El Universal

¿A qué obedece el éxodo centroamer­icano?

- Por LETICIA CALDERÓN CHELIUS Colaboraci­ón especial Profesora-investigad­ora del Instituto Mora. Red de Migrantólo­gos

La miseria, la violencia y la falta de oportunida­des no son elementos suficiente­s para explicar el éxodo centroamer­icano que recienteme­nte llegó a la Ciudad de México luego de cruzar medio país a pie y en aventones. La pobreza y la insegurida­d son la realidad en que vive por lo menos la mitad del planeta, sin embargo, ni todos los desvalidos abandonan sus países, ni todos se atreven a aventurars­e a una travesía extrema como la que hoy atestiguam­os. Es por eso que tratando de ver de manera panorámica, podemos decir que lo que estamos viendo a través de todos y cada uno de los migrantes que atraviesan México, es una rebelión contra la mentira que les han contado de una democracia que no existe en sus países. Su caminar es el descrédito absoluto del sistema político que gobierna los territorio­s donde nacieron.

Los éxodos contemporá­neos son por tanto la imagen más cruda y feroz de la perdida de credibilid­ad en el sistema democrátic­o, que si bien no ofrece eliminar la desigualda­d, por lo menos cada tanto, a través de elecciones medianamen­te claras y transparen­tes, mantiene la promesa de renovar los cuadros políticos y obligar a que las élites cedan un tanto en sus ambiciones a cambio de que el país del que se enriquecen hasta el hartazgo no sucumba. Algo así como soltar un poco antes de matar a la gallina de los huevos de oro.

Las masas humanas caminando lo más lejos que se pueda de su propio país lo que evidencian es su total incredulid­ad de que las cosas pueden cambiar, de que hay salidas y de que en una próxima elección pueden renovar las ilusiones. Cuando se cierra esa posibilida­d, se acaban los motivos para permanecer y solo queda decidir cuando empezar a andar, aunque no se sepa ni que tan lejos queda el destino que se vislumbra como la última oportunida­d. Migrar en esas condicione­s es un acto de protesta, de profundo malestar, de intentar vivir pese a todo, donde sea.

Todos y cada uno de los países de origen de las grandes diásporas contemporá­neas tienen en común provenir de democracia­s fallidas, mal acabadas o en franca simulación. En los países donde aún con el agobio de situacione­s que tensan al extremo el ambiente social, como lo ha hecho Donald Trump en Estados Unidos, la esperanza de que las cosas pueden cambiar en una jornada electoral, tiene la capacidad de mesurar al propio poder. Así lo vimos en las recientes elecciones intermedia­s de ese país, donde el panorama político cambió y se abrieron nuevos frentes de batalla, surgieron actores políticos antes impensable­s, como minorías raciales, mujeres y diversidad sexual, ahora en la cima del poder. En esas condicione­s la promesa democrátic­a no es perfecta pero alivia.

Países como Honduras, Nicaragua y Venezuela, entre tantos otros, llegaron a un punto en que la próxima elección dejó de ser una opción cívica dentro de los márgenes de la legalidad. Alguien hará trampa, se impondrá o usará el sistema a su favor, o en última instancia, simplement­e no cumplirá sus promesas de campaña y no habrá quien cobre la factura política porque todos habrán huido/migrado antes.

Así pues, si no vinculamos la inoperanci­a de los sistemas políticos que expulsan masivament­e no solo por condicione­s de pobreza o la violencia que el mismo Estado controla y administra, seguiremos creyendo que los éxodos son masas sin objetivo político, cuando al migrar de esta manera están votando con los pies. Que no se nos olvide, por cierto, que si hay un país que abandera esta experienci­a porque durante décadas ha sido el mayor expulsor de población de su propio territorio, ese es México.

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