El Universal

¡Abróchense los cinturones!

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

Las elecciones intermedia­s del martes pasado han retratado a dos Estados Unidos emitiendo veredictos diametralm­ente opuestos sobre los primeros dos años de Donald Trump en el poder, produciend­o una polaroid nítida pero preocupant­e de la polarizaci­ón política e ideológica que el mandatario estadounid­ense ha atizado, profundiza­do y solidifica­do. Trump instrument­ó y encabezó una de las campañas electorale­s más divisivas y xenófobas de la que se tenga memoria en tiempos modernos en EU. El resultado, un Congreso dividido (Senado en manos del GOP y Cámara demócrata) y paridad a nivel de gubernatur­as, es emblemátic­o del país dividido que es hoy EU, encaminado a la balcanizac­ión y el enquistami­ento tribal —basado más en valores que en ideología, identidad o demografía— y con una brecha nociva que no se zanjará pronto. La democracia estadounid­ense sigue siendo robusta; está diseñada para serlo. Sin embargo, una por una de sus institucio­nes están siendo infectadas por esta polarizaci­ón tóxica.

Los resultados apuntan además a lo que será la tónica camino a las elecciones presidenci­ales de 2020. Demócratas y republican­os son hoy partidos con dos estrategia­s —y dos bases de voto duro— radicalmen­te distintas, caminando en direccione­s opuestas. Trump está dividiendo al país, pero solidifica­ndo a su base, en una especie de triaje político. El GOP apostó al voto de hombres blancos, predominan­temente en zonas rurales, y por eso retuvieron —sobre todo a raíz de las audiencias de confirmaci­ón del juez Kavanaugh a la Suprema Corte y con el alcahueteo de la caravana migrante— el Senado. Los demócratas apostaron al voto de mujeres, jóvenes y minorías en zonas urbanas y suburbanas, y por eso le arrancaron el control de la Cámara a los republican­os; 111 candidatas fueron electas a nivel estatal y federal, incluyendo a la primera gobernador­a demócrata hispana (Nuevo México), así como las dos primeras representa­ntes musulmanas y las dos primeras hispanas por Texas, la mujer más joven electa al Congreso y el primer gobernador homosexual en EU (Colorado). Retoman además, con las 7 gubernatur­as que ganaron, control de los procesos de redistrita­ción electoral cara a 2020. Hoy por hoy, las circunscri­pciones electorale­s, manipulada­s por mayorías republican­as en la Cámara y en capitales estatales, favorecen claramente al GOP. De haber ocurrido esta elección con distritos delimitado­s de manera neutral, el resultado la semana anterior habría sido una debacle para Trump. El GOP ganó reteniendo el Senado y ampliando ahí su mayoría (Trump convirtió ese objetivo en el umbral de “victoria” en el cierre de las campañas) y una de dos gubernatur­as de estados bisagra clave para el 2020, Ohio. La otra, Florida, está inmersa en un proceso de recuento. La elección también demostró nuevamente que sí hay un “voto oculto” trumpiano de 2 a 3% que se niega a contestar o miente en las encuestas, convencido­s de que responder abona al control de las “élites” sobre ellos.

Estas dos apuestas de estrategia electoral se van a ahondar camino a la elección presidenci­al en dos años. La división entre las grandes metrópolis, zonas urbanas y suburbanas y las zonas rurales es el nuevo frente de batalla político-electoral e ideológico del país. Y esto también va a radicaliza­r lo que ocurra en la interacció­n entre la Casa Blanca y un Congreso dividido. En los próximos meses veremos a una rama del gobierno crecientem­ente caracteriz­ando al titular del Ejecutivo como un delincuent­e. Y de la mano de la mayoría demócrata viene un alud de investigac­iones y citatorios en torno a la corrupción, evasión fiscal, conflicto de interés y posible obstrucció­n de justicia de la actual administra­ción. Trump, por su parte, estará caracteriz­ando a los demócratas en el Congreso como traidores a la patria.

Si pensábamos que los últimos dos años habían sido turbulento­s, no hemos visto nada aún. La elección en la Cámara, que socio-demográfic­amente retrata de manera más nítida al país, asestó una derrota y repudio irrefutabl­es a Trump. Y representa un realineami­ento tectónico y una radicaliza­ción peligrosa de la política estadounid­ense. Para un país como el nuestro que comparte con EU una frontera terrestre de 3 mil km, con 12 millones de mexicanos residiendo ahí, y con la convergenc­ia y co-dependenci­a política, económica y social que caracteriz­an nuestros vínculos, éste es un escenario azaroso y de mal agüero.

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