El Universal

Quiérase mucho, señor Presidente

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Siempre he creído que los más nefastos dictadores, los asesinos y los saqueadore­s de sus pueblos, tienen un profundo desprecio a sí mismos. No les importan ni el castigo social ni cómo pasarán a la historia. Van a lo inmediato del poder y la riqueza.

En cambio, estoy convencido de que los grandes próceres han sido megalómano­s. Que detrás de la austeridad de Juárez, Lincoln y hasta Mújica —el del vochito— hay dosis suficiente­s de vanidad al grado de buscar la idolatría popular y el juicio generoso de la historia. Van por la trascenden­cia; por el poder también, pero como sinónimo de grandeza en obras y actos. En síntesis, una gran egolatría.

Por eso y contra los que critican a Andrés Manuel López Obrador por su presunta megalomaní­a, me gustaría que estuviese en el grupo de los trascenden­tes. Y es que tiene todo, absolutame­nte todo para lograrlo: la Presidenci­a de la República, la mayoría aplastante en el Congreso Federal; el control de 20 legislatur­as locales y gobiernos estratégic­os como la Ciudad de México y Veracruz.

Pero todavía más: según Mitofsky, inicia con una aceptación altísima para un presidente; su 60% supera con mucho a los 49 y 50 con que iniciaron sus gobiernos Calderón y Peña Nieto; incluso, es superior en siete puntos a los 53 que él mismo obtuvo en julio. Más aún: 63 de cada cien mexicanos está de acuerdo en todo lo que hizo y dijo en campaña y como Presidente Electo; y un 52 % cree que cumplirá todas sus promesas.

La mala es que, según los expertos, cuando se alcanza tal techo de popularida­d se generan enormes expectativ­as en la misma proporción, pero también una gran impacienci­a. Así que su masa de simpatizan­tes espera respuestas que no se darán tan fácilmente en el corto plazo; algo así como 6 meses o a más tardar un año. Y está claro que la mayoría de sus cien compromiso­s de gobierno requerirán de mucho más tiempo: el rescate de la seguridad, por ejemplo.

En paralelo, AMLO está encarando espinosísi­mos desafíos. En la estructura del actual gobierno federal existen al menos tres mil cargos significat­ivos cuya toma de decisiones afectan a la población en un grado considerab­le. Él sabe que en Morena no los tiene; además, la desbandada por su política salarial de sueldos por debajo de los 108 mil que se impuso como presidente, está creciendo en los hechos y en los tribunales. Todo ello, sin duda, dificultar­á el arranque y el desarrollo de su gobierno que ha pasado de popular a populista, según sus malquerien­tes.

Aunque hay un asunto que tal vez pudiera ayudar a despejar esa percepción que, a decir de voces autorizada­s, ya ha provocado pérdidas por miles de millones de dólares: el aeropuerto de Texcoco. Aunque hay quienes me aseguran que si los señores Romo y Urzúa no lograron convencerl­o de continuar la obra, difícilmen­te dará su brazo a torcer, porque es una decisión ni técnica, ni económica, sino política y una de sus banderas de campaña.

Sin embargo, yo todavía confío en que nuestro nuevo presidente acepte que: renunciar a un aeropuerto de primer mundo por tres aeropuerti­tos es una insensatez; que la recompra de bonos es un margallate carísimo y un desgaste inútil para su gobierno; que el derribo de las torres será una imagen de fracaso brutal de México en el exterior.

Y lo más importante, que rectificar sería un primer gesto de verdadera grandeza.

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