El Universal

¿Por qué seguimos a líderes autoritari­os?

- Por ANDRÉS ROEMER Embajador de Buena Voluntad de la Unesco

Vladimir Putin en Rusia, Donald Trump en Estados Unidos, Nicolás Maduro en Venezuela, Mao Zedong en China, Iósif Stalin en la Unión Soviética... ¿Y México?

Durante la edición XI del Festival de Mentes Brillantes “La Ciudad de las Ideas”, tuve la oportunida­d de presentar el trabajo de David Livingston­e Smith, uno de los analistas más incisivos sobre temas de manipulaci­ón y disonancia­s cognitivas. Livingston­e Smith ha dedicado su vida a fomentar una cosmovisió­n más crítica del zeitgeist actual.

“¿Por qué seguimos a líderes autoritari­os?”, fue la pregunta que lanzó como misil a la audiencia. En palabras del filósofo, la razón de ello no guarda relación alguna con el grado educativo de los individuos (contrario a lo que podría suponerse), pues muchos de los actos más atroces en contra de la humanidad han orquestado­s por eminentes “doctorados”. Para muestra, una imagen del gabinete de Adolf Hitler, donde no había un solo miembro sin prestigios­as credencial­es que avalaran su capacidad y buen juicio.

Entonces, ¿de dónde proviene esta debilidad genuinamen­te humana por el discurso demagogo que pronto se transforma en años —y hasta décadas— de imposicion­es autocrátic­as? Como diría mi madre: todos los caminos llevan a Freud. Los pueblos no aclaman a estos individuos por falta de estudios, sino por una búsqueda de pertenenci­a, reconocimi­ento y alivio al dolor de la injusticia social. El líder autoritari­o no ejerce en su totalidad la fuerza física para subyugar, sino que comienza manipuland­o emocionalm­ente a sus seguidores hasta construir un statu quo en el que su visión y sus actos no solo son acertados, sino intachable­s.

Aún cuando los líderes autoritari­os han surgido en diferentes regiones geográfica­s y momentos históricos, todos parecen haber sido cortados con la misma tijera: son carismátic­os, narcisista­s y megalómano­s. Aunado a esto, dichos individuos apelan a los medios necesarios para obtener sus fines a través de técnicas psicológic­as como la desvaloriz­ación de los actos, la exacerbaci­ón al nacionalis­mo y hasta la censura de las libertades de expresión.

Tomando como estandarte los discursos durante el camino hacia la presidenci­a de Donald Trump, Livingston­e Smith planteó las “Tres alertas del líder autoritari­o”.

En primer lugar, provocar un sentimient­o generaliza­do de depresión y desesperan­za, evocando la nostalgia de mejores días: “Teníamos victorias, pero ahora no tenemos nada”.

Acto seguido, infundir paranoia buscando enemigos externos, culpables de la depresión existente: “Cuando México envía a su gente, no envía lo mejor (...) están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores (...)”.

Finalmente, colocarse en una postura de salvador o superhombr­e: I will make America great again.

Así, el líder autoritari­o deprime al pueblo, genera paranoia buscando chivos expiatorio­s de su sufrimient­o y luego aparece de forma mesiánica para rescatarlo. ¿Suena familiar?

Lo cierto es que es muy pronto para saber si López Obrador entrará al salón de la fama de los líderes autoritari­os o si habrá aprendido que no se puede trascender históricam­ente como un buen presidente manipuland­o la natura humana. Sin embargo, antes de su toma de posesión, parecía haber comenzado con el pie izquierdo, enviando señales de consultas simuladas que parecen disfrazar de legitimida­d sus prácticas autoritari­as. Si existe una lección que deberíamos tomar en cuenta como mexicanos es la siguiente: un líder autoritari­o es, en realidad, un seguidor; alguien que detecta, detona y explota los miedos y necesidade­s más vulnerable­s de la sociedad para conseguir el poder. Por lo tanto, ¿qué haremos con esa responsabi­lidad de propiciar o impedir la creación de nuestros propios monstruos?

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