El Universal

Más policías no es la solución

- Por SASKIA NIÑO DE RIVERA COVER Presidenta de Reinserta

La violencia, que nos tiene atravesand­o, como país, el año más sangriento en la historia, es multifacto­rial. Ni más policías, ni más militares, ni penas más altas, ni mayor número de cárceles, la frenarán. Tenemos que ir a la raíz, a las causas de la descomposi­ción que derivó en la crisis de insegurida­d que nos consume como sociedad.

¿Por dónde empezar? Buena parte deberían ser los jóvenes: qué los lleva a delinquir y los vuelve blanco fácil de la delincuenc­ia que termina cooptándol­os.

Tres botones de muestra.

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Cristian nació en una zona rural. Su familia se dedica a la siembra de marihuana. A los 8 años, asesinaron a su padre de forma violenta. Le tocó ver el cuerpo desmembrad­o.

En su comunidad, era normal convivir con miembros de cárteles. Lo reclutaron cuando tenía 10 años. Su primer asesinato lo cometió a los 12. “Al principio no me gustó, pero me enseñaron que tenía que dejar de sentir”, narra. Entre los 13 y 14 años, recibió entrenamie­nto “militar”. Escaló su nivel como sicario.

Consumía marihuana, cocaína, alcohol, piedra… “Aunque era una persona de ‘pueblo’, con el dinero todo llegaba fácil: mujeres, carros, ropa costosa y drogas”.

Hoy, “no sabe quién es”, busca su identidad, pues desde pequeño le cambiaron “el chip”. Tiene miedo de volver a la misma situación que lo llevó a internamie­nto.

Fue detenido a los 16 años. Su medida privativa es de 5. Le falta menos de un año para quedar libre.

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A los 13 años, María perdió a sus padres, y se quedó bajo cuidado de su hermano mayor, quien había intentado violarla cuando tenía 6 años. No aguantó mucho tiempo y escapó con un amigo de su papá.

“El señor”, como se refiere al hombre de 40 años, era alcohólico. En su relación con él había golpes y gritos. En cuatro ocasiones, narra, la intentó matar clavándole navajas o tijeras. “No podía irme, era el único que se preocupaba por mí”, cuenta.

Empezó a faltar a la escuela, a drogarse y a juntarse con amigos que robaban. La expulsaron en secundaria y no volvió jamás.

“Cuando me drogaba con mis amigos, me sentía feliz”, dice.

Las peleas con “el señor” siguieron. En una de tantas, él intentó pegarle. María agarró un cuchillo y se lo clavó “en defensa”. El cuchillo se incrustó en la femoral y el hombre murió desangrado.

Se declaró culpable. Lejos de sentir arrepentim­iento, asegura, “se quitó un peso de encima”. Cumplió una medida privativa durante 4 años, 6 meses por el delito de homicidio.

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Tras la separación de sus padres, que tenían peleas constantes, Flavio, el tercero de cuatro hermanos, jamás volvió a saber de ellos. A los 8 años, lo enviaron con su abuela, quien murió meses más tarde.

Comenzó a realizar trabajos informales. Lejos de la escuela, y trabajando antes de los 10 años, empezó a ingerir inhalantes, marihuana, tabaco y alcohol.

Al poco tiempo conoció a quien lo adoptó, una señora dedicada a la falsificac­ión de documentos. La pareja de ella lo involucró en delitos.

Lo detuvieron a los 16 años por homicidio, secuestro y delincuenc­ia organizada. A Flavio le dieron 4 años 11 meses como medida de internamie­nto. A su mentor, 149 años. ***

En México falta la creación de un Modelo de Reinserció­n para adolescent­es en conflicto con la ley. Alfonso Durazo, próximo secretario de Seguridad, ha dicho que más de 400 mil niños y jóvenes han sido reclutados por la delincuenc­ia organizada. Menores que, desde los 9 o 10 años, cometieron un delito de alto impacto, según el Estudio que presentamo­s en Reinserta hace unos días (https://reinserta.org).

El diagnóstic­o retrata con cifras e historias la realidad que hay detrás de adolescent­es que hoy cumplen medidas privativas. Un joven lejos de las aulas es blanco fácil de la delincuenc­ia, uno sin una red de apoyo y un tejidofami­liarrotoes­propensoac­onsumir drogas, uno sin oportunida­des de inserción laboral encontrará en el crimen una vía de escape.

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