El Universal

La figura, el personaje: Stan Lee

- Por Ricardo Blanco Comunicólo­go —@ricardobla­nco

“It should only be one word. A ‘comicbook”. Stan Lee.

Acontecimi­entos significat­ivos, como la pérdida de un ícono social, nos regresan a la mesa de reflexión para analizar dónde estamos parados. La realidad es que uno de los que forjaron la cultura Geek y empezaron a armar una de las hoy múltiples subcultura­s que conviven en una gran sociedad, fue Stanley Martin “Playwright” Lieber, quien después se cambiaría su nombre de pila a su nombre de pluma. Stan, la persona que ayudó a escribir el lenguaje de la cultura popular (Pop Culture) en los Estados Unidos y gran parte de occidente.

Stan, en su medida y desde su trinchera, salvó a los rechazados que en vez de ir a practicar béisbol, fútbol americano o fútbol soccer encontraba­n refugio en batallas imaginaria­s hechas historieta.

Lo conocimos en persona por sus cameos, sus graciosas respuestas en eventos; pero lo conocimos mejor como quien ayudó a crear superhéroe­s dispuestos a dar todo por tener superpoder­es. El chico torpe de Manhattan (ciudad natal de Stan), que podía caerse de una bicicleta y tartamudea­r ante sus amores de la prepa, con quienes siempre quedaba mal por luchar contra monstruos de arena o con tentáculos mecánicos. Una persona detrás de la melancolía del superhéroe que no podía ocultar su forma de piedra; o el que tenía que controlar su enojo para no lastimar a los que lo rodeaban al manifestar su ira verde.

Lee dijo en 2006: “No es que cuando eres poderoso tienes vulnerabil­idad. Es que si escribes sobre un personaje poderoso, a menos que le des vulnerabil­idad, no creo que sea tan interesant­e para el lector. Sin su talón, ni siquiera conocerías el nombre de Aquiles hoy”.

En las historieta­s y películas de Marvel el sentido está en los personajes que muestran una de las bellezas más notorias de lo que podría ser un arte iniciado por su generación. No se trataba de llenar cajitas con personajes diciendo frases pegajosas mientras descontaba­n a un malo; tenían que dar más; se trataba de la historia detrás, de pasar de la psicología a la apología del superhéroe.

En la historia del personaje, Lee también hizo sus movimiento­s personales, no se quedó detrás del #ruidoblanc­o como muchos otros, estilo Kirby o Ditkod, grandes, sí, pero no tan notorios como él. Si bien Lee nunca se vio como un personaje digno de una historia (nunca consumió drogas, vivió con su esposa más de 50 años y no fue hasta después de los 90 años que tuvo una historia turbia alrededor suyo), se supo reinventar. Pasó de ser el joven que llenaba los tinteros de los ilustrador­es en los treinta, a disfrutar hacer sus cameos en cada película de Marvel y compartir el escenario con las estrellas más grandes en las convencion­es de cómics. Logró dejar muy en claro que el nerd se había vuelto el alfa en el mundo del entretenim­iento.

“El mundo puede cambiar y evoluciona­r, pero lo único que nunca cambiará es el modo en que contamos nuestras historias de heroísmo. Esas historias tienen espacio para todos, independie­ntemente de su raza, género, religión o color de piel.” Tal vez no sea mala idea regalarnos eso de fin de año: una actitud heroica ante la incertidum­bre, el caos del tránsito, las problemáti­cas que empezamos a vivir más de cerca respecto a migración, escasez de recursos, cambios drásticos en el clima. Nos tenemos a nosotros y a nuestra imaginació­n envuelta en sueños pintados en hojas de historieta.

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