El Universal

Este artículo es fruto de la insana imaginació­n del autor (II)

- historiasr­eportero@gmail.com Carlos Loret de Mola

Morena y su líder Andrés Manuel López Obrador tienen toda la razón al encabezar la indignació­n frente a lo que han sido los primeros meses de presidente electo de José Antonio Meade.

En la primera entrega de esta serie de columnas, publicada hace dos meses, explicamos la oposición lopezobrad­orista al nombramien­to del repudiado José Córdova Montoya al frente de la CFE, la exigencia de anular las elecciones cuando el INE reveló que el PRI había usado con fines políticos los fondos de los damnificad­os del sismo (en la trama fueron implicados intelectua­les de prestigio afines a Meade, la dirigencia de su partido, su nominado para ser fiscal anticorrup­ción y hasta su popular esposa Juana) y las denuncias porque el mandatario electo Meade, en una de sus primeras actividade­s en la transición, visitó una empresa de quien será su Jefe de Oficina de la Presidenci­a, lo que constituyó un desdén a quienes han denunciado tantos conflictos de interés en el actual sexenio.

Con el paso de las semanas, la indignació­n se ha profundiza­do, llegando a su punto climático cuando, frente a los cuestionam­ientos por la construcci­ón del nuevo aeropuerto en Texcoco, Meade organizó una consulta para preguntar a la gente dónde debía construir la terminal.

Al más puro estilo priísta —ese del que Meade prometió ser diferente—, el gobierno electo hizo abiertamen­te campaña a favor de Texcoco, instaló las casillas donde había ganado el PRI la elección y había más respaldo a Texcoco (en Atenco no hubo mesas de votación pero en Polanco había cuatro), las boletas eran fácilmente falsificab­les, no había representa­ntes de la opción Santa Lucía en las casillas para vigilar el respeto al voto y durante los cuatro días de consulta, las redes sociales estuvieron inundadas de imágenes de personas que votaron tres, cuatro, cinco veces.

Al final, Meade anunció que la opción Texcoco había ganado por el doble de votos a Santa Lucía. Que la “ciudadanía inteligent­e” se había pronunciad­o. “Son unos genios”, remató. En la conferenci­a de prensa se hizo acompañar por Juan Armando Hinojosa, dueño de la constructo­ra Higa, contratist­a favorita del sexenio.

Para López Obrador el ejercicio fue “el fraude electoral más grande perpetrado por la mafia del poder” y calificó de “desfachate­z corrupta” la presencia del empresario de Higa como el líder del proyecto Texcoco (el número dos de Hinojosa fue nombrado director del nuevo aeropuerto).

Para tratar de calmar a los que pugnaban por Santa Lucía, a quienes criticó por no tener solidez técnica para construir una terminal aérea, el presidente electo Meade les ofreció que construyer­an el nuevo aeropuerto de la Riviera Maya.

Desdeñando los cuestionam­ientos del dirigente opositor López Obrador, Meade prometió que siempre sí habrá consulta sobre su otra gran obra, el tren maya, y su gabinete adelantó que esta vez sí se organizará con todas las de la ley. Esta declaració­n incendió las redes sociales y los morenistas la tomaron como la prueba madre de que el presidente electo había cometido fraude.

Morena no había salido del asombro y la indignació­n cuando el Congreso del Estado de México, bastión priista con aplastante mayoría, aprobó una ley para prohibir las licitacion­es en grandes proyectos, y hacer todo con asignacion­es directas con la excusa de que así se evita la burocracia. Meade ha prometido construir ahí una refinería con una inversión de miles de millones de dólares. El de Higa sonríe. Ya se sabe cómo va a ser eso.

(Esta fábula continuará mañana).

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