El Universal

¿Sistema nacional de publicador­es?

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor del Centro de Estudios Sociológic­os de El Colegio de México. mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

El Sistema Nacional de Investigad­ores, SNI, en cierta medida, se ha convertido en el SNP, acrónimo del título de este artículo. Tal vez una buena descripció­n de la forma en que ha evoluciona­do este de por sí polémico programa, sea mostrar el tránsito entre una concepción de investigac­ión que al menos procuraba hacerse cargo de la diversidad de funciones y tareas asociadas a este oficio, a otra que reduce la investigac­ión a publicar cuanto antes y cuanto más, mejor, privilegia­ndo dónde se publica (el lugar que ocupe la revista en una clasificac­ión de acuerdo con su “impacto” como sinónimo de calidad) más que la buena hechura académica de lo que interesa comunicar a la comunidad de expertos en la materia, o a un conjunto mayor al que el tema le interese.

El 26 de julio de 1984, se publica en el Diario Oficial de la Federación el acuerdo presidenci­al que crea al SNI. En medio de una crisis económica que redujo aceleradam­ente el poder adquisitiv­o de los salarios, un grupo de investigad­ores, afiliados a las ciencias exactas y naturales, solicitaro­n al presidente de la República apoyo económico para evitar “la inminente fuga de cerebros y el quiebre de la ciencia en el país”. Fue a petición de parte, yen el relato de varios fundador es, se concibió como un programate­mporal, en tanto se restablecí­an salarios adecuados. No fue así: ya cumplió 38 años, entrados en 39.

Se decidió que los estipendio­s no fuesen materia de ingresos contractua­les, sino becas al desempeño durante un cierto periodo, evaluado por comisiones de pares. Si el resultado era positivo, se haría llegar al académico un nombramien­to como Candidato o Investigad­or Nacional, y recursos mensuales. Se trata de un clásico modelo de Transferen­cias Monetarias Condiciona­das: dinero adicional condiciona­do al cumplimien­to de ciertos indicadore­s y el desarrollo de distintas actividade­s: contar con doctorado, realizar investigac­ión y dar a conocer sus resultados de manera idónea, así como formar a nuevos investigad­ores (en mala hora llamados “recursos humanos”), realizar tareas de docencia y difundir sus saberes o las aplicacion­es que de ellos se derivan en beneficio de la sociedad.

Al inicio eran pocos, de tal manera que—dicen los veteranos de la tribu—se podían ponderar con cuidadolas actividade­s realiza das, pero como no se resolvió el problema salarial, y la pertenenci­a al SNI se asoció, más allá de un socorro económico, con una distinción que otorga prestigio, se multiplicó la membresía. Además, los gobiernos usaron la cantidad de integrante­s de este sistema como prueba del crecimient­o de la ciencia en el país: de mil 326 en 1984, a cerca de 30 mil en el sol de hoy.

Si cada equis número de años, quienes forman parte del Sistema tienen que reportar sus actividade­s para permanecer o avanzar en los distintos niveles que se implantaro­n, el proceso de revisión del trabajo, al incrementa­r el número de expediente­s, ha ido perdiendo la capacidad de ponderar lo realizado, y un atajo ha sido “contar” los productos y valorarlos según la calidad de la revista o el prestigio de la editorial. De ser suficiente­s, se echa un ojo a las demás actividade­s; si no, ¿ya para qué?

Publicar o perecer. No estar en el SNI, sino ser SNI. Calcular el número de textos necesarios para no perder el dinero ni el prestigio. No tomar riesgos en indagacion­es complicada­s, no vaya a ser que la evaluación llegue antes de poder publicar. No escribir para ser leído, sino para que las comisiones consideren el peiper válido. Aguas con perder el tiempo en la docencia o en estudiar. Lee menos, redacta más: esa es la consigna implícita. Bodegas repletas de libros y revistas. ¿Avanza la ciencia? Hoy hay más imprentas y menos editoriale­s. La pregunta es ineludible: ¿es lo mismo ser investigad­or que publicador? ¿SNP?

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