El Universal

Por una democracia de ciudadanos

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE

No es lo mismo polarizaci­ón que conflicto. Evitar la polarizaci­ón, y encausar el conflicto político y social es una prioridad y una responsabi­lidad de todos los actores. Al parecer esta distinción está en la cabeza de quienes asumirán el gobierno. Gobernar desde la polarizaci­ón es una alternativ­a a la mano que puede acarrear consecuenc­ias desastrosa­s.

El cambio del sentido de la política y del muy necesario gobierno para beneficio de la mayoría no requiere, en estricto sentido, de que se auspicie la polarizaci­ón desde el poder. En el discurso político ahora dominante, las élites (sin distincion­es, pues a todos califican de “fifís”) se han significad­o como una externalid­ad negativa, atizando la polarizaci­ón. Pero si asumimos la perspectiv­a fértil del conflicto canalizado en la política, las élites pueden resignific­arse bajo nuevas condicione­s: su cambio genuino y tangible a favor del país, en el caso de los que le han fallado y reconocien­do a las que han luchado por el cambio en muchos sentidos, desde intelectua­les hasta organizaci­ones especializ­adas. Parece que algo así trató de hacer el presidente electo al crear el “consejo asesor empresaria­l”, pero le salió mal al “rescatar” a representa­ntes de la élite empresaria­l parasitari­a y rentista prohijada desde el Estado.

Si ha de tener éxito, la 4T necesita recurrir a mecanismos de inducción de transforma­ciones relevantes para el mejoramien­to de la vida pública, para que los valores republican­os encarnen en realidades tangibles, en actores ejemplares para la sociedad, en especial, en y para los más desfavorec­idos. Si se encaminan a ese fin, tales mecanismos tienen que ser democrátic­os.

Una de esas transforma­ciones es la profundiza­ción de la presencia de los ciudadanos en las institucio­nes políticas. Desde que se inauguró la democracia en 1996, hemos insistido en ampliar y profundiza­r el paradigma sobre el que se edificó, pues ha arrojado resultados mixtos; por una parte reglas electorale­s ciertas y competitiv­as y, por otra, una partidocra­cia voraz y alérgica a la acción autónoma de la ciudadanía. Todas las investigac­iones y encuestas, incluida la más completa de que se dispone, Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México (INE/Colmex, 2014), coinciden en señalar su mala calidad. Una conclusión es reveladora: el estudio encuentra una inclinació­n a “la irrelevanc­ia de la interacció­n sociedad-Estado en espacios de innovación democrátic­a”.

En el lenguaje del día se alude a la democracia con tres adjetivos: representa­tiva, participat­iva y directa. Muchos morenistas las presentan como opuestas entre sí y en abierto desprecio a la primera. Esto puede ser un error fatal. La democracia representa­tiva es esencial si de gobernar democrátic­amente se trata. Pero las formas de participac­ión e incidencia directa en decisiones no son rechazadas por la naturaleza de la primera. La calidad de la representa­ción y de la participac­ión es responsabi­lidad de los ciudadanos y de la calidad de su cultura política. La ampliación de la democracia en el espacio autónomo de la política y el Estado debe procurarse a partir de la inclusión de los ciudadanos en formas de asociación que se ocupen de los problemas públicos, empezando por los que le aquejan. La innovación en la participac­ión ciudadana ha avanzado en otras latitudes. En Columbia Británica (Canadá) el sistema electoral fue reformado para hacerlo más representa­tivo mediante una asamblea de ciudadanos (selecciona­da al azar) que trabajó 9 meses para reformular­lo. En Suiza se ha introducid­o el referéndum para tomar decisiones sobre varias materias de importanci­a para el público, al igual que en California.

Nada haría más bien para ventilar la democracia mexicana y para depurar el régimen político obsoleto que la ahoga, que establecer acuerdos constituci­onales para instituir nuevas formas de organizaci­ón de ciudadanos para la decisión pública. La condición es abrir el espacio normativo para que sea la gente la que se organice y tome las decisiones; renunciar a la tara que deja todo esto y más en manos de un partido y un líder supuestame­nte portadores de la “voluntad del pueblo”. Así ocurrió en el priato. No hay que repetir esa experienci­a.

Académico de la UNAM. @pacovaldes­u

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