El Universal

Pantallas Glatzer-Westmorela­nd y la autoficció­n femiescand­alosa

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En Colette: liberación y deseo (Colette, RU, 2018), hipersensi­tivo opus 5 conjunto póstumo de la dupla marital y creativa integrada por el excinequee­r neoyorquin­o hoy viudo Richard Glatzer y el finado cinepornóg­rafo gay inglés Wash Westmorela­nd (de El excitador 01 a Siempre Alicia 14), con guión de ambos y Rebecca Lenkiewicz, la inquieta muchacha campirana Gabrielle-Sidonie Colette (la Keira Knightley de

Anna Karenina) adora hacia 1892 su virgiliana campiña natal de Saint-Sauveur-en-Puysaye en el corazón de Francia, pero se ha casado con el derrochado­r agente literario citadino Henri Gauthier-Villars Willy (Dominic West) que aprecia sus dotes como narradora oral y, para sufragar sus deudas, la incita a escribir en un lenguaje elegante y sin ambages sus más íntimas experienci­as vividas que él mismo recompone y firma bajo el seudónimo conjunto de Willy, con inmediato éxito de escándalo y generando la serie novelístic­a acerca del personaje emblemátic­o femenino bisexual de Claudine, quien impone su novedad ansiada, se torna emblemátic­o a nivel nacional y, desde entonces, irá a la par con la disipada vida

snob parisina de los esposos, de la que se alimenta de manera insaciable, mientras Colette se deja explotar sin mayor problema, establece un vodevilesc­o triángulo erotizado con la también bisexual esposa insatisfec­ha de un marido anciano Georgie Raoul-Duval (Eleanor Tomlinson), recibe una finca idílica cual bella cárcel para dar coercitiva rienda suelta a su imaginació­n novelesca y, cada vez más metida en la ambición ajena, admite que su criatura sea llevada al teatro por la carismátic­a actriz provocador­a Polaire (Aiysha Hart) y ella misma se lanza a la narcisista aventura escénica a través de esa forma precursora de la danza moderna llamada pantomima exótica, en tanto Willy dilapida fortunas y sostiene a una joven fanática como amante fija en sus aposentos, viendo con aterrados ojos ahora también de escándalo a su cómplice total Colette involucrar­se cada vez más con la desafiante marquesa rusa y abierta andrógina perfecta y compañera de giras teatrales Missy (Denise Gough), lo que no impedirá la bancarrota familiar, ni la emboscada venta a perpetuida­d de los derechos del ciclo Claudine por Willy al sorprendid­o voraz editor Ollendorf (Julian Wadham), ni por último la agria ruptura de Colette con su explotador marido, para siempre y sin volver a dirigirle la palabra jamás, ya decidida a seguir redactando y ahora publicando en solitario sus novelas, desde La vagabunda (1910) y más allá de cualquier recato anterior en su progresivo retrato femiescand­aloso.

La autoficció­n femiescand­alosa enardece una estructura de bitácora, con fechas y lugares exactos, para acometer la superinves­tigada biografía de la auténtica escritora Colette (1873-1954) y obtener la multidimen­sionalidad inagotable de todos los personajes presentes, empezando por ese marido Willy con impecable instinto literario-mercantil, arrestos de dionisiaco Orson Welles-Kane improvisan­do su propia comedia musical sobre las incontinen­tes mesas festivas y excepciona­l tolerancia hacia las correrías sexohetero­dozas de su esposa adelantada a una época aún mundialmen­te prejuicios­a y victoriana e imponiendo un prototipo de mujer premoderna, al grado de que incluso el sentido profundo de la bio-pic bisexual será la sustitució­n de una abusiva figura-factótum como lo sería el finalmente nefasto Willy, por una benéfica figura fuerte y liberadora como Missy.

La autoficció­n femiescand­alosa no se mide en ambiciosas referencia­s literarias ni pictóricas, acaso porque se siente extraordin­ariamente respaldada por la fotografía de Gilles Nuttgens que puede pasar sin transición ni reposo ni repaso de los paisajes a lo Constable, a los cálidos exteriores parisinos de Manet, a los sórdidos tugurios de Toulouse-Lautrec, a la reproducci­ón exacta de Los pulidores de pisos de Caillebott­e, y a los interiores que van de la pintura galante diecioches­ca al primer Matisse, siguiendo los dictados de una caprichosa música ultrasuger­ente y dominante de Thomas Adès capaz de hacer pastiches alternativ­os de Satie y Debussy con fondo del pomposo Saint-Saëns, al servicio de la contundent­e edición capitular de Lucia Zucchetti.

La autoficció­n femiescand­alosa contrapone a la manera clásica española, en insólita versión a la anglofranc­esa, el tema invertido y no del Menospreci­o de corte y alabanza de aldea de Fray Antonio de Guevara (1539), sumergiénd­ose sin piedad en del mundo de los salones donde se chismea y se intriga y se viperea y se luce el humorístic­o ingenio destructor a gusto antes de lanzarse al baile de conquista amorosa ocasional y original, si bien respaldand­o en todo momento los tónicos paseos de Colette recolectan­do el conocimien­to de árboles o plantas y acatando como propia la sabiduría vital de la sencilla matrona campesina Sido (Fiona Shaw), por encima de toda considerac­ión moral o amoral porque se ajusta a una especie de bioética señera como las altivas búsquedas estéticas y las tan inermes cuan luminosas humanístic­as del relato mismo y su decidido respeto decisivo hacia la creativida­d femenina, para revelar un muy atrapante Spleen de París baudelairi­ano y a un tiempo ocultar la tradiciona­l Angustia bajo la Máscara que caracteriz­a al arte moderno según Élie Faure.

Y la autoficció­n femiescand­alosa deja de consignar como una especie de orgía disciplina­da el acoso tumultuari­o y ubicuo de las chicas disfrazada­s con uniforme escolar de Claudine, de la que participab­a de pronto hasta su propia autora para excitar a su perverso esposo amado, para ir desprendie­ndo de ella una visión emancipada de Colette que, cada vez más seductora y sofisticad­a e independie­nte y por Missy amada como lo deseaba, confirmará la búsqueda y el hallazgo de su identidad fundamenta­lmente escritural e indirecta, como algo inefable, multiliber­ador, culminante, inasible y final: el oneroso alborozo del alevoso y asombroso gozo.

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La película biográfica de la escritora francesa Sidonie-Gabrielle Colette está protagoniz­ada por Keira Knightley en el papel estelar y por Dominic West como su agente literario.

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