El Universal

La tragedia de los Nervo: Amado

- Ángel Gilberto Adame

Los sucesivos decesos de su tía Catalina, su hermano Luis Enrique y Ana Cecilia Dailliez, su pareja, influyeron en la decisión de Amado Nervo de aceptar un cargo diplomátic­o en Sudamérica. Tenía 48 años y alcanzaba su meridiano 1919.

IV

La noticia de la muerte de Nervo, ocurrida en Montevideo el 24 de mayo, conmocionó al país y a la prensa internacio­nal. Se dijo que, en su agonía, estrechó contra su pecho un crucifijo que siempre llevaba consigo y que era obsequio de Catalina, su hermana adoptiva, quien se había convertido en monja de la Visitación de Madrid.

Entonces, Amado fungía como ministro plenipoten­ciario en Argentina y Uruguay. Su cadáver fue embalsamad­o y enviado a México “para que la patria recoja en su regazo al hijo predilecto”.

El traslado de sus restos fue auspiciado por el gobierno uruguayo, que los envió a bordo de un barco de guerra acompañado­s por una comisión de intelectua­les. Entretanto, en Buenos Aires se acordó erigir un monumento en memoria del egregio escritor.

Luego de un periplo de casi seis meses, la caja funeraria arribó al puerto de Veracruz el 11 de noviembre. Según la crónica de la época, el féretro se puso en marcha hacia Orizaba, donde hizo una escala de tres horas durante las cuales se ofreció una comida para los marinos que lo habían escoltado. Concluido el convite la comitiva partió con rumbo a Apizaco, ciudad a la que arribó a las 22:45 horas. Ahí permaneció hasta la madrugada mientras se le rendían los honores organizado­s por los gobiernos de Puebla y Tlaxcala. A las ocho de la mañana del día siguiente una multitud presenció la llegada del ataúd a la Ciudad de México por la estación de Buenavista. Ese día había sido declarado de luto nacional. EL UNIVERSAL reportó: “Esta muestra de respeto y de dolor con que fue recibido el cadáver de Amado Nervo era la que esperábamo­s, tratándose del público de la capital, cuyo corazón el poeta supo conmover hondamente. Por esto quizá, la recepción muda pero significat­iva que se hizo a los despojos de Nervo (…), nos pareció la que estaba más en armonía con el deber nacional hacia el hijo más preclaro que ha producido la patria en estos últimos tiempos”.

En el patio principal de la Secretaría de Relaciones Exteriores se dispuso una capilla para llevar a cabo la velación. En el trayecto de la terminal del ferrocarri­l a la dependenci­a, entonces ubicada en Avenida Juárez, el féretro fue resguardad­o por elementos del ejército y miembros de los distintos cuerpos diplomátic­os. Todas las aceras estuvieron atestadas de deudos y los balcones de las calles se llenaron de flores.

Los primeros en acceder al velatorio fueron los familiares de Amado, quienes permanecie­ron dentro poco más de una hora. Ahí comparecie­ron Ángela Nervo de Padilla, Concha, Elvira y Margarita Nervo, Rafael Padilla Nervo, Guillermo Padilla Nervo, Luis G. Padilla Nervo, Perfecto Méndez Padilla, Ignacio G. Ocampo y José Carriedo. Concluido ese lapso, iniciaron las guardias de honor encabezada­s por los altos mandos del gobierno y la prensa. A las afueras del recinto, un desfile militar dedicado al “bardo eminente” se dirigía a la plaza de la Constituci­ón.

El 14 de noviembre se fijó como la fecha en que se llevaría a cabo la inhumación de los restos en la Rotonda de las Personas Ilustres. El cortejo partió de las oficinas de la cancillerí­a al Panteón de Dolores y estuvo integrado, entre otros, por alumnos de Escuela de Aplicación de Caballería, la familia Nervo, el presidente Venustiano Carranza y los miembros de su gabinete, además de los políticos, militares y catedrátic­os de mayor jerarquía.

Los periódicos refirieron que alrededor de 200 mil personas se congregaro­n al funeral. En el acto tomaron la palabra, entre otros, Ezequiel A. Chávez, a nombre de la Universida­d, Hilario Medina, jefe de la Cancillerí­a Mexicana, el abogado Alejandro Quijano, Enrique González Martínez, Palma Guillén, a nombre de la Escuela Normal para Maestras de México y su similar de Montevideo, y Vicente Lombardo Toledano a nombre del profesorad­o universita­rio.

El poeta Miguel Othón Robledo compuso unos versos que fueron sentidos y declamados durante el duelo: “Fuiste claro trasunto de las cosas del cielo;/ en tus libros, cantaste los misterios del vuelo,/ de la flor, del plumaje, de la luz, del cristal;/ en ti estaba el secreto del arcano Fecundo,/ y nostálgico de algo, te alejaste del mundo/ cual se aleja el aroma del florido rosal”.

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