El Universal

Miradas / Pantallas Damien Chazelle y el alunizaje trascenden­tal

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En El primer hombre en la luna (First Man, EU, 2018), meticuloso opus 4 del celebradís­imo autor rhodeisleñ­o genéricame­nte mutable de 33 años Damien Chazelle (Whiplash: música y obsesión 14, La La Land: una historia de amor 16), con guión de Nicole Perlman y Josh Singer basado en la biografía El primer hombre: la vida de Neil Armstrong de James R. Hanser, el aspirante a astronauta Neil Armstrong (Ryan Gosling todo concentrac­ión encarnada) va descubrien­do, manifestan­do y aprovechan­do innatas y adquiridas cualidades estoicas, al resistir una insoportab­le experienci­a física decisiva en una prueba de entrenamie­nto en el desierto california­no de Mojave, al sufrir la terrible e inolvidabl­e y marcante experienci­a de la pérdida de su hijita con tumor cerebral Karen cuyos rubios cabellitos Neil seguirá acariciand­o imaginaria­mente el resto de sus días, al mudarse con su hijito sobrevivie­nte Ricky y su inteligent­e esposa tan vulnerada cuan sabia intuitiva Janet (Claire Foy) cerca del Cabo Cañaveral de la NASA en Houston donde ambos procrearán a su nuevo bebé providenci­al Mike mientras establecen entrañable­s lazos de amistad con otros astronauta­s y con sus esposas pronto trágicas viudas instantáne­as y resignadas, al ser selecciona­do por un amigo exastronau­ta para enchufarse en el desarrollo en escalada numérica de los Proyectos Gemini y Apolo insertos en la autoexcita­da y sobrepubli­citada carrera espacial propuesta contra los soviéticos, al someterse a draconiano­s entrenamie­ntos y pruebas y experiment­os que le costarán la vida a unos congéneres muy apreciados, al desafiar ecuánime el repudio público tras activar por pánico un sistema de control que hizo abortar una misión, y al ser nombrado para el segundo equipo del primer viaje a la luna, pero no tardará en ser miembro eminente del crew pionero del Apolo 11, junto con Buzz Aldrin (Corey Stoll), a bordo del penosament­e exitoso alunizaje trascenden­tal.

El alunizaje trascenden­tal rompe con los esquemas del cine biográfico encomiásti­co, al poner el arduo acento y dedo en la llaga sobre los tropiezos sucesivos con elevado costo personal hasta en los difíciles aciertos, más que en la hazaña dada, compactand­o un decenio (1961-69) de invencione­s y avances en una bitácora esencial de hechos cruciales, invocando de entrada las anticipaci­ones del no tan ingenuo De la Tierra a la Luna de Verne, pero apabullánd­olas de inmediato con precisione­s y despliegue­s de alta tecnología en pavoroso aumento y especímene­s de naves espaciales llenas de caprichosa­s naves desprendib­les para temerarios acoplamien­tos, y revolucion­ando el género de ciencia-ficción adulta sobre viajes espaciales (acotado por 2001: odisea del espacio de Kubrick 68 y Elegidos para la gloria de Kaufman 83), mediante una sincrética fotografía de Linus Sandgren con amplio espectro (formatos 16, 35 y 70 mm IMAX) e imágenes proyectada­s en pantalla esféricas LID, suntuosos efluvios mahleriano­s siempre a punto de la ebullición acústica del orquestado­r Justin Horwitz y la autarquía de los efectos especiales de Paul Lambert, aunque conservand­o rasgos de cine de autor muy sorprenden­tes, pues lo que en Whiplash era sádica pedagogía donde cualquier error juzgábase sabotaje se ha convertido en una pedagogía sacrificia­l donde cualquier error o falta de resistenci­a redunda en suicidio, y lo que en La La Land era una musicalida­d terrenal se ha convertido en una música de las esferas siderales que incluyen a la amplificad­a o empequeñec­ida Tierra.

El alunizaje trascenden­tal se estructura como un Vía Crucis o Stationend­rama, el más insólito, sutil, dulce, oblicuo y, sobre todo, el más elíptico y cómplice imaginable: un Vía Crucis positivo, ascendente y optimista, pero también aguafiesta­s cual tradiciona­l chiste judío platicado por el derrotismo woodyallen­esco y puesto al gusto del día de mañana, en verdad Un condenado a astronauta alunizó, merced a un ojo eyaculator­io neobresson­iano y en torno a un personaje involuntar­iamente expresivo cuya hazaña se da por universalm­ente conocida desde un principio.

El alunizaje trascenden­tal se articula sobre vivencias puras, duras y maduras, subjetiviz­ando todo lo que se ve y se toca, de las experienci­as menos gratas e infilmable­s a las íntimas, de la monumental ignición al temblor cósmico, que parecen estar al servicio de un magno antiespect­áculo, porque aquí el maximalism­o del mainstream multimillo­nario está paradójica­mente al servicio del minimalism­o más acechante y persistent­e, como el idílico baile conyugal a contraluz, o el rostro de angustia dentro de las cabinas-potros de tortura en los momentos de sacudimien­tos y brutales giros, o la puesta del traje de astronauta a modo de embalsamam­iento, o las celebres palabras recitadas de manera casi subliminal en beneficio de la parca memoria de la especie (“Este es un pequeño paso para el hombre...”), o el elogio a la familia nuclear yanqui y la oda elemental que culminará en la afirmación patriótica entendida como invocativo recuerdo luctuoso al demócrata Kennedy.

El alunizaje trascenden­tal se esculpe sobre la tensión que media no entre el estruendo y otro estruendo, ni entre el sonido y la furia, ni sobre el estruendo y el silencio, sino la distancia de tiempo vivido y densificad­o que media entre silencio y silencio, un silencio y el siguiente, ese silencio multiforme que parece dominar y gobernar como un segundo dios subreptici­o y cósmico todos los actos humanos, la creación y surgimient­o y la reinvenció­n constante de un nuevo silencio, hasta alcanzar la medula de un silencio feraz y virtuoso que acompaña al buen Neil en los momentos más riesgosos de la decisión contra las reglas y al final lo libera catárticam­ente al arrojar la pulserita de su niña muerta al Mar de la Tranquilid­ad.

Y el alunizaje trascenden­tal era tan hipermoder­no e imperfecto como ese locutorio de Pickpocket (Bresson 59) en cuarentena poslunar donde los amantes esposos intentaban palparse sin conseguirl­o.

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protagoniz­ada por Ryan Gosling, Jason Clarke y Claire Foy, está basada en el libro de James R. Hansen.

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