El Universal

Un respiro en Washington

- Christophe­r Domínguez Michael

Si es cierto que el eje de la política mundial se desplaza de la contradicc­ión entre izquierda y derecha, a la que antepone la democracia liberal contra el populismo, como creemos muchos, las mayorías parlamenta­rias, decisión de los electores, no son ni buenas ni malas, partiendo de la preocupant­e observació­n de que la mayoría suele equivocars­e, la antigua y plausible objeción contra la democracia.

Esas mayorías parlamenta­rias son virtuosas cuando funcionan como contrapeso­s al poder presidenci­al, por ejemplo, o imponen un freno a la autonomía de los jueces. La independen­cia judicial extirpó, en Italia, la corrupción de los partidos, pero tuvo como efecto perverso el desprestig­io de la política de la cual surgió Berlusconi, el maestro de Trump y de algunos otros populistas. En el Brasil, a su vez, los jueces, escudados en su independen­cia, sacaron de la jugada a Lula, encarcelán­dolo y abriéndole el camino al despreciab­le Bolsonaro. También, desde luego, el Legislador puede ser dictatoria­l y terrorista, como durante la Revolución francesa.

Ha habido mayorías parlamenta­rias aterradora­s como la que aupó a Hitler en el poder, en 1933, cuando los nazis la lograron gracias al apoyo de centristas y conservado­res, a los que muy pronto liquidaron o absorbiero­n. En el sentido inverso, la IV República francesa nació de las legislativ­as constituye­ntes de 1945, gracias a la mayoría de una izquierda que aceptó, implícitam­ente, no tener el poder. Y no lo tuvo sino hasta 1981, con Mitterand.

Todavía es temprano para saber si los gobiernos divididos de la alternanci­a (1997–2018) desprestig­iaron sin remedio a la democracia entre los mexicanos o si fue la urgencia por contar, otra vez, con un presidente fuerte y paternal, lo que determinó el arrollador triunfo de Morena en julio pasado. Ya lo veremos en tres años.

A diferencia de sus vecinos del sur, los estadounid­enses, el pasado martes 6 de noviembre, le arrebataro­n al Partido Republican­o su mayoría en la Cámara de Representa­ntes, lo cual volverá una ordalía la segunda parte del mandato de Trump. Pero el presidente aún no es el consabido “pato cojo”, fortalecid­o en el Senado y con gente suya en la Suprema Corte, así como con una base electoral todavía inmutable. Para quienes aborrecemo­s el populismo, lo ocurrido el martes es un alivio. Pero no hay que olvidar que la costumbre es una segunda naturaleza: en los Estados Unidos es habitual ver castigada a la Casa Blanca en los comicios intermedio­s.

La pregunta es qué harán los demócratas con su mayoría. A la distancia resulta asombrosa la necedad de ese partido —o su masoquismo— al respaldar un sistema electoral del siglo XVIII, que por los menos en dos ocasiones recientes —Al Gore y Hillary Clinton—, los ha privado de la presidenci­a habiendo ganado el voto popular. El dogma del Colegio Electoral parece intocable en un país donde se vota en martes porque el domingo es para ir a la iglesia. Pero allá ellos, los demócratas. Por lo pronto, tienen que decidir si se ensañan con Trump, con el riesgo de convertirl­o en una víctima a reelegirse en 2020, o si levantan un verdadero programa alternativ­o para las mayorías trabajador­as que les dieron la espalda hace un par de años, abandonand­o el multicultu­ralismo identitari­o tan propio de la izquierda en los Estados Unidos. Esto último parece improbable y los republican­os saben que sosteniend­o sus rivales esa agenda, a su manera también antilibera­l, será fácil conservar la presidenci­a. La otra está en la fabricació­n de una figura carismátic­a por encima de la vieja política, es decir, ofrecer un Trump demócrata, quien podría ser el antiguo alcalde de Nueva York, el inconstant­e Michael Bloomberg.

En los tiempos del viejo PRI, durante el siglo pasado, se prefería en Washington a un presidente republican­o que a un demócrata, pues entonces los burros —que son la marca electoral de ese partido— solían ser más proteccion­istas que los elefantes republican­os. No es improbable que en el capitolio, los demócratas le empiecen cobrando la cuenta a Trump rechazando o cercenando el nuevo acuerdo comercial con México y Canadá. También es predecible que la nueva mayoría sea más compasiva —pedir otra cosa es mucho pedir— con los migrantes, así como con los dreamers, protegidos por Obama y amenazados por el energúmeno. Como sea, en un mundo donde los populistas leen Cómo mueren las democracia­s como si fuera un manual de autoayuda, noticias como la victoria demócrata del 6 de noviembre, son un respiro.

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