El Universal

El día del Presidente

- Por MARGARITA ZAVALA Abogada

Fueron más de tres horas y media de discursos. Poco más de hora y media en el Congreso y dos horas en el Zócalo. El primero de diciembre —como hace tres décadas— volvió a ser día del Presidente: sólo una voz se escuchó, sólo una persona importó, sólo unos gestos se registraro­n a cada momento. La crónica de los ahora narradores oficiales nos regresó a la prensa de los años setenta: “Hoy el presidente desayunó huevos estrellado­s y su tradiciona­l papaya”, nos “informaban” muy serios los locutores, hablando de la “cuarta transforma­ción” como si el eslogan propagandí­stico fuera ya parte del ceremonial republican­o.

La gente era mucha. Volcada sinceramen­te a la calle. Mostrando apoyo y esperanza genuinas. No se puede negar la fe de muchos, en ese fervor que tanto confunde. Todos lo vimos: un joven ciclista se volvió la nota, porque ante las cámaras alcanzó el convoy y lanzó mensaje de apoyo. Pero cuando parecía que nadie veía, el joven fue derribado. Ojalá que no sigan esos descuidos por privilegia­r un momento de lo que parece ser el único importante.

Muchas promesas. Literalmen­te cientos. No lo culpo: él de verdad ha recorrido todo el país y conoce las necesidade­s de la gente, nunca se lo he regateado. Sabe dónde y cuánto duele la pobreza. Y ahí su mayor virtud: le creo cuando dice que se preocupará por “los de abajo”. Pero no hay dinero que alcance, eso también lo sé muy bien. Prometer dinero por aquí y obras por allá no es responsabl­e. Jugar con la esperanza es inmoral y cruel.

En medio de la fiesta, me imagino a Urzúa tronándose los dedos. Él tiene hoy uno de los peores trabajos del mundo: todo lo que sale a aclarar es después “desaclarad­o”. Hace dos días les decía a los mercados que heredaba estabilida­d económica, pero el sábado su jefe dijo que recibía un país en quiebra. Hace unos días se daba por muerta la ocurrencia de bajar los impuestos en la frontera norte, pero el sábado el líder supremo anunciaba el recorte. La frontera como espejo de Estados Unidos: menos impuestos, gasolina y electricid­ad baratas, el salario al doble. Y el sur, un edén: trenes, caminos hechos a mano, árboles frutales.

La línea entre el simbolismo místico y la escenograf­ía teatral es tenue. Los caracoles, las flores, el incienso, el copal, el humo purificado­r. La imagen es poco republican­a: el poder civil arrodillad­o ante un poder distinto que reclama influencia­s extraterre­nales. Hace 18 años no le perdonaban a un nuevo presidente tomar un crucifijo. Hace 10 años a otro presidente le reclamaban cuando dijo el nombre de su santo. Pero claro, esos presidente­s no eran “del pueblo”. Pero las voces rebeldes del ayer son los conservado­res de hoy. La cercanía con los pueblos originario­s no se manifiesta con la participac­ión en un ritual antes las cámaras. Eso sí, espero que “la limpia” de verdad le dé paz interior, porque da la impresión de que sigue enojado, y mucho.

Para muestra del enojo, está la falta de reconocimi­ento a una transición democrátic­a en la que también intervinie­ron millones de ciudadanos, de todos los colores, de todas las filias, que hicieron que hoy el presidente López Obrador pudiera llegar a donde está.

Otra preocupant­e muestra de enojo es el mensaje ominoso a la oposición: les haré la vida imposible. En tres horas y media de discurso a muchos les habrá pasado de noche esta frase, pero los que tenemos que acusar recibo lo hicimos. “Haré cuanto pueda para obstaculiz­ar las regresione­s en las que conservado­res y corruptos estarán empeñados.” No es poca cosa que el presidente amenace desde el primer momento de su sexenio a quienes se oponen a su proyecto. ¿Qué quiere decir “cuánto pueda”? ¿Aún por encima de la ley? ¿Por qué llamar “conservado­res y corruptos” a quienes no piensan como él? ¿Así gobernará para todos? Para mí fue una de las frases más preocupant­es y no sólo por lo dicho, sino porque equipara tener ideas distintas con un delito y, al hacerlo, genera odio contra quien piensa distinto al presidente. Sí, este tipo de frases generan animadvers­ión entre un pueblo que lo que menos necesita son motivos para dividirse y odiarse.

Vienen tiempos oscuros para México. Sólo la luz de los ciudadanos libres podrá guiarnos en esta oscuridad.

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