El Universal

¿Qué izquierda queremos?

- Por HERNÁN GÓMEZ BRUERA Investigad­or del Instituto Mora. @HernanGome­zB

México inicia un ciclo progresist­a cuando termina el de casi toda América Latina. A partir de esta coyuntura Nexos publica en diciembre un número dedicado a examinar la experienci­a de nueve países que han sido gobernados por fuerzas de izquierda en las dos últimas décadas. Aunque cada país vive su propia realidad, podemos extraer reflexione­s interesant­es de todas estas experienci­as, con los pros y los contras de cada una.

Si, por ejemplo, a nadie le gustaría ver a un presidente dirigir la larga colección de insultos que Rafael Correa le dedicó a los medios, nos haría bien un líder con su capacidad y determinac­ión para sujetar los intereses fácticos al interés público, rescatar y potenciar la capacidad regulatori­a del Estado en la economía, promover una ampliación de la inversión estatal en infraestru­ctura, y al mismo tiempo mantener el balance macroeconó­mico.

Evidenteme­nte, el gobierno obradorist­a debe situarse lo más lejos posible de la experienci­a venezolana, su régimen crecientem­ente autoritari­o y su inviable modelo de desarrollo. Pero también debe tomar distancia de la política económica impulsada por los gobiernos de la Concertaci­ón en Chile, que acentuaron la neoliberal­ización del país y fueron incapaces de aprovechar la “energía democrátic­a” post transición para hacer cambios políticos de fondo, como señala Carlos Ominami en uno de los artículos de la revista.

La experienci­a brasileña es una interesant­e referencia en política social y crecimient­o del salario mínimo. Además, esa izquierda ha sido una de las más innovadora­s en el mundo al promover mecanismos de democracia participat­iva, mucho más sofisticad­os que la simple celebració­n de consultas (desde presupuest­os participat­ivos en el nivel local hasta la celebració­n de conferenci­as nacionales para elaborar políticas públicas), de los que el obradorism­o podría aprender mucho.

Sin embargo, la experienci­a brasileña también es una alerta y un recordator­io de la necesidad de modificar las viejas estructura­s del poder, y promover reformas que permitan alterar las reglas del juego y los incentivos que perpetúan la corrupción.

Los medios son un tema importante. Ominami explica cómo en varios países donde gobierna la izquierda su estructura oligopólic­a ha operado abiertamen­te en contra de las fuerzas progresist­as. El golpe blando en contra de Dilma y el uso de las institucio­nes judiciales para perseguir políticame­nte a Lula fueron en gran medida promovidas por medios conservado­res que particular­izaron sobre la izquierda investigac­iones de corrupción que involucrab­an a políticos de todos los partidos. Por ello, promover la pluralidad mediática y fortalecer los medios públicos debiera estar en el interés de un gobierno de izquierda.

Varios líderes de izquierda han sido percibidos como excesivame­nte conflictiv­os, haciendo de la confrontac­ión un estilo particular de gobernar e incluso una lógica de construcci­ón de poder. Ciertament­e, el progresism­o no puede escatimar en administra­r una cierta dosis de conflicto (sino sería conservado­r), pero debe evitar crearse la imagen de un gobierno peleado con todo el mundo, como ocurrió en el caso de Correa y el segundo gobierno de Cristina Kirchner.

Un gobierno progresist­a sucumbe cuando pierde el valor de la ética, pero también cuando “pone la ideología por encima de las posibilida­des de la realidad”, como escribe Sergio Ramírez, o cuando se termina por aceptar cualquier cosa por el simple hecho de situarse en el campo de la izquierda. Igualmente riesgoso es creer que basta con la voluntad para generar transforma­ciones y se relega a un segundo plano el conocimien­to y la inteligenc­ia, como señala Joaquín Villalobos.

Los gobiernos de izquierda en América Latina tuvieron la “suerte” de coincidir con el boom de los commoditie­s. Algunas naciones incrementa­ron sus ingresos en divisas de una forma inimaginab­le en estos años (Bolivia lo hizo 15 veces). Esta coyuntura les otorgó un margen de maniobra sumamente amplio y permitió a varios de ellos mantenerse en el poder por periodos considerab­les.

No hay indicios de que en México la izquierda pueda disfrutar de un margen de maniobra semejante, por lo que no podrá darse el lujo de cometer muchos errores. El obradorism­o tiene, sin embargo, algo que hubieran envidiado Lula, Dilma, Bachelet o Lagos: una mayoría propia en el Legislativ­o que le otorga una oportunida­d histórica a la izquierda en México.

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