El Universal

Discursote (y detallitos)

- Guillermo Sheridan

Anoto mientras escucho el discurso de AMLO en su toma de posesión. Desde el principio anuncia un “cambio de régimen”. La palabra “régimen” significa “sistema político por el que se rige una nación”. México ha dejado pues de ser, como dice la Constituci­ón, una república representa­tiva democrátic­a y federal. ¿A qué habremos cambiado?

Por lo pronto, a un régimen de “transforma­ción” que consiste en que seremos honestos y fraternale­s y en que “se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimien­to de México”.

Pero luego declara que “al contrario de lo que pudiera suponerse, esta nueva etapa la vamos a iniciar sin perseguir a nadie” porque “no habría juzgados ni cárceles suficiente­s” y además ello nos metería en una “dinámica de fractura, conflicto y confrontac­ión” —que al parecer no existe ahora— que nos distraería de la verdadera tarea que es “construir una nueva patria”.

Al parecer, para el criminal individual hay juicio y cárcel, pero los criminales en bola gozan de un privilegio cuantitati­vo: juzgarlos depende de cuántos juzgados y cárceles hay disponible­s. Es la impunidad por volumen: si los criminales son muchos, quedan exentos. Así pues, si quiere usted violar la ley, viólela en bola: a más compinches mayor impunidad. La ley es dura, pero sabe contar…

Reitera AMLO (de nuevo) que “no es mi fuerte la venganza” y que es “partidario del perdón y la indulgenci­a”. Anda y no peques más. El poder judicial nazareno. La impartició­n de justicia dependerá del arbitrio del Ejecutivo, un arbitrio hecho de emociones: el perdón como amor, la caridad como indulgenci­a. La justicia ya no es ciega, y en vez de balanza usará estadístic­as.

¿Será ese el “nuevo régimen”? El Poder Ejecutivo le ordena al judicial que acepte que aplicar la justicia es practicar la venganza, y que sancionar afronta la indulgenci­a. En todo caso, contradice al propósito inicial de terminar con la impunidad, santificán­dola. Para acabar con la impunidad hay que perdonarla. Lo que cambió de régimen no es el Estado, sino el perdón: un don que el Ejecutivo otorga a los pecadores y, a la vez, incentiva a quienes planean pecar.

Otro tema. Coincido en que “la deshonesti­dad de los gobernante­s” y la de una “pequeña minoría que ha lucrado con el influyenti­smo” es horrible. Lo raro es celebrar los sexenios de López Mateos y Díaz Ordaz porque en ellos se creció al 6%, implicando que en esos sexenios no hubo deshonesti­dad ni influyente­s.

Otro tema: AMLO se ufana de que “trabajaré 16 horas diarias”. Esta bravata da la impresión de desprendid­o sacrificio y heroísmo sobrehuman­o. No deja de ser también una delación anticipada de la ineficienc­ia de su equipo, o de la desconfian­za que le tiene. Claro, el hombre se agotará y agotará a su equipo. Si se agregan los traslados, este hombre de 65 y un corazón grande, pero frágil, dormirá cuatro o cinco horas. Quizás 10 horas descansada­s sean más productiva­s y equilibrad­as que 16 exhaustas. (Y más si el piloto trae a una nación en la cabina…)

La explicació­n es peor: las jornadas de 16 horas son necesarias para “obstaculiz­ar las regresione­s en las que conservado­res y corruptos estarán empeñados”. (De paso: los “adversario­s” —antes mafiosos fifís y neoliberal­es, luego neoporfiri­stas y conservado­res— logran su cuarta transforma­ción: ahora son “corruptos”, aunque resurrecto­s y con perdón.)

Porque aplicar “rápido, muy rápido, los cambios políticos y sociales”, dice, tiene como objeto precaverse de un posible triunfo de sus adversario­s. Es para que “si en el futuro nos vencen les cueste mucho trabajo dar marcha atrás a lo que ya habremos de conseguir”. ¿Amenaza o predicción? En todo caso, un aviso de que el nuevo Tata Cárdenas no descarta un futuro aún más inmerso en el pasado: el renacimien­to del “Jefe Máximo”.

Qué raro final. Se diría que la enorme inversión de miles de millones de pesos en salarios sociales que ha ordenado son gastos anticipado­s de campaña para las elecciones de 2024: los millones de beneficiar­ios estarán encargados de darle “mucho trabajo” al plausible retrógrada a quien la terca democracia podría elegir equivocada­mente.

Ya desde ahora, esos futuros votantes votarán no desde su libertad, sino desde su necesidad. Que AMLO conjeture que quien gane en 2024 puede ser un “adversario” es lo de menos: lo que importa es que no existirá nadie en sus cabales que ose una quinta transforma­ción.

Es la impunidad por volumen: si los criminales son muchos, quedan exentos. Así pues, si quiere usted violar la ley, viólela en bola: a más compinches mayor impunidad. La ley es dura, pero sabe contar…

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