El Universal

La gente no halló los lujos que esperaba

Salones, paredes, estantes y libreros lucieron casi vacíos “Presentamo­s todo como lo encontramo­s”, dice Cultura

- SONIA SIERRA —ssierra@eluniversa­l.com.mx

El comedor con 28 sillas en la casa

Miguel Alemán de Los Pinos es de los pocos espacios que quedaron como estaban. Al igual que en las otras tres casas —abiertas desde ayer al público— en la que fue desde 1935 la residencia oficial de los presidente­s de México, son pocos los objetos que se dejaron.

Nadie sabe por qué. Todo está como lo encontraro­n las nuevas autoridade­s culturales. Sólo se ven las cortinas, escritorio­s, sillas y mesas del despacho presidenci­al y de salas de juntas. Solitaria a la entrada, una inmensa lámpara cuelga del techo.

En la planta alta todo está vacío. La madera decora las esquinas y ventanas de piso a techo. La habitación principal es del doble del tamaño de una vivienda de interés social. En los cajones y entrepaños del vestidor no se ve nada; tampoco en la blanca cocina.

Abajo, junto al comedor, en una sala con un par de sillones, domina una pintura de Luis Nishizawa, artista mexiquense, al igual que el ex presidente Enrique Peña Nieto. Del otro lado, en la Biblioteca José Vasconcelo­s, una tercera parte de los estantes está vacía; tampoco se sabe qué pasó con esos libros ni cuáles eran. Lo que los anteriores inquilinos sí dejaron en todas las casas fueron algunos coffee table books, de Javier Marín, Sebastián, Juan Rulfo y Armando Mafud, diseñador de modas.

El primer recorrido público en la historia de Los Pinos dejó llegar a los visitantes hasta el sótano de la casa, donde hay una sala de cine para unas 20 personas, con negros y grandes sillones de piel, largos corredores y el célebre búnker que no es más que otra mesa de juntas.

De las obras de arte que, según la Secretaría de Cultura, en su mayoría fueron regresadas a institucio­nes, sobresale el

Carranza, de David Alfaro Siqueiros, de 1948, que recibe al visitante a la entrada de la casa. A un costado de esa obra se encuentra una galería insólita: la de los retratos de los voceros de la Presidenci­a.

Entre las pocas obras de arte que quedaron se encuentran pinturas de Rafael Cauduro, Ernesto Icaza y varios autores que aún no son identifica­dos. No hay esculturas en las casas, a diferencia de los jardines, donde está la Galería de los Presidente­s, así como bustos de héroes y escritores, y también una versión pequeña de El Caballito, de Sebastián.

Algunas de las obras de arte tienen cédulas que dicen Colección Presidenci­a de la República. Sobre los muebles, la Secretaría de Cultura informó que aunque se cuenta con un inventario, están presentand­o todo como lo encontraro­n y que la entrega se realizó a las 00:01 de ayer en presencia de dos notarios.

Aunque no se abrió el edificio del Molino del Rey, la Galería Histórica que se encuentra al lado sí tuvo público; a la entrada se conservan cuatro de los carros antiguos de presidente­s, pero no está ahí el que era de Miguel de la Madrid; se desconoce por qué fue retirado.

El olor de los árboles invadió el recorrido, y fue esa experienci­a uno de los mayores placeres que disfrutó el público que ayer llegó a la que fue la residencia oficial. La idea de abrirla fue celebrada por los visitantes; muchos llegaron buscando los lujos y sólo encontraro­n la dimensión imperial que envuelve al conjunto. “Todo se lo llevó el desgraciad­o”, expresó una de las 30 mil personas que, de acuerdo con la nueva secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, entraron a Los Pinos.

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Desde temprano se observaron largas filas de personas que acudieron de todas partes de la República para entrar a recorrer la que fue residencia oficial de los titulares del Ejecutivo federal.
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En el primer recorrido público en Los Pinos, los asistentes pudieron llegar hasta el sótano de la casa.
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El área del comedor lució como la dejaron los anteriores inquilinos.

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