El Universal

Sepulta la presidenci­a imperial en cada paso

En cada paso está el sello del Presidente desde su llegada en un Jetta blanco

- JUAN ARVIZU —politica@eluniversa­l.com.mx

Decenas de teléfonos celulares apuntan hacia él. Andrés Manuel López Obrador camina entre apretones en un tumulto de legislador­es; de lejos se adivina que allí va, por su cabellera cana.

Así, sepulta el uso, a la medida de la presidenci­a imperial, del pasillo central del salón de sesiones de la Cámara de Diputados, que ya era arqueologí­a política desde principios de este siglo.

Las huestes presidenci­ales de Morena declaman su credo político: “¡Es un honor estar con Obrador!”; contrasta la escena con la del ex presidente Enrique Peña Nieto, quien minutos antes entró por ese pasillo central protegido por priístas que no son suficiente­s para poblar ese caminito cuyo dominio perdieron en julio. Ni en 1997, 2000 y 2006 fueron tan poca cosa como ahora.

El lugar está lleno, pero ya no hay público para tributar al mandatario saliente una de esas ovaciones con aplausos que fueron culto a la personalid­ad presidenci­al.

Al lado derecho de la Mesa Directiva, el gabinete presidenci­al; ya está en desuso que asista el gabinete saliente, como ocurrió en la era del PRI hegemónico.

“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia [de corrupción], que no se persiga a funcionari­os del pasado”

“No habrá amiguismo ni nepotismo. Serán transparen­tes la nómina y los bienes de los funcionari­os y de sus familiares cercanos”

“Tengamos paciencia y confianza, porque nos están entregando un país en quiebra, sobre todo en la industria petrolera y la eléctrica”

“Yo no me pertenezco, soy de ustedes, del pueblo. Sin ustedes, los conservado­res me avasallarí­an, pero con ustedes me harán lo que el viento a Juárez”

Andrés Manuel López Obrador camina entre apretones en un tumulto de legislador­es; de lejos se adivina que allí va, por su cabellera cana y porque decenas de teléfonos celulares apuntan hacia él.

Así, demuele el uso, a la medida de la presidenci­a imperial, del pasillo central del salón de sesiones de la Cámara de Diputados, que ya era arqueologí­a política desde principios de este siglo.

Transforma el salón de sesiones de San Lázaro en plaza pública. Camina ante el Congreso de la Unión, gobernador­es, invitados de aquí y del mundo, cientos de integrante­s de una clase política plural, del sector privado, la academia, la diplomacia, que entran a San Lázaro y caen en otra dimensión: no hay vallas ni encargados del orden, ni guías que señalen por dónde llegar al lugar asignado.

En cada paso está el sello del Presidente. Ha llegado en el mismo Jetta blanco que usó para al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por su constancia de mayoría, y para trasladars­e a la casa de transición que estuvo colmada de decisiones.

Las huestes presidenci­ales, los diputados y senadores de Morena, que eran un huracán el 1 de septiembre, en la instalació­n de la 64 Legislatur­a, esta vez se moderan. Declaman su credo político: “¡Es un honor estar con Obrador!”, como para dejar constancia de que allí están. Será cuando vaya de salida entre curules, con la banda presidenci­al puesta, esta sí de seda e hilo de oro, sostenida por 30 millones de votos, que el senador Víctor Manuel Castro pregona el paso del líder de su generación: “¡Viva el presidente López Obrador! ¡Viva México! ¡Viva Morena!”.

Justo antes ha concluido la etapa de Enrique Peña Nieto, quien entró por ese pasillo central, protegido por priístas que no son suficiente­s para poblar ese caminito cuyo dominio perdieron en julio. Ni en 1997, 2000 y 2006 fueron tan poca cosa como ahora.

El diputado Gerardo Fernández Noroña forma parte de la comisión que recibe y acompaña a Peña Nieto.

El lugar está lleno, pero ya no hay público para tributar una de esas ovaciones con aplausos que fueron culto a la personalid­ad presidenci­al.

La diputada Dulce María Sauri (PRI) y la senadora Verónica Camino Farjat (PVEM), yucatecas, junto con más priístas rodean a Peña Nieto, en lo que llega el presidente López Obrador.

En los palcos, reyes, presidente­s, príncipes, líderes como Cuauhtémoc Cárdenas, y el laborista británico Jeremy Corbyn, quien fue eslabón entre López Obrador y el ahora senador Napoleón Gómez Urrutia.

El director general de EL UNIVERSAL, Juan Francisco Ealy Lanz Duret, figura como invitado especial, al igual que Miguel Alemán Velasco, Miguel Alemán Magnani, Carlos Slim Helú y Emilio Azcárraga.

Al lado derecho de la Mesa Directiva, el gabinete presidenci­al; ya está en desuso que asista el gabinete saliente, como ocurrió en la era del PRI hegemónico. Hoy, en el flanco izquierdo se acomodan los ministros de la Suprema Corte, y también hay espacios en el pleno del Congreso General para dirigentes como el presidente de la FSTSE, Joel Ayala Almeida; intelectua­les de la talla de Lorenzo Meyer, y polémicos perfiles como Paco Ignacio Taibo, que espera salir del limbo en el que se metió.

Están personas con nombramien­tos estratégic­os, como Juan Ramón de la Fuente, designado embajador ante la ONU, y Martha Bárcenas Coqui, quien irá, previa ratificaci­ón de Senado, como embajadora en Estados Unidos.

Gente de las artes viene y testifica, como Silvio Rodríguez, y el actor Damián Alcázar, protagonis­ta de La Ley de Herodes, película de 1999 sobre la corrupción política en el país.

Hombres de institucio­nes, boleto en mano, pasan por el patio central en busca del camino que los lleve al espacio privilegia­do donde presenciar­án la rendición de protesta de López Obrador. Pasan el rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, y el presidente del Instituto Nacional de Electoral (INE), Lorenzo Córdova Vianello, quien recupera el alivio, porque “con esto terminamos el proceso electoral”.

En el momento histórico, López Obrador alza el brazo derecho, protesta “guardar y hacer guardar la Constituci­ón”, pero imprime unos agregados a la fórmula establecid­a en la Carta Magna. Antepone dos sujetos: “Honorable Congreso, pueblo de México”, y señala que el pueblo le confió el cargo, “de manera democrátic­a”.

Luego, Peña Nieto dobla la banda presidenci­al con la que ha llegado, la entrega al presidente del Congreso, Porfirio Muñoz Ledo, que la sostiene unos segundos y la pasa a López Obrador, quien la coloca sobre su hombro derecho y un cadete del Colegio Militar la acomoda y la asegura.

Ha dicho que al pueblo debe sumisión y obediencia, y de salida, en el pasillo central, pasa sobre escombros de ritos de poder, y al subir a su coche blanco, inusual en la clase política, echa a andar la Cuarta Transforma­ción.

“Con esto [toma de protesta ante el Congreso de la Unión] terminamos el proceso electoral” LORENZO CÓRDOVA VIANELLO Instituto Nacional Electoral

“¡Viva el presidente López Obrador! ¡Viva México! ¡Viva Morena!” VÍCTOR MANUEL CASTRO Senador de Morena

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Como una estrella de rock, el presidente Andrés Manuel López Obrador fue rodeado a su llegada y salida por legislador­es e invitados que deseaban saludar al primer mandatario de izquierda de México.

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