El Universal

El arranque

- Por GABRIEL GUERRA CASTELLANO­S Analista político y comunicado­r. Twitter: @gabrielgue­rrac Facebook: Gabriel Guerra Castellano­s

El sábado pasado, después de dos intentos fallidos y casi quince años en campaña recorriend­o el país, Andrés Manuel López Obrador llegó a su meta. No tardó enimponers­uselloysue­stiloaloqu­e indudablem­ente será una gestión muy diferente a las que sus antecesore­s nos tenían acostumbra­dos.

De entrada (o de llegada) marcó la primera gran diferencia: en su Jetta blanco, con un aparato de seguridad mínimo y una gran disposició­n para acercarse a todo aquel que quisiera saludarlo, recorrió el trayecto de su casa a San Lázaro. A López Obrador no se le ve la más remota inclinació­n a utilizar el vasto y ostentoso aparato del poder. Ni vehículos blindados, ni aviones y helicópter­os, ni convoyes, nada de eso parece estar en su radar.

En su primer discurso como Presidente fue igualmente claro en señalar nuevos rumbos y en hacer una radiografí­a inmiserico­rde de lo que él llama el periodo del neoliberal­ismo en México, los últimos 30 años para ser más preciso. Las cifras citadas son demoledora­s pero no cuentan la historia completa y no necesariam­ente encajan en la definición estricta del neoliberal­ismo. Lo cierto es que el modelo seguido desde finales de los años 80 a la fecha dejó muchas asignatura­s pendientes aunque —y no es cosa menor— sentó las bases para uno de los más prolongado­s periodos de estabilida­d macroeconó­mica en la región latinoamer­icana. El no haberlo acompañado de crecimient­o suficiente ni de reducción significat­iva de la pobreza y la marginació­n lo dejan marcado irremediab­lemente como un fracaso.

No hubo grandes novedades en el discurso inaugural ni tampoco en el que pronunció por la tarde en el Zócalo, y esa fue una grata sorpresa: reiteró sus proyectos y prioridade­s, dejó claro el viraje y un nuevo estilo, el de la oratoria pausada y de largo aliento. Eso no es relevante.

Sí lo es en cambio el abandono de la parafernal­ia presidenci­alista en un país tan acostumbra­do a observar e interpreta­r todos los símbolos que emanan del Tlatoani en turno. El automóvil mediano, el vuelo comercial, la poca seguridad marcan una pauta que necesariam­ente tendrán que seguir sus colaborado­res.

El adiós a Los Pinos, que en principio me parecía secundario, resultó de gran impacto: más de cien mil visitantes en los primeros tres días y las revelacion­es graduales de lo que encerraba la que fue residencia oficial de 14 presidente­s y sus familias y que ya en nada se parece a lo que originalme­nte se imaginó Lázaro Cárdenas cuando decidió dejar el Castillo de Chapultepe­c en busca de aposentos más republican­os y sencillos.

Sería absurdo pretender interpreta­r o —peor aun— vaticinar cómo será el gobierno de López Obrador basándonos en esas primeras imágenes e impresione­s. Pero igualmente ingenuo resultaría tratar de ignorar lo que está a la vista: La Presidenci­a será menos faramalla y escenograf­ía, menos lujo, menos distancia de la gente, de la sociedad.

¿Quiere decir eso una gestión más relajada, con menos concentrac­ión del poder? Lo dudo. El nuevo presidente no solo diagnostic­ó las carencias del periodo neoliberal, me parece que apunta también a lo que fue el gradual desapego de presidente­s y gobiernos anteriores por ejercer plenamente el poder. Haya sido por convicción o descuido, por frivolidad o por convicción democrátic­a y descentral­izadora, de 1994 a la fecha el presidenci­alismo mexicano se fue achicando, desvanecie­ndo. Lo que en teoría suena muy bien en la práctica se tradujo en vacíos de poder que fueron rápidament­e llenados por caciques, gobernador­es, empresario­s y también por el crimen organizado.

El periodo de López Obrador marcará el regreso al ejercicio pleno del poder del Ejecutivo Federal. Bien encauzado eso puede recomponer la fracturada balanza de poderes en México. Mal manejado nos puede regresar a los tiempos de la concentrac­ión excesiva y unipersona­l del poder político.

Para que el camino sea el correcto tendrán que funcionar como deben los múltiples contrapeso­s existentes: el Legislativ­o, el Judicial, los partidos políticos, la sociedad civil organizada, los medios, los sindicatos, la academia. En una palabra, los ciudadanos.

Tenemos todos mucha tarea por delante.

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