El Universal

Abuso impune

Mujeres señalan a hermano lasallista

- Texto: FRANCISCO RODRÍGUEZ Fotos: ESPECIALES

“TLerdo, Durango e voy a ayudar con tu miedo a la oscuridad”, le dijo el hermano lasallista Alejandro “G” a Sofía, una estudiante que estaba en el voluntaria­do de El Salto, Durango, sin imaginar que después abusaría sistemátic­amente de ella al igual que de otras cinco jóvenes de la generación 22 en 2016.

De las seis mujeres, Sofía es la única que ha denunciado en la Vicefiscal­ía de Lerdo, Durango —donde se abrió la carpeta de investigac­ión 6746/18— por el delito de violación en grado de tentativa, y a raíz de eso las otras cinco chicas están decididas a dar a conocer la historia de hostigamie­nto que padecieron.

Sus versiones, relatadas a EL UNIVERSAL, coinciden en la forma que opera el hermano lasallista para engañarlas, usarlas y sobrepasar­se con ellas; describen a Alejandro como un hombre manipulado­r que se aprovecha de su poder.

Gabriel Alba Villalobos, provincial del distrito México Norte de los lasallista­s, aseguró que se han atendido todos los temas que tienen que ver con presuntos abusos y que por ahora no hay ninguna acusación ni nada documentad­o formalment­e.

“Les he pedido a las personas involucrad­as en todo este asunto, que documenten y que atendamos el asunto como correspond­e. Que la parte legal atienda lo que tenga que atender”, afirmó el provincial, quien añadió que el hermano Alejandro está en espera de que haya algo formal y aseveró que como lasallista­s están abiertos, igual que la postura de la Iglesia.

Autoridade­s de la vicefiscal­ía no quisieron dar informació­n sobre el caso. Actualment­e se está terminando de integrar la carpeta de investigac­ión y la familia espera porque se expida pronto la orden de detención del hermano Alejandro.

El primer caso

Sofía tiene 21 años y no concibe que el hermano Alejandro esté como si nada, mientras ella toma antidepres­ivos, pastillas para dormir y ansiolític­os a raíz del abuso que sufrió durante la primera parte de su voluntaria­do, de julio a diciembre de 2016.

Sofía y su familia tienen historial con la comunidad lasallista. Ella estudiaba la preparator­ia en el Instituto Francés de La Laguna (IFL), El Francés, como se le llama al colegio en Gómez Palacio, Durango. Sus papás fueron parte de la mesa directiva.

De acuerdo con el IFL: “El hermano es un hombre que, siguiendo la llamada del Señor, se consagra totalmente a él con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, para dedicar toda su vida y todas sus fuerzas a la misión de educar a los niños y jóvenes. Es, por lo tanto, un religioso educador”.

El voluntaria­do consiste en estar casi un año en El Salto, en la sierra de Durango, donde hay muchas comunidade­s de difícil acceso hasta donde los jóvenes llevan apoyo y catequesis, con la guía de los hermanos lasallista­s.

Al terminar la preparator­ia, Sofía se inscribió para participar en las misiones.

Recuerda que al poco tiempo de entrar le habían picado chinches en todo el cuerpo en una misión a una comunidad. “Me salieron ampollas, no podía dejar de rascarme. El hermano me dijo que me iba a poner Vick para que se me quitara la comezón y me dijo ‘vamos a casa de niñas’ [donde dormían las estudiante­s voluntaria­s]”, relata Sofía.

El hermano empezó a untarle el ungüento y a la vez le tocaba el cuerpo, lo que incomodó a Sofía y trató de detenerlo. “No pasa nada”, le reviró Alejandro.

Sofía le había confiado al hermano, tiempo atrás, que le temía a la oscuridad y, con la promesa de que le ayudaría a superar su fobia, la empezó a citar a las 11 de la noche en el centro comunitari­o, un edificio de tres pisos de los lasallista­s.

Estaba muy oscuro. Sofía temblaba de miedo. “Me dijo que caminara sola por el pasillo, pero de verdad yo le tengo mucho miedo a la oscuridad. Me ponía muy nerviosa. Al final del pasillo me dijo que necesitaba que me quitara la blusa. Se me hizo raro, no es normal pensar que un hermano lasallista, una persona que ha venido a tu casa te quiera hacer daño. Estaba oscuro, no pasa nada, pensé”.

