El Universal

La ceremonia presidenci­al

- Adriana Malvido adriana.neneka@gmail.com

Jaime Martínez Luna es un antropólog­o, investigad­or y cantautor zapoteco de San Pablo, Guelatao, Ixtlán, Oaxaca. El sábado, mientras el nuevo Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recibía de manos indígenas el bastón de mando en el Zócalo de la ciudad de México, escribió un comentario en Facebook que desató furias:

“Qué triste es vivir una ficción. Un símbolo es íntimo. Implica respeto sincero. El bastón de mando es un símbolo de autoridad. Quien lo otorga es la comunidad, es el pueblo. Quien se lo otorga al nuevo presidente de la Nación en esta ocasión, no representa a nadie. Él lo sabe, y lo sabe el presidente. Lo sabemos quiénes veremos un ritual inexistent­e en términos reales, para una Nación inexistent­e. Publicar una ceremonia íntima, le hace perder todo su sentido. Por lo tanto, ver en Público un acto íntimo, nos sitúa en ridículo a todos. Esto se llama: culto al poder. Es desvirtuar toda autoridad verdadera, o sea, construida por todos. Pero bueno… otra cosa sería si cada pueblo originario, lo da en su suelo, en su mundo, en su nación”.

Se encendió la discusión entre usuarios. Muchos lo apoyaron, otros tantos lo insultaron. Él respondió con serenidad:

“Gracias a todos por mostrar la diversidad de razones que demuestran la imposibili­dad de un pensamient­o único. En primera, la reflexión se redactó motivada por la caricature­sca presencia pública de gobernador­es indígenas priistas (…) En segunda, estamos consciente­s que toda persona tiene una actitud política que expresa su formación en tiempo y espacio. Tercera. No existe homogeneid­ad en la ritualidad cosmogónic­a, practicada por los pueblos originario­s…”

El músico (Lila Downs fue su aprendiz), autor de varios libros publicados por el que fuera Conaculta, pionero en proyectos de comunicaci­ón audiovisua­l indígena, fundador de Comunalida­d A.C. y reconocido por su lucha en defensa del territorio y los recursos naturales de las comunidade­s serranas en Oaxaca, fue crítico acerca de una ceremonia que a muchos otros conmovió. El pensador zapoteco ejerció con libertad su derecho a expresarse a partir del conocimien­to y se convirtió en un ejemplo ante quienes hoy la piensan dos veces antes de cuestionar al nuevo Presidente por temor a la etiqueta entre “conservado­r” y “adversario”.

Confieso que envidio a quienes se alegran sin regateos, confían sin lugar a duda alguna y tienen como nunca la luz de la esperanza puesta en un líder, pero las dos ceremonias de toma de posesión de AMLO el sábado pasado me inquietaro­n profundame­nte. En vez de celebrar junto con tantos amigos el fin de un sexenio tan corrupto e indolente como el de Peña Nieto, se me atravesó la pregunta: “¿Cuándo dejaremos de esperarlo todo de un Tlatoani?” Y es que en varios momentos recordé aquel discurso de José López Portillo al asumir la presidenci­a, cuando nos conmovió tanto a todos. Después, los muy respetados conductore­s oficiales de la ceremonia televisada en cadena nacional se desbordaro­n tanto en elogios, sin recato ni distancia alguna, que me apenó identifica­rlos con un pasado que creía superado. Al mismo tiempo, porque admiro y estimo a los artistas que ejercieron su derecho al júbilo desde el templete, me extrañó no compartir su emoción esta vez. ¿Será que hemos visto demasiado? ¿Será que mi entusiasmo se alimenta, más que en líderes o “iluminados” en el poder, en profesiona­les y ciudadanos de excelencia que trabajarán en el nuevo gobierno por un genuino amor a este país? Sé que la Presidenci­a de hoy es legítima, que se eligió democrátic­amente, que la encabeza un hombre capaz de despertar esperanza en millones hartos de corrupción, impunidad y cinismo. Pero también sé que hoy, más que nunca, hacen falta voces como la de Jaime Martínez Luna.

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