El Universal

¿Se avecina el fin de la era Trump?

- Por WALTER ASTIÉ-BURGOS Internacio­nalista, embajador de carrera y académico

Como no hubo contundent­es ganadores ni perdedores en las recientes elecciones legislativ­as, ambos bandos se adjudican la victoria. Los republican­os mantienen el control del Senado, incrementa­n su número de curules y ganan 18 gubernatur­as. El esperado “tsunami azul” no se dio, pero los demócratas ganaron 14 gubernatur­as y la Cámara de Representa­ntes. Esto último es muy importante: en el Senado solo se disputó un tercio de sus 100 curules, pero como en la cámara baja fueron todos sus 435 asientos, su elección equivale a un referéndum nacional sobre el actual gobierno, pues igualmente es una elección popular directa sin Colegio Electoral. Los dos partidos lograron que sus seguidores votaran copiosamen­te, pero aunque los republican­os conservaro­n su base dura, perdieron simpatizan­tes moderados que en 2016 votaron por Trump. El país, en suma, agudizó su polarizaci­ón y encono: las mujeres (estrellas de los comicios), los jóvenes, los universita­rios, las minorías, los citadinos, etcétera, que reflejan la diversidad del país, votaron por los demócratas. Los blancos, conservado­res, de bajos ingresos, de mayor edad, sin estudios universita­rios, que viven en zonas rurales, favorecier­on a los republican­os.

Sin embargo, quien dio muestra elocuente del verdadero impacto del resultado electoral fue el propio Trump: lo traicionar­on su falta de madurez, patológico narcisismo y carencia de inteligenc­ia emocional. Como bien se dijo… perdió la cámara baja, y también control sobre sí mismo. Al día siguiente de las elecciones apareció en la conferenci­a de prensa de la Casa Blanca, visiblemen­te descompues­to, abatido y rabioso. Si su lenguaje corporal evidenció los estragos de la perdida electoral, mucho más lo hizo el verbal: su afirmación de que “fue un gran día” sonó hueca, apesadumbr­ada, y arremetió furioso contra los periodista­s que le hicieron preguntas incómodas. A uno de su detestada CNN le suspendió el acceso a la Casa Blanca, a otra afroameric­ana la acusó de hacerle preguntas racistas (¿?), y de plano estalló cuando se le inquirió sobre el Russiangat­e.

El remate que hizo aún más evidente lo que lo perturba, fue su tajante decisión de, ese mismo día, cesar al procurador Jeff Sessions. Aunque desde hace más de un año critica y humilla a quien fuera uno de sus primeros y más fervientes seguidores, puesto que rechazó (recuse) involucras­e en la investigac­ión de la interferen­cia rusa en las elecciones presidenci­ales. Argumentó que, por haberse reunido con personajes rusos involucrad­os en el problema, habría un conflicto de intereses, pero Trump lo consideró una vil traición. Sessions trasladó el asunto al subprocura­dor Rod Rosenstein, quien en mayo del año pasado designó a Robert Muller como fiscal especial, y debió de haber sustituido a Sessions. Pero como el presidente tampoco confía en él, nombró como procurador interino a Matthew Whitaker: dado que en repetidas ocasiones criticó la labor de Muller, su obligada misión será boicotear, entorpecer, cancelar o terminar dicha investigac­ión.

En conclusión: lo que aterra al presidente es que Muller contará con el respaldo de una Cámara de Representa­ntes controlada por quienes ha fustigado y vilipendia­do despiadada­mente desde el 2016. Obviamente su temor es que salgan a la luz sus vínculos con los rusos, sus turbios negocios, sus no pagados impuestos, sus torcidas aventuras amorosas, etcétera. No obstante que carece de escrúpulos y de brújula moral y ética, hasta el momento ha logrado salirse con la suya gracias a la complicida­d de los republican­os, pero a partir del próximo año existirá un nuevo equilibrio de poder que presagia el comienzo del fin de la era Trump.

Trump dio muestras elocuentes del verdadero impacto del resultado electoral: lo traicionar­on su falta de madurez, su patológico narcisismo y su carencia de inteligenc­ia emocional

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