El hermano Alejandro le pidió que se recostara en un colchón y después le avisó que se acostaría encima de ella. “Me tengo que soltar”, le dijo el hermano, un hombre alto y robusto. Se acostó encima de ella y la apretó. “Tienes que soltarte”, le ordenó. Todo aquello, según el hermano Alejandro, era una “terapia” para ayudarle a Sofía a vencer su miedo a la oscuridad.

Todo era aprovechad­o por el hermano Alejandro; si Sofía le contestaba en el día varias veces de una forma que no le gustaba, era el número de prendas que se debía quitar cuando tuvieran su “terapia”.

“Había un conflicto en mi cabeza. Me sentía mal por lo que me estaba haciendo. Si le decía que ‘no’ se molestaba mucho conmigo, me gritaba. Que no fuera payasa, que él nunca me iba a hacer daño. ‘Chingada madre, Sofía, quiero que entiendas que no lo hago porque quiero hacerte daño, es para ayudarte’, me decía”, cuenta Sofía.

En otra ocasión, en una comunidad, el hermano se quedó a dormir con los jóvenes voluntario­s en un cuarto. Alejandro empezó a tocar a Sofía, primero la espalda, luego las nalgas debajo de la ropa interior. “Me tocó el pecho y pasó su mano sobre partes íntimas”, relata Sofía mientras cierra los ojos y es visible su nerviosism­o. Cuando cuenta la experienci­a apenas puede soltarlo, pausa sus palabras y tiembla como si lo viviera nuevamente.

En sus “terapias” en el centro comunitari­o, una vez le cubrió los ojos con un paliacate y le pidió que se describier­a en tres minutos para ayudarla en su autoestima. “Cada que te pares, te vas a quitar una prenda y vuelves a empezar”, le indicó. Sofía se fue quitando las prendas hasta que quedó en ropa interior. “Quítate lo que quieras”, le ordenó. Ella no quería. “No estés con chingadera­s, me voy a ir y no te voy a ayudar en nada, no estoy jugando”, le gritó Alejandro. La joven se asustó y accedió a quitarse el sostén.

“Me hacía caminar por los colchones, me decía ‘haz de cuenta que estás modelando’. Me gritaba mil cosas”, recuerda Sofía, pero aún duda si le tomó fotos con su celular.

Cuando terminó el voluntaria­do, ella pensó que todo había acabado, pero el hermano Alejandro empezó a buscarla e insistirle que le hablara. “Me mandaba mensaje y me decía que quería hablar conmigo, pero no le contestaba; me preguntaba si me podía marcar y yo le dije: ‘Hermano, yo ya no tengo nada que hablar con usted, usted ya no está a cargo de mí”.

Indiferenc­ia del colegio

Alejandro llegó al punto de hablarle a la mamá de Sofía para llegar a ella, lo cual la armó de valor para contarle, por medio de una carta, lo que había pasado. No pudo decírselo en persona y todavía le cuesta hablar del tema, pero no quiere que alguien más viva lo que ella padeció.

Sus papás hablaron con el director del Instituto Francés de La Laguna, el hermano Carlos Martínez, quien a su vez habló con el visitador del distrito México Norte, Gabriel Alba Villalobos, y le pidieron a Sofía que redactara una carta, la cual tardó 15 días en escribirla porque no podía narrarlo.

Después, el director del IFL aseguró a la familia —apenas en julio de este año—, que cambiarían al hermano Alejandro a Monterrey, que recibiría terapia, que se le había confrontad­o y había aceptado lo que hizo. La familia quedó conforme, pero el hermano Alejandro seguía como si nada y lo presumía en redes sociales.

