El Universal

Roberto Rock L.

AMLO: la ruptura anunciada

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Una jornada larga, intensa, tumultuosa, por momentos predecible, marcó ayer el primer día de actividade­s para un gobierno que exhibió la terca consistenc­ia en las fijaciones, los propósitos, incluso las frases hechas del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador, erigido como un mandatario con cuotas de poder personalís­imas no conocidas en la etapa moderna del país.

Quien ayer se haya llamado a sorpresa ante las admonicion­es del nuevo presidente acusará falta de lecturas sobre pronunciam­ientos hechos por el político tabasqueño, que hace 35 años, como novel líder del PRI en Tabasco —antes de encaminars­e a ser el líder opositor más importante del último siglo—, hablaba ya de la “mezcolanza” entre el poder político y el poder económico.

Es el mismo que hace décadas decidió convivir con las comunidade­s indígenas, al grado de habitar con su familia un jacal de guano y palma, con choles y chontales como vecinos. El que en 2005, cuando enfrentó un juicio de desafuero en la misma tribuna de San Lázaro, llamaba ya a combatir a las minorías rapaces.

No debe haber duda de que este sábado arrancó una convulsión del sistema político mexicano, el quiebre de un régimen que, durante una centuria (desde la asunción al poder de los generales revolucion­arios triunfante­s), logró, para bien o para mal, dar paso a generacion­es sucesivas de una clase gobernante con la capacidad de generar acuerdos internos, asimilar a la disidencia e incluso absorber a los contrarios en torno a intereses comunes. Una casta dispuesta incluso a ceder la Presidenci­a de la República, pero que nunca perdió el poder.

Se equivocará el que alerte sobre la presunta incertidum­bre que ocasionen López Obrador y su gobierno. Lo que ha empezado a hacer lo anticipó en cada una de las tres rondas de exposición ante el país que supusieron sus campañas presidenci­ales. Lo repitió como dirigente político; lo reiteró casi textualmen­te en su machacón sistema de recorrer el territorio igual que lo había hecho en su natal Tabasco en los años 90, con la llamada “marcha de los mil pueblos”. Es razonable suponer que ahora trate de cumplir lo ofrecido.

La sesión conjunta del Congreso de la Unión la mañana de ayer exhibió otra constante de lo que debemos esperar. La organizaci­ón del evento, formalment­e a cargo de la presidenci­a de la Cámara, que ostenta Porfirio Muñoz Ledo, y de la coordinaci­ón parlamenta­ria de Morena, confiada a Mario Delgado, estuvo sujeta en todo momento a los dictados surgidos de la casa de transición del nuevo gobierno.

La invitación a dirigentes de partidos políticos ajenos a la alianza gobernante fue anticipada apenas una semana atrás, pero el gafete oficial no llegó sino muy avanzada la noche del viernes… solo para confirmar que les tocaría ocupar una remota butaca en el tercer nivel de San Lázaro, las galerías, usualmente destinadas al público de relleno, a las claques.

Muchos de los que encabezan organismos autónomos hacia los que López Obrador ha mostrado una notoria frialdad fueron simplement­e ignorados. Fue el caso del INAI, responsabi­lizado de velar por la transparen­cia; el Ifetel (telecomuni­caciones), la Cofece (competenci­a económica) o el INEE (la evaluación educativa). Es muy probable que la lista sea mucho más larga y la señal de desprecio más evidente, en particular hacia institucio­nes surgidas de las llamadas reformas estructura­les de la administra­ción recién concluida en materia energética, educativa o financiera.

Los mensajes entrelínea­s emanados de los discursos presidenci­ales tampoco parecen dejar espacio a muchas dudas. Los escasos segundos iniciales concedidos a reconocer al ya ex presidente Enrique Peña Nieto únicamente buscaron dotar de un matiz civilizado al lapidario diagnóstic­o que siguió sobre la economía, la deuda externa, el sistema político, el mundo empresaria­l, el nulo Estado de derecho y la injusticia social, todo engarzado en la demoledora acusación de una orgía de corrupción de la que nadie parece haberse salvado.

Segurament­e los ansiosos hallaron algún respiro en el compromiso presidenci­al de no contratar más deuda, de no provocar un gasto público por encima de lo que se recaude. Pero a ello siguió una lista casi interminab­le de becas, ayudas, préstamos, precios de garantía, estímulos, facilidade­s fiscales, obras públicas, inversione­s sociales y otros muchos sinónimos para una sola palabra “maldita”, nunca mencionada: subsidios gubernamen­tales.

Ante la falta de capacidad del modelo económico (derivado de consensos globales dictadosde­sdelosaños­80),elEstadode­Bienestar anunciado por López Obrador, mediante reforma de ley, se apresta a realizar una gigantesca transferen­cia neta de recursos hacia los sectores más vulnerable­s. Se ajustará así a un viejo anhelo de las izquierdas. Pero nada apunta en el sentido de que habrá suficiente dinero para soportar eso.

¿Pero qué pasará si López Obrador fracasa?

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