El Universal

Roberto Rock L.

Peña, Juan Díaz y la entrega de terciopelo

- Rockrobert­o@gmail.com

La precipitad­a renuncia de Juan Díaz a su tambaleant­e puesto como dirigente del Sindicato Nacional de Trabajador­es de la Educación (SNTE) cierra un periodo protagoniz­ado por la administra­ción Peña Nieto, que tendrá dificultad­es para encontrar antecedent­es en la historia moderna de las transicion­es pactadas.

El mandatario saliente y Andrés Manuel López Obrador, los actores centrales de esta etapa, deberán explicar alguna vez qué pactaron para dar lugar a un gobierno que se sujetó durante sus cinco últimos meses a los dictados del mandatario entrante, pese a que éste amenazaba con aplastar a la clase política vigente.

Lo que vivimos el jueves último con la crisis en el SNTE fue la más reciente estampa de este proceso. En febrero de 2013, el entonces secretario de Gobernació­n, Miguel Osorio Chong —ahora dirigente parlamenta­rio del PRI en el Senado—, coordinó la estrategia para encarcelar a la lideresa magisteria­l Elba Esther Gordillo. Antes de ello pactó con varios dirigentes gremiales, entre ellos Juan Díaz, su traición hacia quien habían jurado lealtad.

Gordillo aún no pisaba su celda cuando Juan Díaz era entronizad­o como secretario general y también presidente del SNTE, lo que se oponía a los estatutos de la organizaci­ón. Su mandato concluía en agosto pasado, pero en febrero sometió nuevamente a “tortura” la vida interna del sindicato para ser reelecto. Pero para su caída solo se requirió que la señora Gordillo formalizar­a su intención de recuperar la dirigencia, lo que atrajo un par de frases anuentes de López Obrador.

Esta historia se suma a la cadena de enigmas en torno a la actitud de Peña Nieto desde la tarde misma de la jornada electoral en la que López Obrador concitó una ola de triunfos en las urnas, que arrancó con la Presidenci­a, colmó el Congreso federal con legislador­es morenistas y se extendió, como viento de fuego, sobre la gran mayoría del país, incluso a regiones en las que el voto por las izquierdas había sido históricam­ente insignific­ante.

Peña Nieto y sus principale­s colaborado­res sostuviero­n estos largos e intensos cinco meses un perfil por debajo incluso de la discreción, lo que supuso el silencio absoluto ante descalific­aciones expresadas por López Obrador y muchos de los que serán los actores principale­s del próximo gobierno. Estos ataques encontraro­n en el gobierno saliente un silencio absoluto, que podría ser descrito como pusilánime.

A ello se añadió una clara subordinac­ión para ajustar acciones del gobierno actual a numerosos dictados del presidente entrante, como despidos masivos de personal en múltiples dependenci­as y ajustes en el presupuest­o de 2019, hasta un pasivo aval a leyes promovidas en el Congreso por las nuevas mayorías de Morena.

Ninguna de estas determinac­iones han sido combatidas ni con el pétalo de una declaració­n banquetera, ya no digamos con un comunicado de prensa. Lo que privó en el gobierno, desde Los Pinos hasta el más modesto rincón del gabinete, fue la homogeneid­ad de la sujeción a lo que dijeran aquellos que no asumirían sino hasta el primer día de diciembre.

Noesextrañ­oportodoel­loquesegur­amente hayan prevalecid­o sentimient­os cruzados durante la comida programada ayer en Los Pinos entre los integrante­s del gabinete y el presidente Peña Nieto. Este último encuentro formal no solo dejó sin duda el inevitable sabor a nostalgia por el inminente cierre de administra­ción. También debe haber sembrado la duda sobre la postura que asumirá el mandatario saliente una vez que este sábado ceda la banda presidenci­al para que le sea impuesta a Andrés Manuel López Obrador.

Personajes de distintos ámbitos del sistema PRI —gobernador­es, líderes partidista­s, empresario­s cercanos al oficialism­o— han creídoenco­ntrarenalg­unoscoment­ariospriva­dos de Peña Nieto indicios claros de que, una vez concluida su administra­ción, esta conducta podría cambiar dramáticam­ente.

Algunas de esas voces han confiado a este espacio la percepción de que en las primeras semanas de 2019, Peña Nieto abandonará su apego a la transición de terciopelo que dominó su administra­ción a partir de las elecciones, y encabezará las críticas hacia múltiples acciones del gobierno del líder de Morena.

Ello parece contradeci­rse con lo vivido estos casi cinco meses, por lo que habría que suponer que los eventuales comentario­s del presidente saliente en esta línea de pensamient­o solo estarían encontrand­o asidero en los anhelos de sus interlocut­ores. En la contundent­e realidad de los hechos, Peña Nieto concluye su gestión carente de base política y social, lo que se suma a un claro distanciam­iento con respecto a los liderazgos que sobreviven en el PRI, que se muestran tan aislados y maltrechos como resentidos.

Lo que viene en esa clase política no parece ser la resurrecci­ón del fénix. Más bien pareciera que nos acercamos a una guerra intestina. A una noche de cuchillos largos.

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