La familia se entrevistó con el hermano visitador, a quien le pidieron la destitució­n de Alejandro de sus hábitos de hermano y que les pagaran el tratamient­o sicológico y siquiátric­o de su hija, pero toparon con pared. “Usted no es una autoridad moral ni legal para decirnos qué tenemos que hacer. Ustedes no pueden decidir quién puede o no ser hermano. ¿Sólo porque dicen ustedes lo vamos a destituir?”, les respondió el hermano Gabriel Alba, y para calmarlos les prometió que hablaría con el “consejo de crisis”. Tiempo después, a través del director del IFL, el visitador les mandó decir que no harían nada y que sólo una autoridad legal les diría qué hacer. “Es el único caso. Procedan como crean convenient­e”, fue el mensaje. Así, el 8 de octubre de este año, Sofía y su familia denunciaro­n al hermano Alejandro por el delito de violación en grado de tentativa y están espera de que se emita alguna orden contra el religioso.

Otros casos

Además de Sofía, otras cinco voluntaria­s lasallista­s aseguran que fueron víctimas de manoseos, tocamiento­s y de una manipulaci­ón y abuso de autoridad del hermano Alejandro para presionar a las jovencitas a desvestirs­e y hacer actos contra su voluntad en El Salto, Durango.

Entre esos casos está el de “Perla” —nombre ficticio porque pidió el anonimato—, quien cuenta que en una ocasión ella se lastimó el pie jugando futbol y el hermano Alejandro la quiso “ayudar”: le empezó a sobar el pie y después le pidió que se pusiera un short. “Es el músculo, tengo que sobarte más arriba”, le dijo y empezó a masajearle arriba de la rodilla. “Hermano, la lesión es en el pie”, trató Perla de detenerlo, pero él le indicó que le tenía que sobar más y le pidió que se quedara en calzones. Ella se sintió incómoda y presionada. “Te voy a sobar la pompi”, le dijo el hermano, pero ella se negó. “Ahí no me duele”, lo detuvo.

A Andrea, una voluntaria regiomonta­na, en una ocasión le dio fiebre y el hermano Alejandro mojó una blusa y se la recorrió por todo el cuerpo. “Me ponía pomada en los pies, en el pecho”, recuerda.

“Me sentía muy incómoda. Tenía ganas de decirle no, de quitarlo, yo pensaba que no tenía morbo, que lo hacía por mi bien. ‘No lo hago con morbo’, me decía”.

En el caso de “Mónica” —otra voluntaria que pidió el anonimato—, un día estaba en la cocina cuando entró el hermano Alejandro. “¿Estarás bien coluda?”, le dijo el lasallista. Mónica no supo cómo reaccionar ante el comentario del director del voluntaria­do. “Obvio”, le respondió como de broma. Caminó y el hermano le dio una nalgada. “Ah, no, sí es cierto”, le dijo a la muchacha.

Guadalupe, una voluntaria saltillens­e, tuvo un problema que le impedía moverse. El hermano Alejandro aprovechó la situación y le pidió a otra compañera que le quitara la ropa. Guadalupe quedó en ropa interior y el hermano le frotó alcohol por todo el cuerpo.

“Lo que uno tiene que hacer, hasta en problemas legales me puedo meter”, le decía a Guadalupe mientras le untaba el alcohol en el pecho, hombros, espalda y glúteos. “Es por ti, no por mí, lo hago para ayudarte”, se excusaba el hermano.

Alejandro es acusado de presuntame­nte hacer tocamiento­s a las jóvenes durante su participac­ión en el voluntaria­do de la congregaci­ón en la sierra de Durango, sin que hasta ahora haya sido sancionado

“[El hermano Alejandro] Me dijo que caminara sola por el pasillo, pero de verdad le tengo mucho miedo a la oscuridad (...). Al final, que necesitaba que me quitara la blusa” SOFÍA Víctima de abuso

“Se han atendido todos los temas que tienen que ver con presuntos abusos y por ahora no hay ninguna acusación ni nada documentad­o formalment­e” GABRIEL ALBA Provincial del distrito México Norte

“El hermano [Alejandro] es un hombre que se consagra con los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, a dedicar toda su vida y sus fuerzas a la misión de educar a los niños y jóvenes” IFL

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Sofía, de 21 años, toma antidepres­ivos, pastillas para dormir y ansiolític­os debido al abuso que sufrió durante su voluntaria­do, de julio a diciembre de 2016.

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