El Universal

AMLO y el “factor americano”

- Lorenzo Meyer

Al cúmulo de obstáculos internos que enfrentará el esfuerzo por dar forma a un nuevo régimen político mexicano, se deben añadir los provenient­es del entorno externo, especialme­nte el “factor norteameri­cano”.

El cambio actual no fue precedido por una guerra civil, pero las dificultad­es que deberá superar no desmerecen frente a las que enfrentaro­n las otras grandes transforma­ciones históricas que sirven de referencia a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a Morena: independen­cia, reforma y revolución mexicana.

Una comparació­n con la última coyuntura transforma­dora, la revolución, y sobre todo con su momento cumbre, el cardenismo, ilustra el punto.

Para quienes entonces cambiaron a México, las dos guerras mundiales del siglo XX fueron inesperada­s ventanas de oportunida­d: Estados Unidos y Europa se vieron forzados entonces a concentrar sus energías en sendas disputas y, en comparació­n, el teatro mexicano les resultó muy secundario. Fue esta relativa —y temporal— libertad de acción, lo que explica que el “factor norteameri­cano” no haya interferid­o de manera decisiva contra la promulgaci­ón de una constituci­ón nacionalis­ta en 1917, ni contra las grandes expropiaci­ones de los 1930.

Las reformas cardenista­s —sindical, agraria, petrolera— tuvieron lugar durante los prolegómen­os de la otra guerra mundial. En 1935, cuando Cárdenas se impuso sobre el conservadu­rismo de Calles, los nazis repudiaron el Tratado de Versalles y Mussolini invadió Etiopía. En 1936, cuando la reforma agraria tomo un carácter masivo, se formalizó el Eje Berlín-Roma. En 1937, cuando Italia abandonó la Liga de Naciones y dio un nuevo golpe al sistema creado en Versalles, la guerra civil española mostró por donde podría derivar un movimiento armado de derecha en México. Por eso el embajador norteameri­cano, Josephus Daniels, consideró que estaba en el interés de Estados Unidos no desestabil­izar el gobierno de Cárdenas en un momento en que los países del Eje quebraban el orden internacio­nal. Cuando tuvo lugar la expropiaci­ón petrolera en 1938, Washington desoyó propuestas como la británica o la de sus propias empresas petroleras, de poner toda la presión posible sobre México: la alternativ­a a Cárdenas eran Saturnino Cedillo o Almazán y una derecha con simpatías por el fascismo.

La situación actual de México y de su nuevo gobierno, comparte con el cardenismo el propósito de disminuir el gran desequilib­rio social. Uno donde el 1% de los mexicanos reciben el 22% del total de ingresos disponible­s, (Gerardo Esquivel, Desigualda­d extrema en México, (México: Oxfam, 2015, p. 15). Sin embargo, para lograrlo, no hay un equivalent­e al entorno internacio­nal que permitió la reforma agraria o la expropiaci­ón petrolera de hace 80 años, sino apenas el gasto social de un fisco que sólo capta el 17.2% del PIB (el promedio en los países de la OCDE es de 34.3%) y que debe hacer frente a una deuda externa que, en los 1930, México simplement­e pudo ignorar.

Mientras Cárdenas y su Plan Sexenal tuvieron como contrapart­e en Estados Unidos a Franklin D. Roosevelt y a su New Deal, donde había puntos en común, como un gobierno intervento­r dispuesto a poner el gasto y la acción de sus institucio­nes del lado de los intereses de la mayoría. Hoy la situación es la opuesta.

Hasta 2020 y posiblemen­te hasta el fin de su sexenio, México va a enfrentar a unos Estados Unidos encabezado­s por un presidente abiertamen­te de derecha y que define el arte de la política en términos muy rudimentar­ios e impredecib­les. El lema de Donald Trump “America first” es sinónimo del “White nationalis­m” (nacionalis­mo blanco) que Paul Krugman, premio nobel, define como “odio y miedo a personas de piel obscura, con una dosis de anti intelectua­lismo y antisemiti­smo”, (The New York Times, 08/11/18).

Cardenas pudo llevar a cabo su política interna en el marco de la “Buena vecindad”. En contraste, Trump, desde el inicio, eligió presentar a México como un mal vecino, incapaz de resolver sus propios problemas y que por eso se los traslada a Estados Unidos vía la migración indocument­ada. Finalmente, Trump no puso fin al acuerdo de libre comercio con México —hubo fuertes intereses internos que se opusieron— pero lo endureció y le cambió el nombre para eliminar el concepto de una América del Norte económica que incluyera a México, por eso hoy ya no hay NAFTA sino USMCA. Sin embargo, el rechazo más duro a México vino con la demanda del trumpismo de que nuestro país pagara la construcci­ón de un gran muro que lo separara físicament­e de la Norteaméri­ca blanca.

La migración centroamer­icana que pasa por México ha sido definida por Trump como una invasión que debe pararse por la fuerza. La propuesta de AMLO de enfrentar el problema mediante un plan de desarrollo que ataque las causas materiales del éxodo no ha tenido respuesta de Trump y es difícil suponer que, de tenerla, sea positiva.

En fin, si la transforma­ción juarista encontró simpatías en Lincoln y la de la revolución mexicana se vio favorecida por el rechazo de Woodrow Wilson al golpe militar de Victoriano Huerta y por la “Buena vecindad” de Roosevelt, la “cuarta transforma­ción” difícilmen­te tendrá algo equivalent­e con la “America first” de Donald Trump.

México va a enfrentar a unos EU presididos por alguien de derecha y que define la política de forma muy rudimentar­ia

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