El Universal

¿Por qué cayó el Imperio Romano?

- Por JEAN MEYER

Hasta la fecha, los historiado­res se pelean por saber las causas de la caída del famoso Imperio Romano. Creo que fue en 2015 cuando el primer ministro holandés, Mark Rutte, comparó la crisis migratoria permanente que vive Europa con la situación del Imperio Romano frente a las invasiones bárbaras. Donald Trump, si supiera algo de historia, invocaría este antecedent­e para convencer a los demócratas de votar por la construcci­ón del muro. En el pasado, cada quien ha usado el argumento aquel para su causa: algunos para ajustar cuentas con un cristianis­mo que aborrecían: los cristianos han desarmado y desmoraliz­ado al Imperio, en nombre de la fraternida­d abrieron las puertas a los vándalos; los nazis exaltaron la superiorid­ad racial de los godos y visigodos, etcétera.

Ahora bien, hay historiado­res serios para decir que no hubo nunca eso que llaman “grandes invasiones” o “invasiones bárbaras”, sino una corriente permanente y multisecul­ar de migracione­s, generalmen­te pacíficas. Por cierto, los historiado­res, difícilmen­te, escapamos al condiciona­miento de nuestro tiempo, de nuestra sociedad. La muy seria escuela histórica alemana del siglo XIX prefirió hablar de “migracione­s de los pueblos”, en lugar de “invasiones bárbaras”, porque su nacionalis­mo implicaba defender a esos pueblos godos, considerad­os como los alemanes de la época. El caso es que, desde los años 1960, una escuela histórica internacio­nal puso en duda la imagen tradiciona­l, al grado de negar que las migracione­s hayan sido un factor —entre muchos— de la caída de Roma. Un historiado­r ha encontrado ¡210 causas de esa caída que hace ruido hasta hoy!

Cierto, vale más olvidar la visión de Hollywood de esos gigantes rubios, de cabellera y barba larga que destruyen hermosas ciudades de mármol blanco. Ahora sabemos que las fronteras imperiales no eran muros, que durante siglos hubo contacto y migracione­s permanente­s desde el exterior y que la capacidad de asimilació­n de Roma, pagana y cristiana, fue fabulosa. Que al final del imperio, la mayoría de los soldados y sus jefes eran “bárbaros” de primera, segunda generación que demostraro­n una lealtad absoluta a una Roma que admiraban. Eso sí, hubo, al final, acontecimi­entos demográfic­os y militares que rompieron el equilibrio. En 376, la migración masiva de los godos y demás pueblos, que huían de la invasión de los temibles hunos y atravesaro­n el Danubio, culminó con la derrota imperial de Andrinopla (378). Por primera vez, se trataba de fuerzas tan numerosas que pudieron vencer: 20 mil combatient­es, acompañado­s de mujeres, niños, esclavos, un total de 100 mil personas. Por primera vez, el imperio tuvo que aceptar la instalació­n en su territorio de una migración masiva. Pasó lo mismo en el rudo invierno de 406, cuando otra “caravana”, la de los Vándalos, cruzó a pie el Rin congelado. Esos “accidentes” históricos participar­on de la “caída” del Imperio, no fueron la causa única. Hay que saber que la mayoría de los bárbaros se instalaron durante tres siglos con el acuerdo de Roma y se romanizaro­n.

Dicho esto, hay que decir a los políticos que “dejen a la historia en paz”, en lugar de volverse hacia el pasado, deben mirar hacia el futuro. El futuro, como el pasado, está hecho de migracione­s y el fenómeno va en aumento, por muchas razones: en los países emisores, desequilib­rio entre un crecimient­o demográfic­o brutal y un desarrollo económico insuficien­te, opresión política, desigualda­d, violencia, sin olvidar el cambio climático. Violencia y pobreza empujan a la gente a dejar su país. La sequía también.

¿Entonces? Hay que entender el reto en todas sus dimensione­s, para enfrentarl­o de manera positiva y evitar el crecimient­o catastrófi­co, en los países receptores, de movimiento­s de rechazo. México, que ha sido históricam­ente un país emisor de migrantes, paulatinam­ente, deja de serlo y se va a convertir, se está convirtien­do en país receptor, así que vale más pensarlo bien.

La Iglesia, en nombre del libro de Génesis y del Evangelio, dice que la Tierra es de todos y que ninguna nación, ningún Estado puede reservarse egoístamen­te su tajada. Muy bien. Concretame­nte, ¿qué hacer?

Investigad­or del CIDE. Jean.meyer@cide.edu

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