitalista generalmente beneficia al capital. Su dinámica está llena de contradicciones que conducen a crisis periódicas de corto y largo plazo. Esto lo han estudiado Carlos Marx y sus discípulos. A veces, como subproducto, los trabajadores también obtienen mejoras en sus condiciones de vida y trabajo. El periodo más notable de beneficios mutuos para el capital y el trabajo fue la época dorada del capitalismo, 1945 y 1975. A esa época le siguió el neoliberalismo, periodo que inició en los países desarrollados al final de los años setenta. Su propósito ha sido elevar la rentabilidad del capital mediante la baja de los salarios reales y el empeoramiento de las condiciones de trabajo. Mientras que hay un deterioro de los ingresos y las condiciones de trabajo de la mayoría de la población, el sistema no siempre ha logrado reestablecer la rentabilidad del capital en general. Aunque cabe notar que una fracción del mismo, el capital financiero, se ha beneficiado largamente en los últimos treinta y seis años.
El capitalismo mexicano adoptó el neoliberalismo a principios de los 1980. El experimento ha resultado desastroso para la economía del país y para la mayoría de la población. Los rasgos esenciales del capitalismo neoliberal se repiten en el caso de México con una crudeza mayor: concentración del ingreso y la riqueza, aumento de las tasas de desempleo, precariedad en las condiciones de trabajo, escaso crecimiento económico, bajo incremento de la productividad del trabajo, dominio de las finanzas, retiro del Estado de la actividad económica, apertura comercial y desmantelamiento del aparato productivo.
Una cosa es cierta: en el capitalismo mexicano actual hay espacio para practicar una política económica activa que lleve a la economía al pleno uso de sus recursos (hay capacidad productiva instalada ociosa y trabajadores desempleados abierta o encubiertamente). Estas son las ideas de John Maynard Keynes y sus discípulos. Se entiende que los retos macroeconómicos deberán enfrentarse con políticas económicas específicas de carácter sectorial, regional, social, monetario, de comercio exterior, etcétera.
Al filo del cambio de gobierno y las expectativas positivas que ha generado, debe tenerse en cuenta que México, primero, puede aprender de los aciertos y los errores de las experiencias de los gobiernos democráticos de América Latina; segundo, debe tomar en cuenta las restricciones que impone el contexto internacional (bajo crecimiento, inestabilidad, capacidad para modificar medidas de política económica indeseables vía las finanzas y sus agencias calificadoras); tercero, el andamiaje legal e institucional (las reformas del trabajo, de la energía y de la educación, las comisiones autónomas desligadas de cualquier proceso democrático, empezando por el Banco de México) que creó el neoliberalismo, funcionarán como una camisa de fuerza a la práctica de una política económica diferente y; último, pero fundamental, hay una necesidad de desarraigar el pensamiento neoliberal entre los hacedores de política económica del nuevo gobierno, para evitar privilegiar políticas de equilibrio macroeconómico y austeridad, sobre políticas económicas de crecimiento rápido, desarrollo social y cambio estructural positivo para la población. Estas restricciones podrán revertirse mediante la movilización y la vigilancia de las masas trabajadoras.