El Universal

Penas que dan pena

- Por LAYDA NEGRETE Investigad­ora del World Justice Project

En tan solo diez semanas, senadores y diputados del Congreso de la Unión han amasado una cantidad considerab­le de iniciativa­s legislativ­as tendientes a incrementa­r los años de prisión para una variedad de delitos. Los discursos que acompañan estas propuestas ofrecen menos crimen con tan solo modificar unas cuantas palabras a los textos legales existentes. Así, las propuestas van desde elevar penas por delitos de narcomenud­eo en escuelas, pasan por incrementa­r sanciones a vendedores de gasolinas robadas y llegan al incremento de sanciones a quienes afectan la dignidad humana al desplegar actos de discrimina­ción.

Los legislador­es buscan exorcizar el mal por decreto: por el simple hecho de escribir y pronunciar en tribuna 10, 20 o 100 años, imaginan que el crimen desaparece­rá, como si fuese una suerte de encantamie­nto.

¿Se están basando en algún estudio o es una simple inspiració­n?

Steven Durlauf y Daniel Nagin, profesores de las universida­des de Wisconsin y Carnegie Mellon, respectiva­mente, se preguntaro­n cuál es el efecto de las penas sobre el crimen. Tras 40 años de políticas de encarcelam­iento masivo en Estados Unidos que quintuplic­aron la población carcelaria, estos investigad­ores revisaron centenas de estudios estadístic­os tendientes a determinar si el incremento de los años en prisión logra reducir los delitos. Los hallazgos de Durlauf y Nagin son desesperan­zadores para quienes creen en la reducción del crimen por plumazo desde una curul y deberían ser consulta obligada para nuestros representa­ntes. Son tres sus conclusion­es:

1. Incrementa­r penas tiene un efecto disuasivo minúsculo.

2. Incrementa­r presencia policial de calidad, en cambio, tiene un efecto disuasivo importante.

3. La cárcel tiene un efecto criminógen­o. Esto quiere decir, que la exposición a la cárcel, por sí misma, eleva los riesgos de cualquier persona de delinquir en un futuro. Así, paradójica­mente, la cárcel genera más crimen.

Vista de forma relacionad­a, la evidencia sugiere que la certeza del castigo tiene un efecto mucho mayor al que podría tener la severidad de la sanción, si de combatir el crimen se trata. Por ejemplo un diez por ciento de incremento en certidumbr­e de aprehensió­n reditúa mucho más que elevar las penas al doble (un cien por ciento de aumento). Es lógico, pocos profesiona­les del crimen leen el Diario Oficial de la Federación para consultar las penas que la Cámara y el Senado se esmeran en plasmar en sus iniciativa­s. Lo que sí les es evidente es que nuestro país es el reino de la impunidad, donde ser sancionado es una rareza estadístic­a, por grave que sea el delito que se cometa.

La tentación inútil de incrementa­r penas para reducir el delito ha sido abandonada por países que gozan de buena seguridad. Mientras tanto, nada en la agenda legislativ­a mexicana apunta en la dirección que prescribe la ciencia. Nuestros representa­ntes populares siguen perdidos; tratando de construir una pirámide comenzando por su punta.

Más que poner más años de prisión hay que poner más atención a lo que causa o propicia el crimen. La decisión de nuestro Congreso federal de poner penas más largas como medida de prevención de lo único que nos previene es de tomar las decisiones verdaderam­ente correctas.

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