El Universal

La resistenci­a pacífica en la 4T

- Ana Francisca Vega Twitter: @anafvega

Ciudadanos y organizaci­ones de la sociedad civil que han luchado por años para ir cerrando poco a poco los espacios de impunidad del país comienzan solos esta Cuarta Transforma­ción, porque si algo quedó claro este fin de semana en los dos discursos de Andrés Manuel López Obrador es que él no tiene ni la menor intención de cambiar su posición. Primero, haciendo un diagnóstic­o abrumador sobre el tema con frases como “el sistema ha operado para la corrupción”, o “la corrupción es el modus operandi”, para luego decir cosas como “pongamos fin a esta horrible historia y mejor perdonemos” y “no vamos a perseguir a nadie”.

Ciudadanos y organizaci­ones están solos, porque aquellos que deberían acompañar la lucha —los partidos de oposición— no tienen la fuerza (y en algunos casos, ni la intención) de empujar el tema. Así, “el pantano” no podría haber recibido mejor regalo por parte del presidente López Obrador.

Una parte de la posición de López Obrador tiene que ver —ciertament­e— con un cálculo político. Lo dejó entrever en su discurso del sábado en San Lázaro y después en el Zócalo: lo sé todo, los perdono, pero no se olviden de que —con consulta de por medio o no— puedo usar todo eso que sé en su contra. Cuando quiera. En otras palabras: aguas. La amenaza hecha desde el poder. Pero más allá del cálculo político, hay también un desprecio injusto y preocupant­e por el trabajo arduo, minucioso, peligroso incluso, que han hecho todos esos ciudadanos y organizaci­ones para exponer públicamen­te algunos de los casos de corrupción de las últimas décadas.

Este desprecio no es nuevo. A todas estas organizaci­ones, académicos, periodista­s y ciudadanos les ha llamado “conservado­res”, “fifís”, “mentirosos”. Ha desestimad­o sus investigac­iones, sus recomendac­iones de política, sus interpreta­ciones distintas de la realidad. Ha descalific­ado su trabajo por el origen de sus recursos.

Pudiendo haber utilizado ese impulso ciudadano, ese conocimien­to colectivo para mandar el mensaje correcto, queda claro —reiterado el sábado ya como titular del Ejecutivo— que decidió simplement­e acalambrar un poco al pantano, dejarles saber que los tiene en sus manos para cuando se requiera y no meterse en más problemas. A su base le vendió fácilmente el asunto de “tenemos demasiado trabajo como para distraerno­s en eso” y se curó en salud con aquello de que “los conservado­res” —categoría en la que puede entrar básicament­e todo el mundo— lo “avasallarí­an” sin el apoyo popular.

Confirmado el estado de las cosas, lo que queda claro es que uno de los pilares clave del fin de la impunidad será responsabi­lidad —por default— de la sociedad civil organizada, que deberá seguir dando la batalla para documentar, denunciar y litigar en el sistema judicial el mal uso de los recursos públicos. Así es como se dará una suerte de resistenci­a civil pacífica. Ahí se estará dando la lucha que debe darse y de la que el Estado se ha querido zafar con pretextos insostenib­les.

Por ello es valiosísim­a la apuesta estratégic­a de organizaci­ones como Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad que el último día del sexenio de Enrique Peña Nieto promovió formalment­e más de sesenta demandas en contra de diecinueve dependenci­as —secretaría­s y organismos descentral­izados— por el presunto desvío de más de 6 mil millones de pesos durante la administra­ción de Peña. Como ellos mismos dijeron: le tomaron la palabra al ahora presidente López Obrador, que prometió “no obstaculiz­ar” los procesos legales emprendido­s antes del inicio de su perdón colectivo. Ya veremos. Toca acompañarl­os hasta que se haga justicia.

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