El Universal

La ilusión de control

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com. @ahope71

Hace poco, el proyecto de Guardia Nacional parecía muerto. A mediados de agosto, Alfonso Durazo afirmó lo siguiente: “el objetivo de la Guardia Nacional era optimizar el aprovecham­iento de todos los recursos de todas las instancias vinculadas a la seguridad, pero estimamos una serie de modificaci­ones legales que en este momento no tiene sentido para nosotros impulsar, porque hay otras prioridade­s”.

Tres meses después, los cambios que no tenía sentido impulsar ya se están procesando en el Congreso. Lo que no era prioridad se puso en el centro de la agenda.

¿Qué generó el cambio? No ha habido una explicació­n muy detallada sobre el proceso y no se puede más que especular. Pero el discurso pronunciad­o el fin de semana pasado por Andrés Manuel López Obrador ante las Fuerzas Armadas ofrece algunas claves para entender la decisión.

Al referirse a los instrument­os con los que contaría para hacer frente a la crisis de seguridad, afirmó lo siguiente: “tiene más policías el gobierno de la Ciudad de México; en sus 3 o 4 corporacio­nes tiene 80 mil policías, mucho más que los 20 mil de los que dispone el presidente de la República”. En esa lógica, la creación de la Guardia Nacional, le permitiría contar con un estado de fuerza tres o cuatro veces mayor.

Dicho de otro modo, quiere reproducir su experienci­a al frente del gobierno de la Ciudad de México, donde tenía una herramient­a de intervenci­ón que podía hacerse sentir en el terreno rápidament­e.

Esa voluntad de control se refleja en otros tramos del discurso. Por ejemplo, señaló como uno de los ejes de su política que “el presidente, como comandante de las Fuerzas Armadas, como comandante supremo, no delegue este asunto al secretario de Gobernació­n, al secretario de Seguridad Pública, al secretario de la Defensa, al secretario de Marina”.

Mi lectura es que el presidente electo quiere tener el control directo sobre la política de seguridad. De allí su insistenci­a en las reuniones diarias y su decisión de contar con un instrument­o con amplias capacidade­s de despliegue. La Policía Federal no le basta para ese propósito. Necesita a las Fuerzas Armadas de manera permanente en tareas de seguridad pública. Para ello, se volvió necesario resolver el problema de constituci­onalidad que representa tener a militares haciendo labores de policía. El resultado: la Guardia Nacional

El impulso de López Obrador es comprensib­le, pero parte de un mal diagnóstic­o. Aún con la Guardia Nacional, no va a poder reproducir a escala nacional su experienci­a en la Ciudad de México. Aún si se alcanzan las improbable­s metas de reclutamie­nto (50 mil elementos adicionale­s en tres años), la nueva corporació­n no va a tener más de un elemento por mil habitantes. En la capital, hay 9 policías por cada mil habitantes.

Además, las dimensione­s del problema que va a enfrentar son mucho mayores que las que afrontó como jefe de Gobierno. En promedio, se cometen 90 homicidios diarios en el país. En la Ciudad de México, entre 2000 y 2005, se cometían menos de tres al día. La incidencia delictiva en la capital no pasa del 10% del total nacional.

A todo lo anterior hay que añadirle un problema adicional: 95% de los delitos son del fuero común. Con o sin Guardia Nacional, hay que depender de lo que hagan o no hagan las fiscalías estatales.

Suponer que esa realidad compleja puede ser atendida personalme­nte por el Presidente de la República, haciendo acopio de fuerzas federales, desde un cuarto de guerra en la Ciudad de México es receta perfecta para la frustració­n. López Obrador puede acabar persiguien­do la pelota, atendiendo la atrocidad del día, perdiendo la perspectiv­a estratégic­a del problema.

Es decir, no va a tener control. Sólo la ilusión de control.

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